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Sábado, 29 de diciembre de 2007
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Nota de tapa

Los descubrimientos científicos más importantes del año 2007

Por Federico Kukso

No hay entrada más común y remanida en la divulgación de la ciencia como la que asegura así, sin más, “científicos descubrieron...” Más que el “ahora dicen que” o el latiguillo publicitario de “comprobado científicamente” que oficia de garantía de venta de productos fantásticos como la baba de caracol o los boxers reductores de cintura, la frase encierra un mundo de suposiciones, de hechos dados por sobreentendidos: que el colectivo de “científicos” es uno e indivisible (y, por ende, que todos los hombres y mujeres de ciencia son iguales, cuentan con el mismo presupuesto de investigación, son movidos por los mismos sueños y deseos), y que su única misión de vida es la de descubrir algo todos los días y a toda hora. Es lo que queda implícito lo que muchas veces se recuerda. Y en este caso lo no dicho (que dice mucho) podría resumirse en un “si no descubre, no es científico”, cosa bien alejada de la realidad.

Epistemológica y sociológicamente, los descubrimientos científicos aún siguen siendo un misterio. Tal vez sea porque la creatividad y las consecuencias de un invento/descubrimiento que se expanden como un reguero de pólvora una vez hecho público no se puedan encapsular en un tubo de ensayo ni escribirse en clave de fórmula. No hay una heurística de la creatividad ni un método para hacer descubrimientos. Borges lo advertía en el campo de la poesía: “Como todas las génesis, la creación poética es misteriosa. Reducirla a una serie de operaciones del intelecto, según la conjetura efectista de Edgar Allan Poe, no es verosímil”.

Lo cierto es que en esta época de hipercomunicaciones, de lazos líquidos, conexiones descorporizadas y saludos navideños vía mensajes de texto el bombardeo es cotidiano: no hay día sin gadgets nuevos (de los buenos y de los inservibles, los kitsch e irrisorios) ni descubrimientos (de algún gen, de un dinosaurio, de un exoplaneta). Sin embargo, la época máxima del descubrimiento –cuando los hallazgos se agolpan y se aprietan para hacerlos entrar en listas– arrecia a fin de año cuando las revistas y suplementos científicos de cierta altura (justamente, como éste) ponen a trabajar la memoria y lanzan sus apuestas. Science y Nature se toman su tiempo y recién se animan a anunciar sus top 10 en las primeras horas del nuevo año. Mientras tanto, las demás juegan. La revista Time, por ejemplo, hace foco sobre el descubrimiento de un material parecido a la kriptonita, del animal más antiguo, la confirmación de la migración del hombre fuera de Africa, el hallazgo de los “Hot Jupiters” (exoplanetas más masivos que el rey del cielo) y de cientos de nuevas especies; el avistamiento de la supernova más brillante y los avances de la genómica personalizada.

Discover, por su parte, resalta el avance en el conocimiento de la materia oscura, la popularización de las bombillas fluorescentes, las alarmas climatológicas, la caza extraplanetaria y el estudio de los estados de coma. Y National Geographic recuerda el descubrimiento de un gran océano debajo de Asia, el hallazgo del cráter de Tunguska y de miles de criaturas en las oscuras profundidades del mar.

Quien no separa descubrimientos de inventos –procesos de productos–- pondría en el primer lugar del ranking al ultrainflado iPhone –mezcla no muy novedosa de teléfono, reproductor de mp3 y de videos– que se robó todo los titulares y las miradas ansiosas de aquellos fanáticos que ponen su satisfacción tecnológica por delante de la satisfacción de sus necesidades básicas. En realidad, no es un producto para obviar o minimizar: el multiteléfono de Steve Jobs que ya trepó al millón de unidades vendidas desató un verdadero fenómeno que excede al artefacto mismo al edificar una mística propia –un encantamiento– que decanta en el despertar de una necesidad casi biológica en el usuario: tener o tener (y si no se tiene no se es nadie). En otras palabras: no se compra una herramienta, se compra pertenencia.

Descubrir (y publicar papers, muchos), desde ya, también significa pertenecer (a una comunidad científica activa y bulliciosa, a un conjunto mediáticamente visualizado). Sin embargo, el descubrimiento –y su lógica efímera– tienen también una doble cara: la de barrer todo nombre, apellido y referencia de locación de la memoria del que lo lee, apresurado por pasar de página. Nada perdura: esta época irritable de balances, replanteos de vida y reuniones sociales incómodas en algún momento también se desvanecerá. Y lo hará recién cuando se formatee el calendario, se deje atrás lo viejo y se tome conciencia de que una nueva época comienza.

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