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Sábado, 8 de marzo de 2008
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Paleobotanica

El bosque más viejo del mundo

No hay dudas de que los árboles nacen, crecen, se reproducen y mueren... de pie. De hecho, el hombre contribuyó a su desaparición y continúa en su escalada de desmonte y deforestación. Pero los hay también sensibles y preocupados por determinar el origen y el destino que corrieron añosas especies. Y aquí la ciencia se hace presente con su artillería pesada, pero no para derrumbar la flora, sino para estudiarla y conocerla.

Por Esteban Magnani
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Reconstrucción en escala de fósiles pertenecientes
al árbol más viejo del mundo.

En los museos paleontológicos el estrellato es reservado para los grandes dinosaurios que pese a su raquítico aspecto actual parecen abonar la fecunda imaginación infantil. A la vez efecto y causa, los artículos sobre diversos tipos de fósiles de animales (cuanto más grandes mejor) se multiplican en las revistas especializadas de difusión e incluso recreativas.

Al margen queda todo un reino, el vegetal, cuya relevancia para la vida actual y el camino que ha seguido la evolución resulta mucho mayor en la escala global, aunque menos espectacular y poco atractivo para películas con grandes dosis de animación. Cierto es que difícil resultaría hacer un Jurassic Park en el que en lugar de velociraptors hubiera antepasados de helechos y palos borrachos.

En todo caso, y más allá de posiciones ingenuamente reivindicatorias, cabe aclarar que también existen fósiles vegetales y que algunos de ellos incluso alcanzan escalas que pueden sobrepasar a las de los dinosaurios más grandes. Es el caso de los restos fósiles de árboles, algunos de los cuales fueron reconstruidos hasta permitir una idea de sus dimensiones reales, las que hasta hace no tanto eran materia de especulaciones.

El abuelo de todos los árboles

El primer registro comprobado de un tronco fósil data de la década de 1850, cuando fue encontrado por un pastor y naturalista norteamericano en los alrededores de Gilboa, un pueblo del estado de Nueva York en los Estados Unidos.

El pueblo había sido fundado en 1848 y siguió brindando numerosas muestras de árboles fosilizados a lo largo de los siglos siguientes. En 1870 un grupo de trabajadores en busca de piedra para reparar las rutas, luego de una inundación, encontraron varias muestras más de estos troncos. Lo mismo ocurrió en 1926 cuando se construyó una represa.

Estas y otras muestras, tanto de árboles como de otro tipo de fósiles, permitieron suponer que había existido un bosque que con la llegada de los modernos sistemas de datación delató unos 380 millones de años de antigüedad, en el período Devónico, cuando los dinosaurios aún no habían hecho su entrada al escenario evolutivo.

Incluso los yacimientos de Gilboa se transformaron en una de las principales fuentes de evidencias sobre las características del período, en el que la vida sufrió grandes y rápidos cambios. Esa región en particular había estado bajo el agua hasta unos “pocos millones de años” antes del surgimiento del bosque cuyos fósiles se analizan hoy en día.

En esa misma época (millones de años más o menos) el clima de la zona se tornó más tropical, ideal para una flora en expansión. Sin embargo, más allá de las evidencias de una flora creciente, el aspecto concreto de los árboles de ese bosque era incierto: lo único que quedaba eran trozos de la base, como si alguien los hubiera hachado y se hubiera llevado el resto. Su altura y otras características seguían siendo una incógnita.

En 2004 finalmente el misterio comenzó a resolverse. Primero se encontró una copa de árbol fosilizada de cerca de 200 kg. y más tarde fragmentos de un tronco de unos 8 metros de alto, que permitieron armar el primer ejemplar completo de estos árboles. Eran de la misma época que los fragmentos encontrados a lo largo de un siglo, pero en este ejemplar se podían ver las otras partes del mismo.

Ese mismo año los análisis confirmaron que las piezas pertenecían a una especie que se llamó Wattieza, ya extinta, similar a la palmera, con sus ramas y hojas concentradas en el extremo superior, grandes raíces y que se reproducían por esporas, mucho más resistentes que las semillas. Era la primera muestra completa de lo que parecen ser los árboles más antiguos de todos los tiempos, trono que había pertenecido hasta entonces a una especie llamada Archaeopteris que apareció 15 millones de años después.

Por otro lado, al conocer las características de los árboles se pueden sacar varias conclusiones acerca del ecosistema que albergaban. Por ejemplo, como estos primeros árboles carecían de hojas, es probable que el sol impactara en buena parte del suelo. También es probable que las ramas cayeran por temporadas, tal como lo hacen las de las palmeras, permitiendo que los pequeños artrópodos, insectos y demás se alimentaran y protegieran en ellas.

Pero el impacto mayor fue, muy probablemente, el del enfriamiento terrestre que facilitó la aparición de nuevas especies: a la inversa de lo que ocurre actualmente, el aumento de la superficie terrestre forestada hace millones de años redujo la cantidad de dióxido de carbono de la atmósfera, ya que el carbono se fijaba en la materia orgánica, liberando el oxígeno; de esta manera se redujo el efecto invernadero, lo que permitió que el calor escapara.

Las nuevas condiciones, a su vez, permitieron el desarrollo de otras especies, tanto animales como vegetales, que hasta ese momento no habían existido. Los ejemplares de los primeros árboles han dado sus frutos paleobotánicos y prometen dar más.

Así fue como se generaron esas primeras grandes incubadoras de la vida incipiente que eran los bosques. Varios millones de años después de su aparición, en la foresta ya frondosa, aparecerían los dinosaurios a pelear una sombra tranquila y, aún más tarde, a monopolizar los mejores espacios de los museos.

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