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Lunes, 20 de noviembre de 2006
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EL CIERRE DEL PERSONAL FEST

Los embajadores de Manchester

Más de 30 mil personas vivieron una jornada despareja: New Order estuvo impecable, pero Ian Brown cantó peor que nunca.

Por Roque Casciero
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El recital de Brown fue un auténtico papelón.

El sábado pasado, el club Ciudad de Buenos Aires se convirtió en la embajada cultural de Manchester, el lugar desde donde el rock inglés se revolucionó a sí mismo justo cuando el punk daba sus últimos estertores, y donde volvió a reinventarse una década más tarde. Por el amplio predio de Núñez pasaron en un rato los legendarios New Order, Ian Brown (ex cantante de Stone Roses), Andy Rourke (ex bajista de The Smiths en plan DJ) y Gaz Wheland (baterista de Happy Mondays, también tras las bandejas). Algo que ni en la mismísima Manchester había sucedido nunca, según admitió ante Página/12 Peter Hook, bajista de New Order. Entre las más de treinta mil personas que vieron la jornada final del festival había algún cuarentón que lloró las cuatro veces que el cantante y guitarrista Bernard Sumner revisó en su pasado (y el de Hook y el baterista Stephen Morris). Es que ellos tres, más el fallecido vocalista Ian Curtis, le habían puesto a través de Joy Division colores oscuros a la transición entre los ’70 y los ’80. Pero en el Ciudad también estaban los treintañeros que bailaron en los ’80 los temas con los que New Order hizo sencillo el hasta entonces imposible cruce entre dance y rock; y los que saltaron como enajenados cuando Brown recordó un par de temas bien Madchester (la Manchester loca) de Stone Roses.

Pero no a todos los “embajadores” les fue igual. Los New Order hicieron un show impecable, a la altura de sus pergaminos, con una seguidilla de hits inoxidables como “Blue Monday”, “Bizarre Love Triangle”, “True Faith” y “Ceremony”, más algunos temas recientes como “Crystal” o “Crafty”. Fueron cien minutos Con Sumner casi plantado en el centro del escenario y Hook llevando su bajo de una punta a la otra (con su sonido influyente, desde The Cure hasta Sumo), en los que demostraron en vivo y en directo por qué su sonido hoy es influencia clave de bandas como Interpol, TV On The Radio o The Rapture. Con ellos no importó demasiado que Sumner necesitara que una pantalla de computadora le recordara las letras, o que a veces se pasara de rosca con la arenga y los chiflidos para intentar levantar al público. Esas melodías que se bailaron en todo el mundo y la sensación de estar viviendo un momento muy anhelado fueron suficientes para obviar defectos menores. Porque además New Order se convirtió en varios ratos en Joy Division, lo cual fue un placer extra. El quinto tema de la lista fue “Transmi-

ssion”, y pareció que el fantasma de Curtis sobrevolaba el Ciudad y estrujaba los sentimientos. Esa sensación se amplificó en los bises, cuando el cuarteto (que completa el “recién llegado” guitarrista Phil Cunningham) pegó “Atmosphere”, “Shadowplay” y la inmortal “Love Will Tear Us Apart”. En los corazones de los fans, el final del concierto seguramente competirá mano a mano con la primera vez que escucharon a Joy Division. Y lograr eso en un festival no es nada fácil.

Todo lo contrario pasó con Ian Brown, cuyo concierto fue directamente un papelón. Los fans ya sabían que el Rey de los Monos (no hay más que verle la cara para entender por qué le dicen así) no es un gran cantante y que en vivo eso se torna muy evidente, pero el sábado realmente daba la sensación de que no podía afinar una sola nota. Si a eso se le suma su limitado rango vocal, cuesta comprender cómo fue que este tipo se convirtió en leyenda y por qué todavía hoy el primer disco de Stone Roses aparece en todas las encuestas sobre lo mejor que se hizo en el Reino Unido. El sonido no fue bueno y el panorama empeoró todavía más porque el guitarrista de la banda de Brown se enfermó, así que casi todo el concierto se apoyó en teclados, bajo, batería y percusión. Para revisar dos temas de su antigua banda, Brown invitó a Mariano Roger, violero de Babasónicos, de quien hace unos años había dicho que era “uno de los mejores guitarristas del mundo”. Pero, seguramente sin ensayos y con la obligación de ocupar el lugar de su admirado John Squire, Roger hizo lo que pudo en “I Wanna Be Adored” y “Waterfall”. Después la banda de Lanús en pleno subió a hacer el tema que Brown bautizó “Babasónicos” y que incluyó en su disco Golden Greats. La historia dice que se conocieron a través de la mujer de Brown, mexicana y amiga de los Babas, y que la colaboración fue a distancia. Sobre el escenario del Ciudad fue pura desprolijidad (y no precisamente de esa que se disfruta), responsabilidad exclusiva de Brown, quien cantó incluso peor que en el resto del show. No fue nada raro, entonces, que mucha gente prefiriera ver de qué se trataba el rock insulso pero efectivo de The Bravery en un escenario más chico, o que se divirtiera con los discos que ponía el batero de Happy Mondays.

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