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Sábado, 9 de julio de 2005
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UN CATALOGO DE FOBIAS Y TERRORES PARTICULARES

En la boca...

Asoman cuando se les da la gana, hacen temblar al más fortachón y al más valiente, y mantienen en vilo al mundo racional con sus caprichos y ocurrencias siempre disparadas por un objeto considerado inofensivo por el resto de las personas. Transhistóricas y totalitarias geográficamente, las fobias –trastornos causados por factores biológicos, psíquicos, históricos y ambientales– siempre dicen presente con sus brotes de irracionalidad, ansiedad y temores extremos que doblegan al sufriente sin demasiada resistencia. Conozca cuáles son los nuevos neologismos del miedo que prometen desbancar en popularidad a las clásicas aracnofobia y claustrofobia.

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ADEMAS DE LA CLASICA ARACNOFOBIA, EN EL CATALOGO FOBICO SE PUEDEN HALLAR SORPRESAS COMO LA “OCTOFOBIA” (MIEDO AL NUMERO OCHO) O LA “ABLUTOFOBIA” (TEMOR A BAÑARSE).

por Enrique Garabetyan


Las manos transpiran. El corazón se acelera. La garganta se cierra y respirar se vuelve demasiado difícil. Las ganas de gritar, de salir corriendo, bordean lo incontrolable. Gana el mareo y se presiente el desmayo. ¿Síntomas extraños? En absoluto: con sus más y con sus menos, aproximadamente entre un 6 y un 8% de los seres humanos sufrió –de primera mano– algunos de los síntomas clásicos de un acceso de fobia. Pero lo que ya no es tan conocido es la larga cantidad de distintos “miedo a algo” que han llegado a contabilizar los especialistas en este tipo de trastornos.

Algunas de las fobias más populares son verdaderos clásicos, tanto sean sufridos en carne propia como por conocidos directos. Se enumeran, entre las usuales, la agorafobia (miedo de estar en lugares abiertos) y que incluye el temor a alejarse del lugar “conocido”. Suele dispararse cuando la persona afectada intenta salir de su casa, o al querer viajar en medios de transporte varios. Y puede extenderse hasta hacer imposible algo tan simple como entrar a un cine, caminar por una calle atestada y un sinfín de otras situaciones cotidianas similares.

Le sigue otro ejemplo –algo menos conocido pero también muy habitual– como es la fobia social. Esta es palpable ante el patente temor a ser evaluado por un grupo de personas. Allí se anotan las dificultades para hablar en público, dar charlas o conferencias. Y hasta llegar a una simple mesa de examen oral.

Otro clásico de larga data y acreditada prosapia es la claustrofobia, que representa el recelo a encontrarse en lugares cerrados y pequeños (el típico ascensor, por ejemplo), que generan la idea de no tener una vía de escape, situación que puede terminar disparando una auténtica crisis de pánico.

Fobias especificas

En un clásico cuento corto del maestro Fredric Brown, se narra la historia de una persona feliz, cuyo único –y relativamente menor– problema en la vida resultaba ser el no poder tolerar a los gatos. Este caso de extrema “alurofobia” lograba ser curado por un hábil psiquiatra con una efectiva terapia de shock. Que sólo tenía un pequeño contratiempo: el tratamiento le despertaba al protagonista un tan violento e inmediato acceso de “ginefobia” (pánico a las mujeres) que la sola visión de la secretaria del profesional lo llevaba a la muerte en el mismo consultorio.

Lo cierto es que Brown logra transmitir –en términos risibles pero efectivos– el tono de un par de fobias particularmente extrañas, pero tan preocupantes como otras supuestamente más “serias”. Ambas son, apenas, dos ejemplos de un listado increíblemente largo.

Algunos de los miedos que componen este catálogo son muy conocidos, desde la clásica “pterygophobia” (más conocida en español como “aerofobia”) que suele ubicarse en el top ten de la popularidad y que es simplemente el miedo a volar. Hasta las más extrañas y particulares como la mencionada ginefobia o su contraparte genérica, la hominofobia.

De hecho, son tantos estos miedos específicos hasta hoy clasificados que la misma idea de darle una entidad propia y diferente a cada uno ya está en retroceso entre muchos especialistas. De todos modos, los ya compilados pueden ser agrupados en un puñado de divisiones:

Animal: Temor a todo tipo de animales, situación que suele despertarse durante la infancia.

Ambiental: Temor a situaciones relacionadas con la naturaleza y los fenómenos atmosféricos, como tormentas o a precipicios o el agua. También comienza manifestarse desde la juventud.

Sangre, inyecciones y daño: Temor a la simple visión de la sangre o heridas. O a recibir inyecciones, vacunas u otras acciones médicas (generalmente de carácter invasivo). Presentan una particular incidencia familiar y suelen expresarse en un descenso de la presión arterial que termina en el vulgar e incómodo desmayo. Es un clásico ejemplo que conocen bien médicos y enfermeras, que terminan atendiendo al pariente sano antes que al paciente levemente lastimado.

Situacional: Temor a situaciones específicas, como viajar en transportes públicos, pasar por túneles y puentes, subir a un ascensor, volar en avión, viajar en coche o entrar a un lugar cerrado.

Otros tipos: Temor a otra clase de estímulos, entre los que se incluyen situaciones que pueden conducir al atragantamiento, al vómito, a la adquisición de una enfermedad; fobia a los “espacios” (por ejemplo, el individuo tiene miedo de caerse si no hay paredes u otros medios de contención), y el miedo que los niños demuestran ante sonidos fuertes o frente a una persona disfrazada.

Cientos de nombres

Aunque los psiquiatras entienden las fobias como un único tipo de desorden de la ansiedad, lo cierto es que una incontenible tendencia a la denominación precisa ha hecho que se formen cientos de términos médicos que definen un particular “miedo a”. Es en la práctica un atractivo juego de palabras porque basta con agregar el objeto del temor –preferentemente en su acepción griega, eventualmente latina– al sufijo “fobia” para obtener una definición que suena clínicamente respetable.

Enumerar todas es prácticamente imposible, y para los interesados Internet provee un adecuado campo de búsqueda. Pero es posible anotar algunos casos que se destacan.

Eso sí, es importante recordar que los neologismos del miedo comprenden muchos casos, pero hay un puñado de palabras que cumplen con dicha regla creativa pero que no están relacionadas con las fobias “médicas” sino con usos no clínicos de un postfijo más que práctico. Así pueden listarse la Islamofobia, la homofobia o la xenofobia, entre otras. A continuación, una muestra:

Acrofobia: también definida en ocasiones como altofobia, batofobia, hipsifobia o hiposofobia. Es un miedo irracional e irreprimible a las alturas que comienza a hacerse sentir usualmente durante la adolescencia. Como tantas otras, la acrofobia genera fuertes niveles de ansiedad y eso lleva a evitar a toda costa la situación temida. Casi típico; asomarse a un balcón, acercarse al borde de un precipicio o subir a un mirador elevado. El tratamiento más común para estas condiciones es la “habituación”, en la que se le enseña al paciente a utilizar técnicas de relajación para enfrentar la situación estresante y se lo somete gradualmente a las condiciones donde se desata la fobia, para que el miedo vaya disminuyendo. Es uno de los escenarios en que la tecnología informática puede ayudar a la clínica, como por ejemplo el uso –todavía incipiente– de la realidad virtual.

Los números: Aunque suene extraño hay dos números que han generado sus propias fobias. El 13 –asociado a la mala suerte, lo cual podría explicar su origen– genera la “triscadecafobia”. Y el ocho –con su “octofobia”– tiene su propio lugar en esta lista.

Ablutofobia: se encuentra en el primer lugar de la lista de fobias, si se la ordena alfabéticamente. Es el miedo a bañarse o lavarse, y solía pensarse que era un claro síntoma ligado a la adolescencia. Aunque no es, claro, algo académicamente probado.

Alurofobia y cinofobia: miedo a los gatos y a los perros, respectivamente, son dos de las zoofobias que resultan fáciles de entender. E, incluso, deducir cómo y eventualmente dónde se desatan. Incluso la aracnofobia o la “herpetofobia” (serpientes) han sido explotadas en innumerables películas y libros de terror. Pero es más complicado entender la “cnidofobia” (miedo a las picaduras de insectos), la “helmintofobia” (miedo a estar infectado por gusanos) o la ictiofobia (a los peces).

Onomatofobia: es el atractivo nombre que merecería ser objeto de estudios lingüísticos y un clásico para las palabras cruzadas de los domingos: así se denomina al desasosiego mórbido relacionado con un nombre o una palabra en particular. O con el mero hecho de ser nombrado por otros.

Socioeconómicas: En un llamativo rubro “social” podría clasificarse la “peniafobia” (miedo a la pobreza) y un mal que parece extenderse como epidemia por la Argentina: la politicofobia.

Distiquifobia: es otra afección a la que los argentinos deberían ser –desde el punto de vista de la epidemiología– muy proclives, dado que se la define como un “recelo feroz a los accidentes”, tema en el que las estadísticas nacionales son desgraciadamente altas.

Espaciofobia: es una situación bien aprovechada tanto por H. G. Wells como por Orson Welles y Steven Spielberg a la hora de la literatura, la radio y el cine, como bien sabe cualquier espectador de la película Guerra de los mundos. Esta fobia es el miedo feroz al espacio exterior.

Clima: Las tormentas y los rayos también tienen su temor asociado y se los denomina “astrafobia” o “astrapofobia”, situación que los más pequeños suelen sufrir en alta proporción.

Hematofobia: es un clásico que los médicos suelen registrar en un alto porcentaje entre los acompañantes de sus pacientes heridos. La vista de sangre, incluso en pocas gotas, y de agujas, inyecciones, bolsas de suero y demás parafernalia ligadas al rojo flujo vital desata mareos y desmayos entre quienes sufren de la patología también conocida como “hemofobia” o “eritrofobia”.

Mujeres, esposos y sexo: Otra patología –que no parecería tener un alto número de afectados entre el sexo masculino– es la “caligynefobia” o “enustrafobia”, que simbolizan el miedo a las mujeres hermosas, situación que suele acompañar a la timidez y a un fuerte complejo asociado al rechazo. Aunque no sería raro que –en numerosas ocasiones– esa condición esté agravada por una “erotofobia” o temor al amor sexual y/o a las preguntas sobre sexo.

En una temática relacionada, algunos hombres podrán decirles tranquilamente “no” a sus novias, respaldados por un práctico diagnóstico de “gamofobia” (temor al casamiento). Cosa que entre las mujeres puede trasladarse a una “tocofobia” (sinónimo de “maieusiofobia” para otros) a la que se la relaciona con un potente temor al embarazo y al momento del alumbramiento.

Como digno cierre de este corto y llamativo listado, es muy útil recordar una frase de Franklin D. Roosevelt quien –en medio de un discurso exaltado– exclamó: “A la única cosa a la que debemos temer es a tener miedo”. Una excelente definición de “fobofobia”.


LA MENTE Y SU CAJA NEGRA

Su etimología marca que el vocablo proviene de “phobos”, palabra que los griegos destinaban a denominar el miedo. La definición clásica da cuenta de que “una fobia es un miedo extremo e irracional a una situación u objeto específico”. Y vale aclarar que dicho objeto disparador de la ansiedad debe ser considerado por el común social como algo inofensivo. Los manuales de psiquiatría suelen clasificarlas dentro del ancho y flexible grupo de “trastornos de ansiedad”. En casos graves, las fobias llegan a generar una verdadera situación de discapacidad en quien la padece y son la causa final de una lastimosa calidad de vida.

Entre las situaciones que se mencionan como causas de una situación fóbica aparecen listados factores biológicos, psíquicos, históricos y ambientales del individuo. Y obviamente suele notarse que muchas fobias perduran por generaciones familiares y no por motivos estrictamente genéticos. Todo lo cual lleva a pensar que no se sabe demasiado bien qué las genera. Aunque sí se conoce que en la mayoría de los casos suelen ser tratables desde diversos ángulos terapéuticos, a veces combinados, que incluyen la farmacología, las terapias cognitivas y conductuales y el psicoanálisis.

Lo que no suele funcionar, paradójicamente, son los argumentos racionales con que tratan de apaciguarlas quienes no sufren dicha fobia. Y, por lo tanto, nunca terminan de comprender la exagerada reacción, aparentemente infundada, del sufriente.

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