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Sábado, 12 de enero de 2002
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Los médicos, ¿pueden medicar?

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Por Dr. Jorge Braguinsky

Hace unas pocas semanas hubo un cierto “ruido” mediático que, en función de los ruidos muy grandes que tuvimos en el país, pasó rápidamente a un lógico olvido. Ese ruido estaba relacionado con un problema médico.
Salvo la saludable divulgación de la información médica actualizada, realizada por los muy buenos expertos que tenemos en nuestro medio, no parece conveniente que una polémica médica se lleve al ámbito público. En estas discusiones las partes deben mostrar evidencias consistentes de sus razones, y con frecuencia exigen datos muy rigurosos y especializados, que tienen un lenguaje técnico propio, todo ello no asequible al público en general. Por otro lado puede ser que un profesional critique abiertamente una postura –por ejemplo un tratamiento– durante el debate, sin que ello signifique que la verdad está de su lado, y que una persona que está con ese tratamiento lea eso y quede muy confundido o abandone el tratamiento. Eticamente hay más razones a favor de la discreción y cuidado con que los médicos deben encarar su quehacer permanentemente y evitar cualquier actitud que caiga en el sensacionalismo, el exitismo o la promoción personal.
Esto es en general claro para la gente y para los médicos. Pero en el área del tratamiento del sobrepeso y la obesidad esto no siempre sucede. Las causas son diversas y sería interesante un día entrar en ellas. Pero mientras tanto conviene recordar que estamos viviendo lo que se llama una epidemia global y progresiva del sobrepeso, que en la actualidad abarca a más de una persona adulta de cada dos en la mayor parte de los países con un cierto grado de desarrollo, incluido el nuestro, a pesar del riesgo país. Esto no es lo más grave. Las proyecciones indican que dentro de unos veinte años la proporción de obesos (un grado de sobrepeso de riesgo, y en el lenguaje cotidiano, la obesidad médica es ser apreciablemente gordo) será también de más del 50 por ciento de los adultos. Esto equivale a que casi todos tendrán sobrepeso. Viviremos en un mundo de gordos, con las consecuencias de tipo médico que hoy sabemos que ello significa. Y esto no es por elección personal ni por simples fallas en la voluntad o simples “errores” en la alimentación: más bien implica una fuerte tendencia que asociada a las característica de nuestro modo de vida concluye en obesidad, diabetes y otros problemas. Otra consecuencia es que el tratamiento de esta afección es muy difícil.
Hoy se acepta que la obesidad es una enfermedad crónica de base metabólica, lo que la vincula con la diabetes y con las alteraciones de las grasas circulantes (triglicéridos, etc.); todo esto es muy importante porque su destino final puede ser la aterosclerosis, cuya manifestación más notoria es la enfermedad coronaria, principal causa de muerte en nuestro modo de vida. El siguiente cuadro pone en números esto que estamos diciendo:

Aumento del riesgo
relacionado con obesidad
Diabetes aumenta el riesgo 3,8 veces
Hipertensión 5,6 veces
Colesterol alto 2,1 veces

O sea que no podemos darnos el lujo de no tratar eficazmente a la obesidad. Como es sabido, para perder el exceso de grasa que se puede tener depositado hay que ingresar por un período no corto menos caloríasde las necesarias (para entonces quemar las que se tienen en exceso como reserva) y hacer más actividad, por lo mismo, o sea utilizar más las reservas calóricas. Pero no es fácil comer menos de lo necesario durante un tiempo prolongado. Se recurre entonces a técnicas en los planes de alimentación, algunas de ellas muy eficaces. Desgraciadamente, a veces esto no es suficiente; sin embargo, con frecuencia el adelgazamiento es imperioso. Entonces, y tal como sucede en la diabetes y las otras enfermedades metabólicas, “primas” de la obesidad, se recurre a alguna medicación, que esté probada, que sea eficaz y que no traiga inconvenientes de ningún tipo. Hay varias de ellas y el médico que trabaja en la especialidad debe saber utilizarlas; como todo médico en cualquier especialidad por otra parte. Y también saber no utilizarlas. Este es el saber profesional de los médicos serios, estudiosos y prudentes: saber utilizar fármacos, y saber no utilizarlos. Hace unas semanas sin embargo, y a propósito de la aparición de personajes delincuenciales que hacían ejercicio ilegal de la medicina, en los medios y particularmente en la televisión hubo una cierta campaña, a veces de bajo nivel, a veces agraviante, contra el uso de fármacos en la obesidad, generalizadamente, sin discriminar. Hubo colegas que participaron de la campaña, lo cual ya era mucho más grave porque entonces se agregaba el desconocimiento médico u otras razones.
Hay claramente dos actitudes no médicas: la del “pastillerismo”, la del apuro médico, sin vigilancia del paciente y con uso indiscriminado de combinaciones medicamentosas y también la de quienes levantan el estandarte de “nunca fármacos”, estandarte que ningún médico preocupado por su buen manejo profesional se permitiría en ninguna especialidad.
En relación con estos temas a principios de diciembre la Sociedad Argentina de Obesidad organizó una reunión en la Asociación Médica Argentina, la casa científica de los médicos de este país, donde se expusieron claramente estas posiciones.
En resumen, los médicos sí pueden medicar. Para ello deben estar bien actualizados, ser cuidadosos y también procurar ser eficaces.

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