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Lunes, 26 de noviembre de 2007
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Textual

Esta es la primera vez que regresa a la ciudad, piensa M., no importa que en otras ocasiones haya creído que lo hacía, hoy es en verdad la primera vez. Hay en las palabras, en cada una de las palabras, la consistencia de las revelaciones. ¡Hace tantos, tantos años que se han perdido, la ciudad y él! Baja del ómnibus y sale de la Estación. El aire tiene el mismo peso caliente y dulzón que ha tenido siempre: un perfume a flor marchita que exhala sus últimas fragancias... La idea liviana de la muerte: el aire que se respira. Un taxi es un taxi, aquí y en todos lados, pero éste está particularmente en ruinas. (...) Desembocar en la calle Córdoba es fácil. Casi todo Rosario desemboca en la calle Córdoba. Una infinidad de astillas de cristal le hiere la mirada, el pulso, la ciudadela de la memoria... La derecha, hacia el oeste, es la dirección que lleva a Fisherton, el barrio creado por Henry Fisher a finales del siglo XIX para los trabajadores ingleses del Ferrocarril Central Argentino. En aquel extremo está el Country, así se le ha llamado siempre al campo de deportes del Jockey Club, 110 hectáreas de pistas para equitación; de canchas de golf, rugby, fútbol y tenis; de vestuarios y bares y restaurantes; de arboledas y jardines; de piletas de agua dulce y de agua salada; un lugar donde aquel chico pasa veranos felices. En esos tiempos, piensa M., se sabía qué era la felicidad, sobre todo, que la felicidad nunca es eterna sino más bien febril y efímera, como los fuegos artificiales, como un sueño, como anillos de humo, como todas esas cosas que nacen y se disuelven en la nada no bien han nacido...

* Fragmento de Rosario Express (Norma).

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