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Sábado, 23 de abril de 2005
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¿EXISTEN LOS AGUJEROS NEGROS?

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Por Federico Kukso
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El aparente fijismo que embadurna al zoológico cosmológico hace que cualquier atisbo de duda que se precipita sobre su extravagante fauna suene como un terremoto: ya ocurrió en ocasión de la crisis de identidad planetaria por la que atraviesa Plutón (¿es un planeta o simplemente un gran asteroide errante del cinturón de Kuiper?) y vuelve a pasar esta vez con los agujeros negros y su condición de existencia. Al fin y al cabo, estas monstruosidades astrofísicas, aún inobservables (ya que su apetito es tal que además de absorber todo tipo de radiación o materia que se acerque demasiado, ni siquiera deja escapar a la luz) y que gozaron de varios apodos a lo largo de su vida conceptual (“estrella congelada”, “singularidad desnuda” y “ojo del diablo”, hasta que John Archibald Wheeler le propinó su etiqueta definitiva en 1969) no tienen garantizada con seguridad, pese a lo que muchos creen, su existencia por fuera de la frialdad de la teoría. Es verdad: son una de las más celebradas predicciones de la teoría general de la relatividad de Einstein (debido a que demostrarían en carne propia que, por efectos de la gravedad, objetos de gran masa curvan el espacio-tiempo) pero tal título no les “regala” la existencia.

El inglés Stephen Hawking y Roger Penrose los habrán hecho populares (según ellos un agujero negro es “un conjunto de sucesos del cual nada es posible escapar a gran distancia”) pero hasta ahora no lograron exponer evidencias concretas de la presencia de estos curiosos objetos espaciales en el cielo, protagonistas y señores de relatos de ciencia ficción y fantasías espacio-temporales.

La incertidumbre que los colma en vez de deportarlos al olvido teórico de las criaturas improbables, los vuelve más atractivos y sospechosos. Así se dijo, por ejemplo, que en el centro de la mayoría de las galaxias (entre ellas la Vía Láctea) hay agujeros negros supermasivos, como para demostrar su falta de exclusividad.

Pese a ello, no son muchos los científicos que salen al ruedo y confiesan abiertamente su rechazo absoluto a los agujeros negros. No les va ir contra estas vedettes astronómicas tan pomposas y atractivas. Evidentemente, eso no le importó ni un poco al físico estadounidense George Chapline (Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, California) que se atrevió y mandó por escrito a la revista Nature su postura en el asunto: “Es una certeza que los agujeros negros no existen ni pueden existir”, enfatizó. Lo que cree, en cambio, es que el colapso de las estrellas masivas (que por mucho tiempo se pensó que conducía a la formación de agujeros negros) en verdad ayuda a la formación de estrellas que contienen energía oscura (la culpable a su vez –supuestamente– de la expansión acelerada del universo), una nueva candidata que se suma a la troupe astronómica enfrascada en la sangrienta lucha por la popularidad celestial.

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