Para un narrador es lindÃsima la posibilidad de ver un relato suyo convertido en pelÃcula. Con la salvedad de que esa nueva historia ya no le pertenecerá, ni siquiera en términos de futura comparación: es/será otra cosa, y resultado de un trabajo colectivo. En mi caso, la posibilidad de ver volar en la pantalla al primer superhéroe argentino colma y supera largamente mis expectativas iniciales. Ya estoy hecho. Con la ansiedad de la espera de un espectador más; y con la confianza en el laburo de todos.
Hay que contar algo. Zenitram es MartÃnez al revés. Cualquier varón de mi generación lo sabe: lo ha leÃdo inconscientemente durante décadas en la chapita metálica adherida a los depósitos de hojalata de los mingitorios públicos. La marca que el hispano propietario de la fábrica de accesorios sanitarios concibió para la posteridad memoriosa quedaba alevosamente a la altura de los ojos en el momento de mear en los baños de Constitución, de Retiro, en los cafés. Como Pescadas o Traful, Zenitram es una marca asociada a los menesteres Ãntimos del baño. Y mi historia partió de ahÃ.
El primer esbozo del cuento del primer superhéroe argentino que se transforma en el baño al decir la palabra mágica –en ¡Zenitram! hay algo del ¡Shazam! clásico– tiene 25 años. La versión definitiva, de menos de diez páginas, es de mediados de los ’90. Apareció primero en la compilación que publicó Colihue con ese tÃtulo y después fue uno de los trece relatos de La mujer ducha, editado por Sudamericana. Ahà lo leyó Luis Barone y ése fue el germen de esta pelÃcula sostenida ahora por un guión que tomó como punto de partida la situación básica del relato –la oposición Zenitram vs. Sistema de los Superhéroes–, pero que al pasar por diferentes manos y necesidades sumó múltiples peripecias y tramas paralelas. Hoy es, como debe ser, lo mismo, pero otra cosa.
Un dato más: la temática del agua –o de su escasez–, una de las obsesiones de la realización, irrumpió después. Algunos de los personajes asociados con ella están sacados de una novela anterior, Los sentidos del agua; el resto es pura realidad, como dice Mausi MartÃnez, pues la ficción, como siempre, queda chica.
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