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Sábado, 29 de junio de 2002
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Pablo Alabarces, teórico de la cultura popular.

El Mundial como una ficción

Por Martin De Ambrosio

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Pablo Alabarces es Magister en Sociología de la Cultura, titular de la materia Cultura popular y de masas en la Carrera de Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) e investigador del Conicet en el Instituto Gino Germani. Su tesis de doctorado (Universidad de Brighton, Inglaterra) cuenta la relación entre fútbol y nacionalismo en Argentina a lo largo del siglo XX. “Es un trabajo que me gustaría publicar, si es que las editoriales consiguen papel. Se llama Fútbol y Patria. Narrativas de la nación en Argentina.”
–¿Cuál es exactamente su área de estudio?
–Mi tema de trabajo en realidad no es el fútbol, sino las sociedades contemporáneas; prefiero pensarme como un analista cultural. Lo que pasa es que hace 10 años me encontré con el fútbol. Y resulta que es un objeto de estudio interesantísimo a la hora de pensar la cultura contemporánea y la cultura argentina. Esa es la razón por la que aparezco relacionado con temas que tienen que ver con fútbol, sociedad, violencia, deporte, cultura, identidades, nacionalismos, etcétera.

Futbol y violencia
–Ahora lo último que hice está relacionado con la violencia: trabajé como asesor de (el ex árbitro) Javier Castrilli en la provincia de Buenos Aires, haciendo investigación y también proponiendo políticas de prevención.
–¿Y cómo le fue?
–Fue un fracaso. Generamos mucho pero no se pudo aplicar absolutamente nada. El “proyecto Castrilli” se frustró. Hubo producción de investigaciones, de materiales e ideas, pero nada se llevó a cabo.
–¿Por qué?
–Básicamente, porque no hubo respaldo político.
–Qué raro.
–Es que tratar el tema de la violencia implica cruzarse con factores de poder durísimos, desde la policía bonaerense hasta los caudillos locales, intendentes, punteros, y todos esos subproductos de las relaciones clientelares. Puedo sacar una conclusión de esa experiencia: cortar con la violencia en el fútbol argentino sería un milagro.
–Era un choque imaginable.
–Sí, yo lo sabía. Por eso me dediqué básicamente a hacer investigaciones, a generar saber para que después quien quiera tomar las decisiones lo haga. Lo que propuse fue sacar a mucha policía del medio, y poner a más sociólogos, comunicadores y antropólogos trabajando directamente en los clubes. Eso no se pudo hacer. Y no se trata de políticas caras: 500 mil pesos por año, no es caro para la capacidad estatal. Chauchas y palitos.
–¿Y con eso se solucionaría?
–Si se maneja eso durante diez años, te puedo asegurar que sí. Los que trabajaron en el tema en Inglaterra y España te dicen que necesitás tres años para ver los primeros resultados. En Argentina te dan tres minutos. O tres días como mucho.

Mundial y circo
–¿Cómo trabajó el tema del Mundial de Fútbol?
–A través de Clacso se armó un grupo de trabajo con investigadores de toda América latina, con la idea de ver cómo se narraba este Mundial en cada uno de los países. Y yo tenía expectativas, pero con la derrota argentina se cancelaron muchas cosas, incluso el mismo corpus: no hay más suplementos deportivos, y ya nadie le presta atención al Mundial. Pero igual se pudo comprobar que no hay un relato latinoamericano único. Muy por el contrario, se rompen las afinidades regionales, se remarcan las diferencias y se cabalga sobre ellas.
–También hubiera sido interesante ver cómo se aprovechaba políticamente el triunfo.
–Sí. Lo único interesante que apareció fueron las publicidades, que no generaron un clima de exitismo –que por cierto ya existía– sino que lo realimentaron. También es interesante ver cómo se leyó la derrota en el periodismo deportivo. Ahí se ve claro que la derrota impidió un gran negocio de facturación. Por su parte, las publicidades intentaron hacer creer que con el Mundial se soldarían las fracturas sociales y económicas de la sociedad. Y hubiera sido interesante comprobar que esta hipótesis era falsa. Nadie se iba a abrazar con el señor Sacerdote, dueño del BostonBank, sólo porque Argentina ganaba el Mundial. O con Menem o Cavallo o López Murphy. Mi idea es que no se puede construir este tipo de imaginario exitoso sobre la nada, sobre la pura fantasía. Está claro que esto era sólo deporte.
–¿Y no había modo de usar el Mundial desde lo político?
–Ese es el cierre de mi tesis. Sostengo que en este momento la distancia entre lo simbólico y lo político es tan grande que la única resolución es política. No es socioestética. Porque el fútbol es en última instancia un acto socioestético: tiene que ver con la creatividad, con el juego, pero no puede producir magia. En el momento en que la crisis se revela como puramente política, y no como imaginaria ni simbólica, en ese momento el fútbol no puede salvar a la situación crítica. Esta es una sociedad que está a punto de desintegrarse. Ahora, ¿qué puede hacer el fútbol con esto? Respuesta: nada.

Futbol ficcion
–Alejandro Dolina dice que el Mundial no funcionaría sin lo peor de los sentimientos nacionalistas.
–Dolina agrega que si se juntarán los 23 mejores jugadores de cada país, se mezclaran todos y se sortearan las camisetas, indudablemente se vería mejor fútbol, pero no le interesaría a nadie. Es así. La ficción está planteada desde el momento en que un equipo tiene el nombre de un país. Y encima la camiseta remite metonímicamente al símbolo nacional que es la bandera. A partir de ahí, el circo está montado en torno de la ficción de representación nacional.
–Pero el espectador no ignora esto, ¿o sí?
–No lo ignora, para nada. La participación del espectador es un requisito básico de la ficción. Fíjese cómo, con Argentina eliminada empieza la rifa de simpatías, ¿por quién hinchamos? ¿por jugadores? No, por algún tipo de relato que permita justificar esa simpatía. Por ejemplo, son negros, pobres, africanos y tercermundistas: ¡Vamos todos con Senegal! Son blancos, imperialistas, dominadores, malos ¡Abajo Alemania!

Producción: Federico Kukso.

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