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Martes, 19 de junio de 2007
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OPINION

Hay que abrirles campo

Por Héctor Abad Faciolince *

La literatura no es como el deporte o la farándula, donde la juventud es un requisito esencial: dejas de ser joven y dejas de ganar carreras y de aparecer en MTV. La actualidad literaria de algunos octogenarios (Saramago, Gordimer, Szymborska, García Márquez) así lo demuestra. La literatura es un larguísimo maratón que dura toda la vida, no una carrera de cien metros planos. Sin embargo, este oficio tampoco puede estar dominado por una gerontocracia que define los nombres y los gustos. Como el mundo cambia tan aceleradamente en los últimos decenios, expresar las sensibilidades del presente requiere una constante renovación generacional. En El amor en los tiempos del cólera las relaciones amorosas avanzaban a través de mensajes enviados por telégrafo. Un amor de hoy va por mails, por teléfono, chat, sms, emoticones y melodías que viajan de celular a celular... De esa otra sensibilidad el portavoz difícilmente será alguien que sólo escribe a máquina. Mark Twain fue un pionero, el primer novelista que entregó a las editoriales sus libros escritos a máquina. Algunas cosas cambian y otras permanecen. Los sentimientos quedan, hasta las palabras para expresarlos se repiten, pero el medio y la sensibilidad se renuevan.

Para que nos cuenten cómo es eso, o si no hay ningún cambio, se juntan y se convoca a los escritores más jóvenes de América latina que ya hayan publicado al menos un libro destacado. La revista Granta lo hace en Inglaterra y en Estados Unidos. De vez en cuando publica antologías con límite de edad, en narrativa (y podría hacerse también en poesía), para esquivar la tiranía de los ancianos de la tribu. Queremos ver qué proponen los nuevos. Hay que abrirles campo. Además, en este caso, se mantienen así abiertos los vasos comunicantes entre los países latinoamericanos. Si los políticos y la economía no unen a nuestros países, al menos la cultura tiene que tener ese poder vigoroso de borrar nuestras fronteras, que son mucho más artificiales que reales.

La geografía, la historia, la lengua compartida nos obligan a estar juntos, a enriquecernos con las ideas, hallazgos e iniciativas del vecino. Aprender consiste en intercambiar, en crecer gracias a lo que al otro se le ocurre. Ponemos a circular ideas, estilos, propuestas literarias. Eso queremos. Que haya una gran reunión de 39 jóvenes escritores latinoamericanos menores de 39, dentro de unos meses en Bogotá. Esperamos que el jurado haya tenido buen olfato, dentro de otros 20 años nos juzgarán a ver si lo tuvimos o no. Si entre estos 39 narradores no hay un gran escritor, uno solo, dentro de 20 años entonces habremos fracasado en el intento, y ojalá ya no estemos aquí para pagarlo. Pero también dependemos de los vasos comunicantes que nos ayuden a crear el periodismo, las editoriales, los agentes, los lectores, los privados. Tratamos de ver todo aquello que se nos propuso con un espíritu abierto, amplio y generoso, más atento a los valores literarios que a los publicitarios.

¿Qué encontramos? Una serie de islas, un archipiélago con leves aires de familia: narrativa urbana, sexo, drogas, pero también historia. Prosa nerviosa, algo histérica, pero también morosa y preocupada por la contención formal y el cuidado de las palabras. No quisimos privilegiar ningún estilo. Nos dejamos guiar por el propio gusto, pero también por los gustos ajenos, pues no podemos saber si platos que nos parecen hoy ásperos al paladar, serán los preferidos de mañana.

* Escritor.

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