Los noventa habÃan cambiado todo y enseguida todo habÃa cambiado otra vez. La secundaria en el menemismo, el resto de los años repartidos entre las crisis de 2001 y los Kirchner. El ninja dijo que además estaban Internet y las drogas sintéticas, mientras todo el mundo fumaba porro y Buenos Aires dejaba de ser melancólica y berreta y se ponÃa flashera y cool. Otro mundo para la profesora, que se habÃa criado mirando a escondidas las pelÃculas de Olmedo y Porcel. Estabas en el medio y se te acaba el tiempo para tener hijos. Internet, los nativos digitales, que la mitad de la vida de una fuera enchufada a una máquina. Todo lo que habÃas visto nacer, igual que las tÃas solteronas, que parece que no sirven para nada pero siempre están a mano. Estaban fumando unas flores que le habÃan regalado al ninja. Una generación partida a la mitad por Internet, por los K, por las fiestas electrónicas, el celular, los bistró de Palermo y al mismo tiempo la fotocopia, el peronismo, los carritos de choripán en la costanera y la cantina italiana donde iba a cenar mamá, el próximo viernes, mientras la profesora pasaba la noche al lado del papá postrado, una vez más, para que no le quedaran dudas de todo lo que habÃa quedado en el camino. Lo peor de todo, dijiste, era que por más bueno que estuviera Internet el futuro habÃa resultado una cagada. El ninja empezó a reÃrse: ¿por qué te parece una cagada? Le habÃa dado dos secas al porro y estaba drogado a las seis de la tarde de un dÃa de semana. TenÃa trabajo que hacer, pero no tenÃa ganas. Porque sÃ, dijiste, porque creÃamos que iban a existir robots y naves voladoras, por lo menos que iban a inventar la patineta que flota de Volver al futuro, nunca pensamos que el siglo XXI iba a ser estar con un pie en la realidad y con otro pie adentro de una pantalla.
* Fragmento de Electrónica, página 54.
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