Hace dos años fui a La Habana, por primera vez, para una actividad común con nuestro amigo Eliades Acosta Mattos, director de la Biblioteca Nacional de Cuba. En tres dÃas, poco puede conocerse. Pero conocer, ya conocemos, porque antes que nada el conocimiento es una creencia. Subyace lo que leÃmos, lo que hablamos con los que viajaron, lo que hemos sopesado una y otra vez del convenio dramático de Cuba con nuestra conciencia. Pero aquella vez, dejándome llevar por las calles, por ejemplo, una de nombre que ahora recuerdo, la calle Vapor, la ciudad vieja parece una joya antigua, percudida, de un esplendor único, pero apagado. Supe de los esforzados trabajos de restauración de las viviendas que dan al Malecón, dirigidos por un respetado historiador cubano. ¿Cómo restaurar esa riqueza arquitectónica entre el legÃtimo salvataje y la preservación pringosa? Es un crucial dilema histórico, arquitectónico y polÃtico. Por arrogante elección de una cartografÃa ilustre, me dirigà a la casa de Lezama Lima, en la calle Trocadero. Pregunté; dos viejos vecinos sabÃan lo adecuado para dirigirme a ella, informando sin sequedad pero sin el melindre jactancioso que solemos destinarles a los turistas. Un joven que husmeaba, listo para atraer turistas, me contó por el camino una graciosa historia que sin desmerecer su condición apócrifa, mereció unos pesos. El no conocÃa la casa del autor de Paradiso, a la que ya habÃamos llegado. DÃa lunes, estaba cerrada. Me alcanzó hablar con la portera y disimular la emoción. Asà debe hacerlo el verdadero turista, si además quiere saber algo más sobre su propia condición de viandante. La foto muy conocida de Lezama Lima en el balcón que da a la calle habÃa sido honrada. Pues ese mismo balcón es el que vi, no su biblioteca ni sus objetos, que me convencà de que interesaban menos que las escenas casi inmutables, ya sin él, que lo rodeaban en sus imágenes más celebradas. Vuelvo ahora para la Feria del Libro, cuyo tema es este año Argentina, con un grupo numeroso de escritores y artistas argentinos. Nuevamente, en representación de nuestra Biblioteca Nacional. Una discreta emoción me embarga, pues viejos fervores y leyendas contemporáneas hablan por nosotros y sin duda provocan que cada cosa que digamos sea calladamente un diálogo con aquellos simbolismos.
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