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Sábado, 7 de junio de 2014
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Apuntes sobre los verdaderos descubridores de América

El misterio del origen americano

Una niña de 15 años, fallecida en una cueva hace 12 mil años, podría desentrañar el misterio de quiénes y cómo poblaron América.

Por Martín Cagliani
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Imaginemos. Somos un astronauta que está flotando en el espacio, disfrutando de una hermosa vista panorámica del planeta Tierra. Ahora, dotemos al astronauta de una máquina del tiempo de pulsera. ¿Por qué no? Le indicamos que coloque como fecha a viajar 40 mil años atrás. Cuando vuelva la vista hacia el globo terráqueo observaría un mundo muy diferente. Más limpio, más poblado de bosques. Y gracias a sus visores altamente sensibles podría ver incluso a los seres vivos que poblaban el planeta.

Nuestro amigo el astronauta se sorprendería al divisar a nuestros antepasados prehistóricos en Africa. También los vería por Europa, y los volvería a ver en Medio Oriente, en la India, en las estepas siberianas, en China, en Australia, en... no, en todos lados, no. En América tan sólo vería la fauna autóctona que había vivido allí aislada del resto de los continentes durante millones de años.

No sólo ustedes se estarán preguntando por qué no había personas allí, también lo hicieron los científicos desde que Colón se encontró con uno seres vivos tan parecidos a lo que los europeos llamaban personas que se vieron obligados a reconocerlos como humanos.

Ahora, gran parte de todo ese panorama geográfico que estaría viendo nuestro astronauta es fácil de colonizar. Africa, Europa y Asia son como un combo, todo unido por tierra. Oceanía no está tan lejos, podía colonizarse con balsas o embarcaciones rudimentarias, de isla en isla. Pero América... América es otra cosa. No era sencillo, dos océanos la separan del resto del mundo, uno de cada lado. Pero otra vez nos chocamos con la evidencia de que Colón se encontró con humanos hace 522 años. ¿Cómo llegaron? La respuesta unánime de los arqueólogos es: por el estrecho de Bering.

Hacer la América

Si volvemos a ponernos en los pies de nuestro astronauta viajero del tiempo, podríamos ver que la parte en que América está más cerca de otro continente es Alaska. Está separada unos 80 kilómetros de su contraparte asiática por un estrecho marino: Bering. Imposible de traspasar por ningún tipo de fauna terrestre de hace 40 mil años, humanos incluidos. Pero si el astro-temponauta ajusta su máquina del tiempo de pulsera a unos 30 mil años atrás, vería que las cosas cambiaron mucho.

El clima se había hecho más frío. Podría ver que los hielos continentales habían aumentado hasta cubrir grandes regiones del Hemisferio Norte. Esto provocó que los niveles del mar descendiesen más de 50 metros. Suficiente para que el astronauta pudiese ver una terrible extensión de tierra donde antes había mar.

Es que el estrecho de Bering tiene poca profundidad, y durante la última Era de Hielo se transformó en un territorio seco, poblado de vegetación y fauna como cualquier otro. De norte a sur tenía unos 1600 kilómetros, el equivalente a un viaje en coche de Buenos Aires a Bariloche.

Esa región era lo que los científicos llaman Beringia, que contaba con un clima y vegetación similares a la de la Patagonia o la Siberia actual. Obviamente se transformó en un puente faunístico entre Asia y América, desconectadas durante millones de años. Uno de los animales que se adentró en América sin darse cuenta fueron los humanos.

América misteriosa

El misterio americano se fue resolviendo a lo largo de siglos de ciencia. Se descubrió de dónde llegaron, y estimativamente cuándo, pero quedó un misterio. ¿Quiénes eran esos primeros americanos?

Se sabe que hace unos 14.800 años ya andaban por la zona central de Chile, por lo que no les llevó mucho dominar la geografía del nuevo continente. Pero el misterio real es que entre la escasa cantidad de huesos que se han descubierto de aquellos primeros pobladores americanos se pueden ver diferentes formas corporales.

En un principio se pensó en diferentes corrientes pobladoras. Los paleoamericanos habrían sido los primeros en llegar, y alcanzaron la Patagonia, con los tehuelches como descendientes de esa corriente originaria. Pero no poblaron zonas como las selvas mexicanas o el Amazonas. Luego habría llegado una corriente con más población: los amerindios, que ya habrían poblado el resto del continente, y en gran parte reemplazado a los paleoamericanos. Esto resolvía el problema de que los nativos americanos actuales no se parezcan mucho a los restos óseos más antiguos de América.

Pero una niña de 15 años llamada Naia, que falleció hace 12 mil años en una cueva anegada, permite ver cómo encajar las piezas en ese rompecabezas que es el poblamiento americano. Fue descubierta en 2007, cerca de una zona hoy plagada de complejos hoteleros: Cancún, México. Naia tuvo la desgracia de morir ahogada en esa cueva, pero los científicos igualmente festejaron cuando la encontraron, ya que se trata del esqueleto más completo descubierto en América.

Genes americanos

Pero más que sus huesos son sus genes los que nos contaron una historia interesante. Al ver la forma del cráneo, y del resto del cuerpo, se la asocia a la primera ola pobladora americana. No se parece a los americanos más recientes en su aspecto físico, pero los genes dicen otra cosa.

El arqueólogo James Chatters y colegas publicaron en Science el análisis genético de Naia, descubierta en la cueva Hoyo Negro. Esos genes son una pequeña máquina del tiempo, ya que permiten moverse por el árbol evolutivo americano tanto hacia arriba como hacia abajo. Así pudieron descubrir que sus antepasados son poblaciones originarias de Asia.

Antes que Naia, se analizaron otros restos americanos de 12.800 años, descubiertos en Anzick, norte de Estados Unidos. Pero se trata de un esqueleto muy incompleto, que no permite conocer a qué grupo pertenecía con sólo observar su forma. El análisis genético dice lo mismo que el de Naia, ambos tienen ancestros asiáticos. Ahora lo realmente interesante es que también los dos tienen descendientes entre los nativos americanos actuales.

James Chatters, el autor principal del estudio de Naia, especula con que la forma física de los primeros americanos cambió a medida que sus condiciones de vida se modificaron. Las regiones que fueron encontrando en América Central, y en Sudamérica eran más propicias para un estilo de vida más sedentario, que el altamente móvil que caracteriza a las poblaciones de las grandes planicies de Asia, América del Norte y también de la Patagonia.

La selección natural fue favoreciendo rasgos más suaves y redondeados, frente las formas duras y angulosas de los paleoamericanos. Con el paso de los milenios, y la adaptación a la gran variedad de zonas geográficas que caracterizan a América, la forma corporal cambió, diferenciando a las poblaciones por regiones, pero todas descendían de la misma corriente pobladora.

Otros expertos en poblamiento de América, como David Meltzer, opinan que dos muestras es poco para sacar conclusiones generales. El misterio americano se va de-sentrañando de a poco, pero hay que ser cautos, dicen los científicos, a fin de que una conclusión apresurada no tape otros estudios y descubrimientos. Sin negarle el protagonismo a Naia, por supuesto.

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