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Lunes, 15 de junio de 2015
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Opinión

La reconquista de la Patria

Por Rodolfo Edwards *

Megafón, o la guerra es un mensaje encriptado en una botella por un náufrago que porta una doble condición: es poeta y está depuesto. Detrás del Gobernante Depuesto, se encolumnaron el Militar Depuesto, el Cura depuesto, el Juez Depuesto, el Profesor Depuesto y el Cirujano Depuesto. “No quedó aquí ningún hijo de madre sin deponer”, concluye Leopoldo Marechal, el Poeta Depuesto. La autodenominada “Revolución Libertadora” en realidad fue “Involución Esclavizadora”, puesto que retrotraía al país a las épocas del fraude electoral, del contubernio y el ninguneo a las clases populares que volvían a ser desposeídas de la voz, del voto, de la dignidad. Como en un Ludomatic Fatal, el Pueblo retrocedía todos los lugares que había avanzado durante la Revolución Peronista y la piedra de Sísifo de los dictadores está vez venía cargada de horrores y venganza. “Vea, yo vengo de tan ‘bajo’ y salí a la superficie a través de tantas capas duras como el cemento, que hoy, sólo al recordarlo, me duelen todos los huesos del alma”, se autodefine Megafón, conjurado y dispuesto al combate.

“Queda prohibida la reproducción de imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas pertenecientes o empleados por los individuos representativos de organismos del peronismo.” (Decreto Ley Nº 4161, 5 de marzo de 1956), decían los falsos libertadores. “Perón halló una factoría con clientes rapaces de la picaresca española y dejó una feria de gitanos poblada de estafadores, tahúres y cuenteros del tío”, decía el Profeta Desdichado que escribió un verborrágico insultario para descargar toda su bronca acumulada hacia el peronismo. La historia popular estuvo entre paréntesis entre 1955 y 1972. Dentro de ese paréntesis, la resistencia peronista obró como la cigarra: de las napas profundas de su entierro tuvo el coraje y la ardiente paciencia para volver a ver la luz del regreso de su líder. Y ese regreso del Gobernante Depuesto marca el fin de un modelo narrativo: los relatos de la Resistencia, dentro de los cuales Megafón, o la guerra se constituyó como su cenit literario y litúrgico. El espacio/tiempo de la Resistencia se transformó en una usina de relatos, en máquina significante, en orgullosa y desinteresada gesta, donde afloró una legión de héroes anónimos.

“Muchacho, el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran victoria colectiva que recuerda todo los que parecen muertos en el olvido. Hay que buscar esa botellas y refrescar esa memoria”, le dice el ex mayor Aníbal Troiani, expulsado del Ejército en 1956, a Megafón como programa militante. Y esa “gran memoria colectiva” funcionó como un antídoto eficaz contra las diabólicas astucias del olvido, desafió gallardamente las normativas desaparecedoras (de nombres, de símbolos, de cuerpos). Profético y augural, Megafón, o la guerra es un rayo anticipatorio del estallido mortal de futuros cuerpos reales, despedazados como el mismo Megafón en la noche más larga y más cruel de la Argentina.

Las memorias y los documentos de la resistencia peronista, las acciones emprendidas por sus militantes para desestabilizar el proceso de proscripción y escarnio de las clases populares que se abrió el 16 de septiembre de 1955, encuentran en Megafón, o la guerra una continuidad natural; los hechos reales alimentan la alegoría marechaliana, dotando a sus personajes de un brillo feroz, de una ternura beligerante. Aquel verbo “volver” se sigue conjugando en presente: “Perón vuelve” es una consigna/talismán, ritornello, imaginario de la lealtad y razón de permanencia. Aquellos relatos que evocan tiempos ingratos pero también la dignidad de la lucha popular, se fusionan con las rapsodias de Marechal, configurando una de las mejores y más felices intersecciones entre política y ficción que se produjeron en la literatura argentina. Creer, tener fe, dibujar signos de esperanza en las paredes grises del cinismo, con la empecinada nobleza del corazón que no se rinde, siguen siendo banderas marechalianas que tenemos el honor de llevar en alto.

* Poeta y crítico.

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