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Invasores
Historias reales de extraterrestres
en la Argentina.
Alejandro Agostinelli
Sudamericana, 345 p谩ginas
A punto de cambiar la ciencia ficci贸n por una realidad mucho m谩s loca para consagrarse entre los grandes escritores del siglo, J.G. Ballard se sinti贸 tentado de escribir un cuento de ovnis. Rele铆do muchos a帽os despu茅s, cuando el mito ovni creci贸, mut贸 y sufri贸 raras hibridaciones, Los cazadores de Venus, aquel cuento de 1962, se ha vuelto a煤n m谩s sugestivo. Al punto de que goza de plena vigencia en la Argentina, como se ver谩 en este libro. Cuando Ballard llam贸 鈥淜andinski鈥 a su protagonista, no s贸lo pensaba en el pintor ruso. En esos a帽os, era obvia la referencia a George Adamski, el hombre que diez a帽os antes hab铆a tenido un supuesto encuentro con los enviados de Venus.
El Kandinski del cuento no es un chiflado ni tampoco un embustero. Es un personaje complejo, con una cultura aluvional y algo de talento. Trabaja como mozo en un bar, pero est谩 tan profundamente convencido de tener una misi贸n prof茅tica que se compara con el ap贸stol Pablo. Para su desgracia, los hechos parecen desmentirlo a cada rato. Un cient铆fico lo desautoriza en p煤blico, cuando muestra que no sabe cu谩ntos sat茅lites tiene Urano. Algunos dicen que las huellas de la nave espacial fueron trazadas por 茅l mismo y que las fotos de platos voladores que hab铆a tomado fueron hechas con ventiladores y discos de embrague. Nadie lee sus libros y a sus conferencias s贸lo van algunos curiosos.
Cuando todos parecen huir de 茅l, aparece el astr贸nomo Ward. Intrigado por tanta obstinaci贸n, Ward se encandila con su figura y casi comienza a creerle. En el momento culminante, cree tener la misma visi贸n que Kandinski: una enorme nave del espacio que se hunde en la arena justo un instante antes de que pueda fotografiarla. Luego, recupera la compostura y vuelve a su escepticismo profesional. En este libro hay una multitud de Kandinski; los hay prof茅ticos, tiernos e ingenuos. Todos parecen contagiar certeza.
Aqu铆, el papel de Ward lo hace el autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina, como verdadero baqueano de estas zonas de la cultura. Nadie como 茅l es capaz de exhumar historias enterradas, que a todos los efectos medi谩ticos parecen haber prescripto, no sin dejar el rastro de una vaga leyenda. Sus explicaciones suelen llevarnos a pensar en cosas tan simples como las que nunca se nos hubieran ocurrido.
En esta feria de lo ins贸lito, evoca epopeyas, como esa caravana de cinco mil personas que acudi贸 a la laguna de Chascom煤s para ver aterrizar una flotilla de platos voladores, o aquel raro c贸nclave de ingenieros y espiritistas que invocaron el contacto en la cumbre del Kavanagh. Visitamos una suerte de museo alien铆gena, donde custodian reliquias venidas del espacio, y una pir谩mide de regular tama帽o donde oficia un incre铆ble profeta.
Aqu铆 pasamos revista a esos aludes que echan a rodar los medios, en las temporadas en que arrecia la sequ铆a informativa. Nos enteramos de c贸mo fue posible que Las locuras del extraterrestre (1988), una pel铆cula con Minguito y Portales y la puerta rayada de un viejo Chevy diera origen a leyendas que siguen rodando por el mundo, muy lejos de estas tierras que las vieron nacer.
No faltan las vacas destripadas y hasta un celular arrebatado al espacio. Hay un aquelarre de chupacabras, duendes, enanos grises y verdes, lobizones, hombres-gato y hasta alg煤n rat贸n hocicudo. Casi no hay violencia, pero s铆 algo de sexo alucinatorio.
En estas historias tambi茅n se cuelan nombres famosos, como Pinochet, Trujillo, Per贸n, Ongan铆a, Alfons铆n, Menem, Duhalde. Hasta podemos descubrir las insospechadas ramificaciones gal谩cticas del peronismo, por si faltaban pruebas de su extrema versatilidad.
Toda una cantera de datos que est谩 esperando a los antrop贸logos. Y tambi茅n a los lectores habitualmente alejados de estos temas, que no dejar谩n de recordar m谩s de un misterio de esos que nadie se tom贸 el trabajo de explicar. Estamos en una regi贸n poco frecuentada del mundo en que vivimos, donde experiencias a priori incomprensibles invitan a muchos a dejarse invadir por la credulidad.
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