Como los de Roma, los dispersos anales de la ciencia argentina pueden reconocer las fuentes más insólitas. Hace algunos años, un diligente investigador de nuestra ciencia se allegó a cierto depósito de la calle Montes de Oca, dependencia de la PolicÃa Federal. SabÃa que en el segundo piso de la citada dependencia, en una perfecta improvisación de chapas y aire acondicionado, funcionaba el registro del servicio exterior argentino. Que dormÃan allà el sueño caluroso de los justos –el aire habÃa dejado de funcionar, lo reafirmaba periódicamente el pasaje raudo del ventilador– los legajos de embajadores, cónsules, secretarios y agregados que alguna vez soñaron con evitar su destino sudamericano. El diligente investigador solicitó al único empleado, convenientemente moroso, el legajo de Laub, Jacobo Juan. Porque el empleado fingió perplejidad, el investigador repitió la solicitud lo más claramente que pudo y agregó con una sonrisa indefinida: al revés que Rousseau. Decirlo y arrepentirse fue una misma cosa. Contra todo pronóstico, quince minutos después, el empleado le alcanzó una carpetita gris.
Allà leyó cosas que sabÃa, y algunas que ignoraba. Comprobó, una vez más, que Laub habÃa alterado deliberadamente determinados datos de su biografÃa, y vio la única foto que alguna vez verÃa. Pero lo que pagaba el viaje era una nota desfavorable del cónsul Amuchástegui en la que explicaba que, en el consulado de Zurich, Laub atendÃa mal al público. Era inaudito. El investigador sonrió, porque entendió cuáles eran los mecanismos pedestres que utilizaba el servicio exterior argentino para deshacerse de un empleado judÃo.
Jakub Laub nació en Polonia, cerca de la frontera con Alemania, en 1884, pero a lo largo de su vida consignó datos dispares en los diversos registros burocráticos –y no fueron pocos– que debió completar. Fue polaco, austrÃaco, húngaro y alemán. Se llamó Jakub, Jakob Johann y, finalmente, Jacobo Juan. También cambió el nombre de su padre –Adolf por Abraham, una premonición nefasta–, y se declaró de fe católica, sin perjuicio de su origen judÃo.
Estudió en Cracovia y en Viena, y en 1902 se matriculó como estudiante de matemáticas en la Universidad de Göttingen, donde siguió los cursos de David Hilbert y de Hermann Minkowski. En 1905 viajó a Würzburg para estudiar Wilhelm Wien, fÃsico famoso, y durante un tiempo investigó los rayos catódicos, haces de electrones que viajan entre dos placas cargadas eléctricamente. Al exponer su trabajo de tesis, encaró una defensa de la TeorÃa de la Relatividad. Esa defensa le cambió la vida.
Einstein habÃa publicado su artÃculo fundacional el año anterior, y la nueva teorÃa se encontraba en estadio afianzamiento. Laub se dedicó a estudiar la teorÃa de Einstein y en 1907, publicó un primer trabajo sobre el tema. Wien lo estimuló en esas incursiones teóricas.
A principios de 1908, Laub le escribió a Einstein, que todavÃa trabajaba en la oficina de patentes de Berna. Sin más vueltas, se ofrecÃa a viajar a Suiza y a pasar allà tres meses para discutir distintos aspectos de la teorÃa con su autor. Einstein accedió, y de esa estadÃa surgieron tres artÃculos en los que Einstein y Laub aparecen como co-autores. Dice Lewis Pyenson, notable historiador de la ciencia y autor de un libro en el que analiza la influencia cultural alemana a través de la ciencia, Imperialismo cultural y ciencias exactas, que aquellos tres artÃculos, los primeros que Einstein escribió con otra persona, publicados en los Annalen der Physik, deben entenderse como una operación publicitaria lÃcita; son ejercicios teóricos breves destinados a distinguir la teorÃa de Einstein de otras teorÃas alternativas.
De modo que, hacia 1909, a Laub la vida le sonreÃa. Los augurios de su carrera cientÃfica no podÃan ser mejores. TenÃa que una posición académica estable, y Einstein lo instó a aceptar una posición en la Universidad de Heidelberg para trabajar junto a Philipp Lenard. En la misma carta en la que argumentaba a favor de esa posibilidad, Einstein le explicaba que Lenard era una personalidad difÃcil.
Lenard era algo más que una personalidad difÃcil: era imposible. Eternamente enemistado con sus colegas, empeñado en exigirles el reconocimiento que, según creÃa, se le escatimaba, a Lenard lo abrumaban los rencores. Y Laub no tuvo suerte, porque las nuevas interpretaciones de Einstein sobre el efecto fotoeléctrico opacaron, en alguna medida, las investigaciones experimentales de su nuevo director, y Lenard nunca lo superó. En conclusión, concentró una serie de rencores –contra lo judÃo, contra la fÃsica teórica– en la figura de Laub, y para ofenderlo definitivamente lo puso a medir la densidad del éter electromagnético, cuya existencia la TeorÃa de la Relatividad acababa de impugnar para siempre. Previsiblemente, Laub se convenció de que tenÃa que emigrar de Heidelberg.
Le escribió, otra vez, a Einstein, y Einstein le prometió hacer lo que pudiera para conseguirle un puesto. Pronto entendieron que lo mejor serÃa encontrar una posición fuera de Alemania. Se pensó en Chile y en los Estados Unidos. Hasta que, en 1911, Laub aceptó la oferta de un abnegado fÃsico alemán radicado en la Argentina, Emil Bose, para venir a trabajar en el Instituto de FÃsica de La Plata, que el mismo Bose dirigÃa.
La elección puede parecer curiosa. ¿Abandonar Europa por la Argentina de principios de siglo? En su libro sobre el imperialismo cultural, Lewis Pyenson explica que, hacia 1913, La Plata era el segundo centro mundial de fÃsica teórica, después de Alemania, y que aún para los estándares europeos, el instituto estaba extraordinariamente dotado de equipos. En La Plata existÃa, además, una comunidad de fÃsicos alemanes. Si todas esas razones podÃan ser válidas para preferir el destino sudamericano, en su correspondencia Laub invocaba otra, que muchos cientÃficos europeos invocarÃan después de él: la libertad de trabajo. En 1911, Laub viajó a la Argentina con su mujer Ruth.
Pero la ilusión duró poco. Porque Laub llegó a La Plata justo para asistir al funeral de Bose, que murió de fiebre tifoidea en mayo de 1911. Desorientado, empezó a investigar en el instituto y a dar clases en la Universidad de La Plata. Sus clases de fÃsica teórica constituyeron el primer curso regular universitario dedicado a la TeorÃa Especial de la Relatividad de toda América.
La muerte de Bose trajo nuevos cambios desfavorables para Laub. William Hussey, astrónomo norteamericano, se convirtió en su superior jerárquico. Desde el principio, algo no funcionó en la relación entre Laub y Hussey. Un viaje a Brasil, de octubre de 1912, que Laub habrÃa emprendido sin el consentimiento de su superior, para realizar una serie de mediciones durante un eclipse de sol, le dio a Hussey la excusa burocrática para que se declarara vacante el puesto de Laub por incumplimiento de sus deberes. En 1913 no le renovaron el contrato.
De algún modo, ése fue el final de la investigación más activa para Laub. Otra vez sin cargo, se exilió en Buenos Aires, donde dirigió el Departamento de FÃsica del Instituto Nacional del Profesorado Secundario. Siempre a la altura de las circunstancias, allà redactó un texto didáctico de mecánica clásica para profesores secundarios, utilizando la formulación lagrangiana que podrÃa utilizarse aún hoy en cualquier facultad de ciencias.
En Europa estalló la Primera Guerra. Laub, que como Einstein era un pacifista que simpatizaba con el socialismo, se nacionalizó argentino. Y como argentino reciente empezó a frecuentar las reuniones partidarias de la Unión CÃvica Radical. Trabó relación con Horacio Oyhanarte, un dirigente leal a Yrigoyen, y gracias a su influencia obtuvo el puesto de vicecónsul argentino en Munich. Desde entonces harÃa carrera en la diplomacia argentina. Ocupó puestos en BerlÃn, en Breslau, en Colonia, en Hamburgo. Su carrera diplomática logró sobrevivir al golpe de 1930. Vivió en Alemania el ascenso de Hitler, y el comienzo de la Segunda Guerra en Zurich. Hacia 1943, el consulado de Zurich tuvo que haber sido un lugar ajetreado: ahà se cruzaban judÃos que escapaban de Hitler, y alemanes que huÃan de la guerra.
Como judÃo, Laub era una excepción en el servicio exterior argentino. Una excepción que habÃa que enmendar. Sabemos que el cónsul Amuchástegui escribió una nota desfavorable en su legajo, y los militares germanófilos del golpe del ‘43 lo llamaron a Buenos Aires.
Se jubiló en 1946, después de veinte años de servicio en la diplomacia argentina, y dos años después se radicó en Friburgo. Después de la guerra, el otrora fuerte peso argentino se depreció paulatinamente frente a las monedas europeas. Alemania conoció la inflación, y Laub, como jubilado argentino, las dificultades económicas serias. Hacia 1960, su situación económica era insostenible. Para poder operarse vendió entonces diez cartas de Einstein. Murió en Friburgo, en abril de 1962.
Triste vida la de Laub, siempre en el preludio de la consagración. Entre nosotros, casi nadie se ha ocupado del caso, salvo R.O. Barrachina, y Luis Constantino Bassani.
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