Mi hermana dejó la escolaridad en tercer grado. No daba para más. En realidad no dábamos para más ninguna de las dos y yo dejé en sexto grado. SÃ, aprendà a leer y escribir, esto último con faltas de ortografÃa, todo sin h, porque si no se pronuncia, ¿para qué servirÃa? LeÃa dislálicamente, dijo la psicóloga. Pero sugirió que ejercitándome mejorarÃa y me obligaba a los destrabalenguas como MarÃa Chucena su choza techaba y un leñador que por ahà pasaba le dijo MarÃa Chucena vos techás tu choza o techás la ajena yo no techo mi choza ni techo la ajena sólo techo la choza de MarÃa Chucena. Mamá observaba y cuando yo no destrababa me daba un punterazo en la cabeza. La psicóloga impidió la presencia de mamá durante MarÃa Chucena y destrabé mejor, porque cuando mamá estaba, por terminar bien pronto MarÃa Chucena me equivocaba temiendo el punterazo (...) Yo no querÃa comer en la mesa de Betina. Me asqueaba. Tomaba la sopa del plato, sin usar cuchara y tragaba los sólidos agarrándolos con las manos. Lloraba si yo insistÃa en alimentarla porque aquello de meterle la cuchara en cualquier orificio de la cara. A Betina le compraron una silla de almorzar que tenÃa una mesita adosada y en el asiento, un agujero para que defecara y pis. En mitad de las comidas le venÃan ganas. El olor me producÃa vómitos. Mamá me dijo que no me hiciera la delicada o me internarÃa en el cotolengo. Yo sabÃa qué era el cotolengo y desde entonces almorcé, diré, perfumada con el hedor a caca de mi hermana y la lluvia de pis. Cuando tiraba cuetes, la pellizcaba.
* Fragmentos de Las primas.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.