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Sábado, 29 de julio de 2006
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Las 7...

Relegadas siempre por una cuestión gravitatoria a un papel secundario y menor en aquella gran obra teatral cósmica que es el Sistema Solar, las lunas no por eso pierden esa cuota especial de magnificidad que las hace únicas: las hay con océanos ocultos, con pisadas humanas y con oscuros volcanes que escupen chorros helados de nitrógeno líquido; de superficie colorida resultante de una mezcla alocada de tonos rojos, amarillos y verdes; unas mitad roca, mitad hielo, y otras rodeadas de una pesada atmósfera anaranjada. Las más esplendorosas son siete, atractivas escoltas espaciales tan prístinas e impactantes a la vista como soles y planetas.

Por Mariano Ribas

Son un puñado de escoltas de lujo, una elite de grandes satélites que en cuestiones de tamaño, atractivo y misterios, nada tienen que envidiarles a sus hermanos mayores, los planetas del Sistema Solar. Es más, estos siete mundos son más grandes que el propio Plutón. Y tres, tanto o más que Mercurio. Lunas de escala planetaria que no gozan de la fama que deberían simplemente por una cuestión de posición y dependencia gravitatoria. Es simple: si estuviesen sueltas, orbitando directamente al Sol, serían tan planetas como Marte o la Tierra. Por eso, y casi en un acto de justicia y reparación astronómica, en esta edición de Futuro expone las caras, las mañas, y los rasgos más curiosos, exóticos y hasta salvajes de las “siete lunas magníficas”.

1. Triton: una excentricidad helada

Actualmente, la lista oficial de satélites del Sistema Solar ya llega a 160. Y la inmensa mayoría se reparte entre Júpiter (63) y Saturno (50). Casi todas estas lunas son muy pequeñas, de apenas decenas o cientos de kilómetros de diámetro. Casi todas, porque estas siete son talle XL. Empecemos por la más chica del lote que, al mismo tiempo es la más lejana, y la última en ser descubierta (1846): Tritón, la principal escolta de Neptuno. Es una bola de roca y hielo de 2700 km de diámetro, tiene una superficie bastante suave y con pocos cráteres, y está envuelta por una finísima atmósfera de nitrógeno. Debido a ciertas excentricidades en sus movimientos y en su orientación (gira sobre sí misma al revés que Neptuno, y está inclinada más de 150° con respecto al eje del planeta), es muy probable que se trate de un cuerpo que alguna vez perteneció al Cinturón de Kuiper –aquel anillo de escombros helados que rodea al Sol más allá de Neptuno– y que terminó siendo capturado por la gravedad de aquel gigantesco mundo azulado. Sin dudas, sus dos rasgos más curiosos son su bajísima temperatura (-235°C, tan baja como la de Plutón); y, más aún, la presencia de criovulcanismo: oscuros volcanes que escupen chorros helados de nitrógeno líquido. Tritón sólo fue visitada por la Voyager 2 (NASA) en agosto de 1989.

2. Europa y su ocèano oculto

En esta lista, Júpiter se anota, nada menos, que con cuatro participantes: los famosos “satélites galileanos” (porque fueron descubiertos por el gran Galileo en 1609). Europa es la menor del espectacular cuarteto, y ocupa el puesto número 6 en la lista de lunas de todo el Sistema Solar. Mide 3160 kilómetros de diámetro, y está envuelta por una gruesa coraza de hielo, mayormente, agua congelada.

El terreno de Europa también es muy suave, incluso más que el de Tritón: casi no tiene cráteres, y sólo tres superan los cinco kilómetros. Nada en comparación a los que se observan en otras lunas. Su superficie “joven”, geológicamente hablando, sólo muestra largas fisuras, y delata una constante renovación en los materiales externos. Y todo indica que debajo de ese manto se escondería un impresionante océano global de agua líquida de decenas de kilómetros de profundidad. ¿La causa? El derretimiento de masas de hielo interno debido al calor interno provocado por el tira y afloja gravitatorio de Júpiter, que estira y comprime a Europa en forma cíclica. Además de la Tierra, este satélite joviano sería el único lugar del Sistema Solar con grandes masas de agua líquida, con todo lo que eso implica, incluso a nivel biológico. También tiene una ínfima atmósfera de oxígeno, pero atmósfera al fin. Nada mal para una simple luna. La imagen fue tomada por la sonda Galileo a mediados de la década pasada.

3. “Luna” hay una sola

Y ahora, presentamos nuestro crédito local: la Luna, la única que lleva mayúsculas. Con un diámetro de 3476 km, ocupa un destacadísimo quinto lugar en el ranking satelital. La Tierra, orgullosa, por supuesto. A diferencia de Tritón y Europa, la Luna nos muestra un rostro seco, grisáceo, y absolutamente accidentado: tiene tantos cráteres que llegan a superponerse unos con otros (alcanza con mirar esta fotografía tomada con ayuda de un telescopio en una terraza de Boedo). Y como no tiene atmósfera, ni masas de hielo superficiales, la erosión brilla por su ausencia. Encima, nuestra compañera parece estar muerta geológicamente. En suma: la superficie no se erosiona, ni se renueva. La cara de la Luna es esencialmente la misma ahora que hace miles de millones de años.

Una cara cubierta por pequeñas rocas y un fino polvillo parecido a la ceniza (una combinación que los geólogos llaman “regolito”). Y que, incluso a simple vista, presenta dos tipos de relieve bien diferentes: las llamadas “tierras altas” (las zonas blancas), más antiguas y repletas de cráteres, y los “mares”, esas grandes manchas grises que no son otra cosa que regiones que alguna remota vez fueron cubiertas por lava lunar que brotó de su interior, y que luego de enfriarse, formó una suerte de “pavimento” pasablemente suave. En realidad, lo de “mares” es tan sólo una cuestión de tradición, porque todavía hasta hace unos siglos se pensaba que esas zonas eran, efectivamente, grandes masas de agua. Pero nada que ver. De todos modos, y a la luz de un par de los resultados de un par de sondas de los años ‘90, se sospecha que en el fondo de algunos cráteres polares podrían esconderse masas de hielo, el resultado de antiguos impactos de cometas. Habrá que ver.

Pero más allá de todo, la Luna tiene algo que ningún otro satélite (o planeta) tiene: las huellas de doce seres humanos, los astronautas que caminaron por allí entre 1969 y 1972.

4. Io: la furia volcànica

Para encontrarnos con la cuarta luna más grande del Sistema Solar, hay que volver al reino de Júpiter. Allí está Io, de 3630 km de diámetro. Es un mundo tan colorido como infernal. Su superficie es una mezcla alocada de tonos rojos, amarillos y verdes. Y por todas partes, hay gigantescos volcanes que vomitan chorros de azufre ardiente (de unos 1500°C), polvo y otros materiales fundidos hasta cientos de kilómetros de altura, generando uno de los espectáculos más impresionantes que puedan imaginarse. Por eso, Io ostenta el título del cuerpo volcánico más activo del Sistema Solar. En 1979, las legendarias naves Voyager I y II nos enviaron las primeras vistas cercanas de Io, y los primeros indicios de su incesante vulcanismo. Casi veinte años más tarde, la nave Galileo se encontró con el mismo escenario.

La furia de Io tiene una explicación: al igual que ocurre con su hermana Europa, la tremenda gravedad de Júpiter estira y comprime, continuamente y sin piedad, al pobre satélite multicolor, calentando su interior. Sólo que en Io, en lugar de derretir agua congelada (que no tiene), ese calor derrite grandes masas de roca, que son las que fluyen hacia fuera, a través de cientos de chimeneas volcánicas.

5. Calisto: rècord de cràteres

Hemos llegado al podio satelital. Y el tercer lugar está ocupado, una vez más, por una luna de Júpiter: Calisto, su segundo mayor escolta. Con 4800 kilómetros de diámetro, este satélite le pisa los talones al propio planeta Mercurio (4880 km). De todos modos, su estructura mitad roca, mitad hielo, lo hace mucho más liviano. Al igual que Io, Calisto tiene una escuálida atmósfera de dióxido de carbono, pero desde el punto de vista geológico, es muchísimo mas aburrido. Nada especialmente interesante parece haber modificado su helada superficie desde su infancia, hace 4000 millones de años. Por eso, ha conservado a la perfección las huellas de incontables impactos de cometas y asteroides. En eso se parece bastante a nuestra Luna, aunque en lugar de roca, Calisto está envuelto en un manto de hielo. Por lo tanto, sus cráteres lucen más blancos y brillantes destellos. Esta súper luna ostenta el record de la mayor densidad de cráteres de todo el Sistema Solar. Para entenderlo mejor, alcanza con ver esta impactante vista tomada en 2001 por la Galileo.

6. Titàn y su velo anaranjado

El final es cabeza a cabeza. Por poco, muy poco, Titán, la luna más grande de Saturno, ocupa el segundo puesto entre todos los satélites del Sistema Solar. Aunque hoy sabemos que mide 5150 kilómetros de diámetro, durante mucho tiempo se la creyó algo mayor. La confusión, en parte, se debe a su rasgo más sobresaliente: su gruesa atmósfera anaranjada, un velo que no deja ver su superficie desde el espacio. Ese manto gaseoso es 50% más denso que el terrestre, y es casi puro nitrógeno, con algo de metano. Además, contiene al menos una docena de otros compuestos orgánicos (como el etano), resultado de la destrucción (por acción de la luz solar ultravioleta) y recombinación de los átomos de carbono e hidrógeno que forman el metano. Y es precisamente toda esa bruma orgánica la que tiñe toda la atmósfera de Titán de color naranja, tal como puede verse en esta hermosa foto tomada en 2004 por la sonda espacial Cassini (NASA).

Hasta hace poco, el paisaje de la gran luna de Saturno era todo un misterio, más allá de ciertas imágenes algo toscas tomadas en luz infrarroja, tanto por naves como por telescopios terrestres. Pero en enero del año pasado la minisonda europea Huygens, que viajó acoplada a Cassini, logró un histórico descenso, mostrando por primera vez los detalles de esa gélida superficie a -180°C, cubierta de cascotes de hielo de agua y de metano, aparentes cauces de ríos y hasta posibles lagos, siempre de metano líquido, que allí sigue un ciclo similar al del agua en la Tierra.

7. Ganìmedes, la màs grande

Por un hocico, la más magnífica de las 7 lunas magníficas es Ganímedes, la mayor escolta del mayor planeta, Júpiter. Seguramente, cuando Galileo la vio hace cuatro siglos, apenas como un puntito en su modesto telescopio, jamás se habría imaginado que se trataba de un mundo bastante más grande que Mercurio. Más aún, a su lado, el planeta Plutón (2300 km) quedaría absolutamente en ridículo. Pero por esas cosas de la vida astronómica, Ganímedes debió conformarse con el menos apetecible título de satélite.

La máxima luna del Sistema Solar tiene una delgada atmósfera de oxígeno (como Europa), un respetable campo magnético (generado por el movimiento de materiales conductores en su interior), y está cubierta por una corteza de hielo. Pero debajo escondería un manto rocoso y un núcleo de hierro. Tal como muestra esta foto, tomada en 1996 por la nave Galileo, la superficie de Ganímedes muestra zonas muy viejas, oscuras y cargadas de cráteres (que se ven como manchas brillantes), y otras regiones mucho más suaves y claras, con fisuras de posible origen tectónico. Desde el espacio, luce verdaderamente impresionante, casi irreal. Los chorros de hielo de Tritón, el océano oculto de Europa, los polvorientos y grisáceos terrenos de nuestra Luna, los furiosos volcanes de Io, los incontables cráteres blancos de Calisto, la pesada atmósfera de Titán, y la orgullosa estampa ganadora de Ganímedes. Siete lunas, siete postales, siete historias. Magníficas.

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