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Martes, 4 de diciembre de 2007
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Textual

“Nada justifica ningún pensamiento, los pensamientos se justifican solos.” En todo caso, en lo único que pensaba Jonathan era en irse del barrio. Es curioso, pero todos los gobiernos progresistas, los periodistas progresistas, los intelectuales progresistas, los urbanistas progresistas, los escritores progresistas y hasta los votantes progresistas (es decir, los periodistas, los intelectuales, los urbanistas y los escritores) se la pasan bla bla bla con la vuelta al barrio (aunque ellos vivan en torres, countries, o en casas recicladas en Palermo Viejo); como una especie de ontología del adoquín y la buena vecindad, de la bondad y la vida simple, la honestidad y las convicciones comunitarias, amenazado siempre por el avance del centro, de las luces de la avenida, por el mal del cosmopolitismo, del individualismo, de la especulación inmobiliaria; el avance del cemento sobre el pastito del jardín hogareño. Pues bien, nada de ese discurso hacía mella en Jonathan. Para él Villa del Parque era una suma infinita de hombres lavando sus autos con la manguerita; todos al mismo tiempo, el mismo día, a la misma hora (el domingo a la tardecita); primero las puertas y el techo, después los paragolpes y las luces, finalmente los cromados y la antena; hombres escuchando en la radio los relatos de Muñoz: “¡Peligro de gol!”; mujeres lavando los platos del asado, de las pastas, de la ensalada rusa. Los hombres que lavan los autos con tanto ahínco no lo saben, por eso es bueno que reciban esta información: en los barrios las mujeres les meten los cuernos por la mañana. Los meten con el mismo ahínco con que ellos croman el auto.

Fragmento de La expectativa (Mondadori).

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