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Sábado, 4 de diciembre de 2004
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HISTORIA DE LA CIENCIA: AVERROES, FAN DE ARISTOTELES

Los buenos están en todas partes

Por Esteban Magnani
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Comentario del poema de medicina. s. XII.
El mundo globalizado que plantean, hegemónicos, los medios y los políticos se parece cada vez más a una película de Hollywood: no admite demasiadas complejidades y permite trazar fácilmente una línea entre buenos y malos. En algún momento, los malos son los comunistas, en otro son los musulmanes, más tarde quizás le toque a los panaderos. Más allá de quién ocupe el rol, el malo es la contrapartida imprescindible para que alguno pueda presentarse como el bueno.
Actualmente los malos suelen ser los musulmanes, como si bajo el denominador común del turbante existiera un todo unívoco, que suele ser aceptado por los mismos que luego distinguirán entre el habitante del Bajo Flores y de Caballito o entre piqueteros duros y blandos. Para abrir fisuras en esa imagen simple y funcional sirve saber algo más sobre la historia de un pueblo plagado –como todos– de buenos, malos, fanáticos, tolerantes y muchísimos intermedios.
Vale recordar, por ejemplo, cómo en los tiempos de barbarie europeos de la Edad Media, fue en el Islam en dónde se refugió y desarrolló buena parte de la ciencia que luego reingresaría, sobre todo a partir del siglo XIII, a una Europa algo más calma. Uno de los grandes hombres de ciencia de aquel entonces fue un gran comentador de Aristóteles llamado Abu Al Walid Muhammad Ibn Ahmad Ibn Muhammad Ibn Ahmad Ibn Ahmad Ibn Rushd, aunque en la Europa medieval se lo simplificó como “Averroes”. Este gran científico que vivió entre los años 1126 y 1198, puede servir como prueba de que los retrógrados o incluso los imbéciles no se pueden identificar tan ligeramente con una religión, país o cultura sino más bien que parecen distribuirse equitativamente entre todas las categorías humanas.

EL COMENTADOR
Averroes nació en la Península Ibérica (que, cabe aclarar, fue más tiempo musulmana que “española”). Desde allí, junto con otros grandes pensadores islámicos como Abubacer (Ibn Tufayl) se dedicó al estudio de los clásicos, que en aquel entonces, eran sobre todo de origen griego e indio. Entre estos pensadores musulmanes descolló Averroes, sobre todo por el estudio sistemático que hizo de Aristóteles. Así se conoció al ibérico simplemente como “El comentador” y al griego como “El filósofo”. Tal era su fanatismo por la obra de quien consideraba “la más alta perfección humana” (del que lo separaban casi 1500 años) que rechazó al igual que su maestro la entonces dominante obra de Ptolomeo.
De la misma manera que, por ejemplo, Galileo sufriría persecuciones por sus ideas, Averroes sufrió a los conservadores de su propia religión. Averroes no era un ateo ni mucho menos: de hecho en aquellos tiempos era prácticamente imposible encontrar ya fuera entre cristianos, judíos o musulmanes algún pensador que no creyera en alguna forma divina. Por ejemplo, Averroes identificaba sin problema –como luego haría Santo Tomás de Aquino– al primum mobile aristotélico (el primer motor que mueve todo lo demás) con Alá. Lo que irritaba a sus contemporáneos religiosos era sobre todo su convicción de que ciencia y filosofía no pueden contradecirse simplemente porque actúan en planos distintos. De hecho, para Averroes el Corán era un texto que servía para hacer una suerte de proselitismo entre los incultos, mientras que los más sabios debían llegar a Dios observando al mundo. Dios era para él, como dice el filósofo italiano Ludovico Geymonat, “un principio de racionalidad”, es decir, un ser que no actúa por capricho sino un arquitecto coherente de un mundo lógico. Es en esa lógica –insistía– en dónde puede encontrarse la huella de Alá. De esta manera existía una “doble verdad”: la primera para el vulgo y la segunda para los pensadores que debían respetar el dogma sólo exteriormente y dedicarse al mundo exclusivamente racional.
A fines del siglo XII una ola de fanatismo religioso musulmán, casi una Inquisición islámica, asoló una Andalucía amenazada por el avance cristiano; Averroes, quien había tenido cargos públicos, se aisló en un lugar cercano a Córdoba, donde fue vigilado hasta su exilio en Marruecos y su posterior muerte. Muchas de sus obras se perdieron para siempre a causa de la censura y su muerte marcó el final de la cultura liberal mora en España.
A principios del siglo XIII los religiosos europeos comenzaron a recibir la fuerte influencia de Aristóteles, redescubierto a través de Averroes. Gracias a él y a otros pensadores musulmanes, la España de la Reconquista se convirtió en el gran centro de la cultura.

UNIVERSALITAS
La figura de Averroes pertenece a una cultura sin fronteras que no debe reconocer límites ficticios como la etnia o la religión. Se trata de uno de esos personajes universales, digno de ser recogido, por ejemplo, por otro hombre universal, Jorge Luis Borges, quien en La búsqueda de Averroes describe la Andalucía que ve el protagonista por la ventana, una tierra amplia a la que no parecen interesarle las creencias de quienes la pueblan: “abajo, el atareado Guadalquivir y después la querida ciudad de Córdoba, no menos clara que Bagdad o que El Cairo”. Al igual que a esa España, al saber, tampoco parece importarle quién lo habite.
Creer que los seres humanos se pueden dividir por alguna cuestión anecdótica como la nacionalidad o el color de piel, es funcional a un sistema que busca dividir, separar y enemistar. Por eso este breve homenaje a Averroes, un hombre que construía con tolerancia, uno de los “buenos”.

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