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Jueves, 23 de abril de 2015
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El director y actor francés Mathieu Amalric filmó una versión de una novela de Georges Simenon

“Hay que dejarse llevar por cada película”

Aunque se dio a conocer como actor –trabajó bajo las órdenes de Steven Spielberg y Wes Anderson—, El cuarto azul es su sexto film como cineasta. “Hay algo en las novelas de Simenon, y en ésta en particular, que te agarra y hace que no puedas dejar de leerlas”, dice.

Por Ezequiel Boetti
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Con cien films como actor, Mathieu Amalric quizá sea el actor francés más versátil de su generación.

Con casi un centenar de películas en tres décadas, Mathieu Amalric (1965) se convirtió en el que quizá sea el actor francés más versátil de su generación. Su rostro particularísimo, melancólico y alocado, como si preludiara una implosión interna, es uno de los pocos vistos con cierta recurrencia en la escasa porción del cine proveniente de esas tierras que se estrena comercialmente en la Argentina. Siempre inquieto y ávido de nuevos horizontes artísticos, a mediados de la década pasada trascendió el inexacto mote de “cine arte” cruzando el Atlántico para filmar con Steven Spielberg (Munich), Wes Anderson (El gran Hotel Budapest) e incluso ser la némesis de James Bond en Quantum of Solace. Y antes se había animado a dirigir, construyendo una obra compuesta por seis películas, la última de las cuales, El cuarto azul, subirá hoy a la cartelera. Ese Amalric, a diferencia del que habita sus criaturas delante de las cámaras, tiene miedo. Miedo de aburrir, de no gustar, de que el público descrea. Por eso asegura durante la entrevista telefónica de Página/12 que filma corto y conciso: a excepción de Tournée, todos sus films –El cuarto azul incluido– duran alrededor de 75 minutos.

Quizás el cóctel entre temor y su reconocida timidez explique por qué la adaptación de Rojo y negro, de Stendhal, sea una asignatura pendiente, aun cuando se trata de un nombre con peso específico en la industria. “Simplemente nunca conseguí el apoyo”, recuerda hoy Amalric, y explica: “Trabajé muchísimo, pero más que nada por placer. El problema es que los productores van a Cannes como si fueran a comprar pescado y no quisieron apoyarla; era muy temprano”. La desilusión mutó en entusiasmo cuando se le acercó su productor, el portugués Paulo Branco, con un proyecto casi abrochado. “Me dijo que dejara a Stendhal de lado para hacer algo más chico, un film noir clásico a filmarse en tres semanas y con poco dinero.” Así, el realizador de Le stade de Wimbledon pasó de una adaptación a otra, ya que la propuesta del habitual partenaire de Manoel de Oliveira, Raúl Ruiz y Alain Tanner era la versión fílmica de La chambre bleue, escrita en 1963 por Georges Simenon, el mismo de la saga del inspector Maigret. “Hay algo en sus novelas, y en ésta en particular, que te agarra y hace que no puedas dejar de leerlas. Creo que más que la historia, son las sensaciones, los olores y esas pequeñas cuestiones que me transportaban a un lugar que no sabría bien cómo definir, pero que hacía que inmediatamente me imaginara una película”, reconoce.

Protagonizada por el propio Amalric y Stéphanie Cléau, su mujer y habitual coguionista, y estrenada en el apartado Un Certain Regard de Cannes 2014, El cuarto azul presenta a uno de esos maridos burgueses lacónicos y distantes tan habituales al gusto creativo de los franceses, que aquí resulta flechado por una mujer. Flechazo del que él no podrá salir no porque no quiera, sino porque ella no lo deja, convirtiendo los encames ocasionales, todos concretados en el ambiente del título, en una historia de amour fou devenida triángulo amoroso y con un crimen postrero. “Me gustaba la narración en dos tiempos del libro: el interrogatorio con toda la presión de las preguntas, y después los momentos en el cuarto azul construidos a través de la memoria del protagonista –explica el director—. Sentía que el cine podía reflejar muy bien esa dualidad. No sé si en algún momento podré filmar Rojo y negro, pero al menos pude retomar cierto espíritu de esa novela en la escena del juicio y también en lo que él siente en ese momento. Me gusta la idea de que al menos algo de lo que estudié de Stendhal haya llegado a otras de mis películas.”

–Una de las diferencias principales respecto de la historia original es su desarrollo en la actualidad. ¿Por qué decidió trasladarla?

–Creo que el hecho de que la historia transcurriera en un pueblo chico y no en una gran ciudad, algo que se repite en varias novelas de Simenon, permite hablar de un aspecto humano general antes que de un hombre en particular. Todos sentimos atracción hacia otras personas y me parecía mucho más interesante marcar que eso no ha cambiado hasta hoy. Después, trabajamos mucho con abogados, peritos y policías para que el juicio fuera lo más real posible. Todo es real, así que aquellos que vean mi película podrán encontrar una fórmula para matar a sus esposas (risas). Es un método muy eficiente.

–¿Cómo fue esa investigación?

–Queríamos que el juicio y los interrogatorios fueran muy precisos para que el público no dijera todo el tiempo: “Ah, no, esto no funciona, no lo creo”. Las dudas tenían que pasar por otro lado. Que sea una historia siempre contada desde el punto de vista de Julien, y nunca se sepa qué pasa por su cabeza o qué tanto sabe su mujer, transforma a todo el asunto en una pesadilla. Y la vida también puede ser eso: nunca sabés qué está pensando la otra persona. Entonces era necesario que el interrogatorio fuera realista.

–El cuarto azul es la segunda película que dirige y actúa al mismo tiempo. ¿Se siente cómodo con ese doble rol?

–Bueno, trabajo con amigos y el mismo equipo de siempre, y en este caso filmamos en el mismo hotel donde nos hospedamos todos. Sé que nunca me dejarán solo; ellos saben cómo me gustan las cosas y yo sé cómo les gustan a ellos, algo que como actor y director es muy práctico. Además, escribí el guión con mi mujer, Stéphanie Cléau, así que se generó una especie de juego porque pudimos imaginarnos en roles distintos a los de la vida real: que ella sea una esposa infeliz y yo su amante. Es divertido.

–¿Siempre pensó en ella para ese papel?

–Sí, me parecía interesante elegir a Stéphanie porque es un rostro que el público no conoce mucho. Posiblemente los espectadores sepan que yo o el resto del elenco somos actores pero, ¿quién es esa Stéphanie? Uno ve a esa chica morocha y es tal cual la describe la novela. Es muy misteriosa. Y no es muy complicado trabajar con ella. Sabe muy bien separar lo profesional de lo personal y entiende que en el set tiene que ponerse a mis órdenes.

–Usted se sumó al elenco de Tournée apenas un par de semanas antes de arrancar el rodaje. ¿Aquí ocurrió lo mismo o siempre supo que iba a ser el protagonista?

–Aquí fui siempre yo, ni siquiera busqué. Fue todo tan rápido, casi un pestañeo. Paolo me decía: “Pará con Stendhal y hacé una película”. Y tenía razón. La idea surgió en febrero de 2013, escribimos el guión en un mes y medio, y en julio ya estábamos filmando las escenas de la playa y todas en las que necesitábamos que hiciera calor. Paramos unos meses, investigamos las cuestiones legales y retomamos en noviembre para el interrogatorio, el juicio y las escenas invernales.

–Más allá de ese rodaje veloz, hay un cuidado importante en la puesta de cámara...

–Bueno, debo reconocer que nos movimos mucho por intuición, tratando de filmar tomas cortas y repetir lo menos posible. Además, elegimos el formato 1:33, que es más cuadrado y nos permitía darle un tratamiento más fotográfico a la puesta en escena. Eso nos facilitó mucho la tarea.

–En una entrevista decía que cuando estaba filmando, estaba solo y tenía que “encontrarse a sí mismo como director”. Después de seis largometrajes, ¿se encontró?

–No, espero que no. Creo que en cierta forma cada película es la que decide y hay que dejarse llevar por eso. Tournée y El cuarto azul son muy diferentes, incluso con casi el mismo equipo, y ahora siento que quiero algo distinto. Trato de no estar en un lugar que siento que conozco porque es muy riesgoso, es mejor estar en una búsqueda constante.

–Una particularidad de toda su filmografía como director es la brevedad: a excepción de Tournée, los metrajes rondan los 75 minutos. ¿Le interesa ser conciso?

–Sinceramente, no sé por qué me quedan películas cortas. Quizá porque soy un poco tímido y tengo miedo de aburrir a los espectadores. Para esta película vi muchos film noir de los ’40 y los ’50, y como mucho duraban una hora y media. Eran muy veloces. Aunque también es cierto que me impresionan esos realizadores que se toman su tiempo, algo que solamente pude hacer en Tournée. Acá sentía que debía ser corto y muy veloz.

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