Y tuvo que llegar del desierto la evidencia salvaje, el aliento sagrado del viento sin mesura, del simún, avaro y codicioso, fehaciente, veloz, que resucita el polvo adormilado del archivo, ese orden púdicamente congelado por el ávido ojo del poder. Y tuvo que ser lengua, todavÃa, el verbo nuevamente hecho carne, esa palabra al viento, errante, empecinada, grave, clamorosa, atravesando encima de las muertes las frÃgidas murallas del silencio. ¡AlegrÃa del habla que se habla cuando ya nadie habla, patética, extremada alegrÃa, que estremece la alfombra del concilio y abre de un solo golpe, con su feroz abrazo de aire fresco, las ventanas del sigilo, el recaudo y la clausura! Del viento del desierto, saludable, incómodo, inmortal, sólo podÃa esperarse algo santo: el espesor ácidamente vivo de la verdad desnuda.
* Poema incluido en Lengua viva (Eduvim).
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