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Jueves, 2 de julio de 2015
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Ezequiel Acuña estrena su cuarta película mientras se prepara una retrospectiva de su filmografía

“La música siempre apuesta a lo emocional”

En La vida de alguien, el cineasta vuelve sobre la primera juventud, los afectos y la amistad, temas que ya había abordado en sus films anteriores. Esta vez, el contexto es el de una banda de rock que se separó y que después de diez años puede finalmente editar su disco.

Por Oscar Ranzani
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“La vida de alguien es una película en la que las canciones narran y dicen algo”, afirma Acuña.

Hacía tiempo que Ezequiel Acuña tenía ganas de filmar una ficción sobre una banda y, más específicamente, sobre un músico. Después de sus tres largometrajes (Nadar solo, Como un avión estrellado y Excursiones), el realizador de 38 años se sacó el gusto con La vida de alguien, que tras su paso por el Festival de Mar del Plata se estrena hoy en la cartelera porteña y, a partir del sábado, podrá verse en el Malba, además de una retrospectiva de toda su filmografía (ver aparte). Este director, nombre importante del Nuevo Cine Argentino, tenía un texto escrito junto a su habitual guionista, Alberto Rojas Apel, que refería más al estilo de comedia musical como Casi famosos –escrita y dirigida por Cameron Crowe–, y Eso que tú haces, con Tom Hanks. “El proyecto no salió y yo tenía ganas de hacer algo ligado a la música. Me puse a escribir, saqué todo lo que tenía ese guión y mantuve el contexto musical: lo que tiene que ver con recitales, ensayos y el mundo del rock”, cuenta el cineasta en diálogo con Página/12. Acuña volvió a trabajar con actores de sus anteriores películas, como Santiago Pedrero, Matías Castelli, Ignacio Rogers y Nicolás Mateo, entre otros integrantes del elenco.

El resultado es un film sumamente interesante en la que Acuña vuelve sobre personajes de la primera juventud, los afectos, la amistad... todos tópicos de sus anteriores largometrajes. Con música de la banda uruguaya La Foca, La vida de alguien aborda la historia de un grupo, que no es exactamente La Foca, aunque se llama así en la ficción y comparte algunos rasgos de coincidencia. Unos amigos formaron la banda durante la etapa del secundario, pero cuando estaban por editar un disco, uno de los integrantes se fue y no volvió, aunque quedaron grabadas las canciones en un cassette (un guiño más del aire retro que tiene la historia). Una década después, dos de los fundadores tienen la oportunidad de reunirse y editar ese disco. El líder y compositor, Guillermo (Santiago Pedrero, que trabajó en los cuatro films de Acuña), intenta reflotar el proyecto. Pero deberá desentrañar el misterio de ese compañero del que nada se sabe. Y entrará en escena una cantante joven (Ailín Salas), que no sólo tendrá un romance con Guillermo sino que, a su manera, se unirá al proyecto.

–¿Definiría a La vida de alguien como una película nostálgica o melancólica?

–Tiene ambas cosas. Obviamente, cuando se habla tanto del pasado y de la ausencia, enseguida aparecen esas sensaciones. Entonces, la pérdida, la ausencia o la persona que no está y lo que fue la banda en su momento también tienen que ver con la sensación de cómo se siente el personaje en la actualidad, y más cuando recibe la noticia que el disco se puede reeditar.

–¿Por qué generalmente cuando habla de la amistad en sus películas lo hace a partir de la ausencia?

–Hay épocas en que uno revisa hechos o eventos del pasado y, por ahí, hay cosas que uno no vivió en determinada edad. Entonces, a veces, uno mira para atrás y se aferra a algunos momentos como si quisiera volver atrás con el tiempo y vivir eso que no vivió.

–¿Es por eso que le siguen interesando las historias con personajes adolescentes o de la primera juventud?

–Me gusta mucho eso. Sí, es que hay cosas incompletas, como cuando uno tuvo 18 o 20 y no las hizo. Entonces, quedó corrido, a destiempo o viviendo una tardía adolescencia. Por ahí, vivió otras cosas que no vivió otra gente. A veces, buscar ahí algunas cosas que uno vio en otra generación y que no le tocaron a uno, le da esa curiosidad de estar dialogando.

–Otro tema presente en su filmografía son los afectos. Si bien ésta no es una historia de amor, los afectos están presentes. Es un tema, en cierto punto, inagotable, ¿no?

–Es medio inagotable. Fíjese que hay varios vínculos. Está la relación del protagonista con el personaje que interpreta Ailín Salas, que es más de un enamoramiento de ella hacia él, pero también hay una compañía con el gordo que es el cantante de la banda. Y hay una ausencia: la del músico que falta. Y esa relación representó una especie de fuerte sociedad en el pasado (en este caso compositiva o ligada a lo musical).

–¿Intentó también reflexionar sobre las segundas oportunidades que se presentan en la vida?

–Sí. Cuando te dedicás al arte, el ser masivo, el ser popular son preguntas que, a veces, te dan vueltas en la cabeza. Y se trata simplemente de entender el lugar que te tocó dentro de ese mundo. Desde que empecé, por ahí con la primera película, Nadar solo, viajé, imaginé una forma de producción futura más simple o más accesible. Entonces, cuando uno se queda con ciertas convicciones que son cosas verdaderas en uno, pasa esto de revisar muchas veces algunas decisiones o cómo manejó uno ciertas cosas. Esto en la película incide en el momento en que ellos graban el disco. Y en el caso del personaje principal, Guille, no quiere ceder o no quiere saber tanto lo que fue esa grabación.

–¿Cómo eligió las canciones de La Foca que finalmente quedaron en la historia?

–Aparte del contacto que tengo con esta banda, edito en Buenos Aires sus discos. Entonces, ya medio de arranque, hice una lista larga de canciones que había en cada disco o material que no se había editado o que estaba grabado hace veinte años. Entonces, estudié cuáles podían ser las canciones que podían cantar Ailín y Santiago, cuáles eran para los recitales, qué otras canciones podían jugar e ir haciendo crecer la historia y también narrarla, de alguna manera. Para mí, es una película en la que las canciones narran y dicen algo.

–La música juega un factor clave en sus películas...

–Es clave porque, por un lado, las canciones narran o las letras son muy universales. Entonces, las ligás o te quedás con frases o cositas que tiene la letra y la disparás para donde estés sintiendo eso. La música incidental influye también o tiene que ver con los estados y lo que les va pasando a los personajes por dentro. La música siempre apuesta más a lo emocional.

–¿Por qué suele seguir convocando a los actores de sus otras películas?

–Porque a partir de las películas me hice muy amigo de ellos. No fuimos juntos al colegio, pero después de que estudié cine e hice mi primer film, tanto con Santiago Pedrero, Nico Mateo, Nacho Rogers o con Matías Castelli (que con él sí fuimos juntos el colegio), empezamos a coincidir en muchas cosas en la vida. Y tampoco son estrellas de la televisión o del cine. Entonces, tienen una vida más terrestre y el crecimiento va en paralelo: lo que le pasa a uno es conocido en el otro.

–¿Por qué todas sus películas están filmadas en la costa?

–De muy chico iba a Mar del Plata todo el tiempo. Iba mucho en invierno y en verano, y fue una ciudad que me marcó. Todas están filmadas en Mar del Plata, más allá de que alguna no mencione explícitamente que es Mar del Plata. Para mí, representa un lugar sumamente nostálgico. Era especial en una época porque había iconos que los identificaba con esa época. Como Sacoa, por ejemplo. Me iba una o dos semanas ya más grande a escribir, leer o hacer cosas que funcionaran ahí con un cierto espíritu. Y el año pasado, La vida de alguien estuvo en el festival. Es una ciudad a la que necesito ir durante el año dos o tres días, si es posible en invierno, porque en verano no es lo ideal para mí.

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