
A 1500 millones de kilómetros 
del Sol, existe un lugar misterioso y extraordinario. Un mundo de tinieblas, 
envuelto en eternas brumas anaranjadas, donde un Sol lejano y empequeñecido 
apenas se filtra, salvando de la oscuridad total a un paisaje helado. Descomunales 
masas de hielo se alternan con profundos lagos de metano líquido y pegajosos 
pantanos negros, formados por compuestos orgánicos que constantemente 
caen del cielo. También hay nubes y lluvias. Y por si todo esto fuera 
poco, allí también late tímidamente una lejana promesa 
de vida en el futuro remoto: así es Titán, la luna más 
grande de Saturno. O al menos, esa es la imagen que los astrónomos han 
ido delineando en tiempos recientes, y muy especialmente a partir de 1980, cuando 
la sonda espacial Voyager I se acercó por primera vez (y hasta ahora, 
única) a este satélite de escala planetaria. 
Desde entonces, los mejores telescopios de la Tierra siguieron ocupándose 
de Titán, y durante los últimos años han obtenido resultados 
sorprendentes. De todos modos, son tanteos a la distancia, meritorios, pero 
entorpecidos por esa atmósfera gruesa y opaca que distingue a esta luna 
de cualquier otra. Y para saber exactamente cómo es, hay que cruzar esa 
barrera: ahora mismo, una sonda espacial de primera línea lanzada 
en 1997 está viajando hacia allí a 20 mil kilómetros 
por hora. Arribará a Saturno a mediados del año próximo. 
Y poco más tarde enviará un vehículo de descenso hasta 
la propia superficie de Titán. Después de tres siglos y medio, 
su velo por fin caerá.
El mundo de Huygens
  Tres siglos 
y medio..., ese es el tiempo que ha pasado desde que Titán se dio a conocer. 
Todo comenzó en marzo de 1655, cuando Christiaan Huygens, el gran astrónomo 
y óptico holandés, estrenó su nuevo telescopio a lo grande: 
apuntó a Saturno, y descubrió su fabuloso sistema de anillos. 
Y no muy lejos, un puntito de luz. Inmediatamente, Huygens se dio cuenta de 
que ese objeto de color ligeramente anaranjado giraba alrededor 
del planeta en algo más de dos semanas. Y lo bautizó Titán 
(porque en la mitología, Saturno encabezaba un grupo de dioses llamados 
titanes). Con el correr de los años, se comprobó que Titán 
debía ser bastante grande (se sospechaba que, quizá, tanto o más 
que nuestra propia Luna), porque, a pesar de su aspecto diminuto en los telescopios, 
era relativamente brillante teniendo en cuenta las grandes distancias (1500 
millones de kilómetros de la Tierra). Pero el identikit llegaba apenas 
hasta aquí. 
Las cosas comenzaron a cambiar recién en el siglo XX, con la aparición 
de instrumentos cada vez más grandes y mejores, capaces de convertir 
aquel puntito de luz en un pequeño disco. Y uno de los hitos observacionales 
ocurrió en 1944, cuando, curiosamente, un compatriota de Huygens, Gerard 
Kuiper, descubrió mediante espectroscopía que Titán tenía 
una atmósfera. Y hasta detectó en ella la presencia de metano 
(CH4). Era realmente notable, porque hasta entonces no se conocía ningún 
satélite con semejante rasgo. Ya en los años 70 astrónomos 
como el francés Auduin Dollfus (del Observatorio Pic du Midi, en los 
Pirineos franceses) creyeron ver unos parchecitos blancos apenas discernibles 
en el disco de Titán, y los atribuyeron a nubes de cristales de metano. 
Y, como se verá, no estaban equivocados. 
La visita de la Voyager 
I 
  El interés 
por Titán creció y creció. Tan es así que la NASA 
lo designó objetivo de alta prioridad para la nave Voyager 
I, que llegó a Saturno a fines de 1980. Sin embargo, el fugaz sobrevuelo 
de la sonda por encima de Titán a mediados de noviembre de aquel 
año tuvo un alto costo: al tomar esa trayectoria, la Voyager I 
perdió la posibilidad de seguir viaje hasta Urano, cosa que sí 
logró su compañera, la Voyager II. Pero ese sacrificio valió 
la pena.
Al principio, el encuentro entre la sonda y Titán pareció un fiasco: 
la atmósfera no sólo impedía ver la superficie, sino que 
también carecía de detalles. Tan es así que uno de los 
controladores de la misión dijo que Titán parecía una borrosa 
pelota de tenis sin costuras. De todos modos, fue sólo la primera 
impresión, porque los instrumentos de la nave sacaron provecho del paseo 
y vieron cosas que sus cámaras no podían ver: por empezar, los 
espectrómetros infrarrojos y ultravioletas confirmaron que cerca del 
90% de la atmósfera de Titán es nitrógeno, seguido por 
el metano, y en menor medida otros hidrocarburos, como el monóxido de 
carbono y el cianuro. Y este no es un detalle menor: sacando la Tierra, es el 
único integrante del Sistema Solar que tiene una atmósfera gruesa 
rica en nitrógeno. 
Además, y mediante un ingenioso experimento de radio, la nave determinó 
con exactitud el tamaño del satélite: 5150 kilómetros. 
Muchísimo. De hecho, con esas dimensiones, Titán ocupa el segundo 
lugar en el lote de lunas del Sistema Solar, sólo superada, y apenas, 
por Ganímedes, la mayor escolta de Júpiter (que mide unos 5250 
kilómetros). Eso quiere decir que Titán es más grande que 
dos planetas: Mercurio (4880 km) y Plutón (2300 km). Por otra parte, 
ese mismo experimento sirvió para medir la densidad de la atmósfera 
(10 veces más que la terrestre), y su temperatura superficial: 175 grados 
bajo cero. Mucha y buena información.
Atmosfera y compuestos 
organicos
  La Voyager I 
confirmó que Titán es la única luna del Sistema Solar con 
una atmósfera gruesa. Y eso no ha cambiado (aunque se han encontrado 
mantos de gas apreciables en torno a los satélites jovianos Europa y 
Ganímedes, y en Tritón, la mayor luna de Neptuno). Y esa atmósfera 
parece ser un fenomenal laboratorio natural: distintos estudios indican que, 
continuamente, la radiación solar rompe las moléculas de metano, 
y sus átomos se recombinan formando moléculas de hidrocarburos 
más y más complejas que, llegado cierto punto, constituyen partículas 
que caen sobre Titán, formando una suerte de lodo orgánico espeso 
que cubriría buena parte del suelo. Y son precisamente todos esos compuestos 
orgánicos los principales responsables del color anaranjado de la atmósfera. 
Es más, se sospecha que el metano de Titán jugaría un papel 
similar al del agua en la Tierra, estando presente según las variaciones 
de temperatura en estado gaseoso, líquido (lluvias) y sólido 
(hielo en la superficie). Todas estas suposiciones se han visto fortalecidas 
durante la última década gracias a toda una nueva estrategia observacional: 
supertelescopios observando a Titán en ciertas y muy específicas 
longitudes de onda. 
Nubes, lluvias y hielo
  Así es: 
para estudiar ciertas características de la atmósfera y, especialmente 
la superficie de esta luna fuera de serie, los astrónomos han comenzado 
a usar ciertas ventanas de luz infrarrojas. Y uno de los primeros 
intentos en este campo tuvo por protagonista al Telescopio Espacial Hubble, 
que en 1994 detectó la presencia de grandes nubes blanquecinas, formadas 
por cristales de hielo de metano. La novedad fue recibida con cierto escepticismo, 
especialmente porque cuando la Voyager I había estado allí, no 
había detectado nada de eso, sino un manto calmo, parejo y sin detalles. 
Para peor, unos años más tarde esas nubes se observaron nuevamente, 
y además hasta parecían variar en tamaño y posición. 
Lo cierto es que Titán efectivamente tiene nubes de metano, y hasta lluvias, 
tal como acaba de confirmar recientemente un par de grupos de astrónomos 
que trabaja con dos de los telescopios más grandes del mundo: el Keck 
II (de 10 metros de diámetro) y el Gemini Norte (de 8 metros), ambos 
instalados en la cima del volcán Mauna Kea, en Hawai. Los equipos de 
Michael Brown (Instituto de Tecnología de California) y Henry Roe (Universidad 
de California) observaron la formación y desaparición de gigantescas 
nubes que flotan a unos 20 kilómetros de altura y que, como se sospechaba, 
forman parte del ciclo del metano en Titán. Son nubes que cambian 
en cuestión de horas, aunque algunas duran unos días dice 
Roe y esas variaciones nos sugieren que podrían dar lugar a precipitaciones 
de metano líquido sobre la superficie. A su modo, son las primeras 
lluvias detectadas fuera de la Tierra. Y esas lluvias podrían formar 
lagos que, de tanto en tanto, podrían congelarse y descongelarse.
Y hay mucho más: el agua también abunda en Titán, aunque, 
claro, en forma de hielo. Con técnicas similares a las de Brown y Roe, 
la norteamericana Caitlin Griffith (Universidad de Arizona) y sus colegas detectaron 
las huellas espectrales del agua en la mismísima superficie. Al parecer, 
habría gigantescas extensiones de hielo de agua, quizá de proporciones 
continentales, alternadas con las llanuras de materia orgánica (tal como 
sugieren las zonas claras y oscuras que revelan las observaciones infrarrojas). 
¿Y la vida?
  Fuera de la 
Tierra, poquísimos lugares en el Sistema Solar ofrecen un marco razonable 
para la vida. Uno de ellos es o fue el subsuelo de Marte. Otro es 
el enorme océano de agua líquida que se escondería debajo 
de la corteza helada de Europa, una de las grandes lunas de Júpiter. 
Y el tercero, aunque improbable, es Titán. La abundancia de materia 
orgánica, combinada con la luz solar, y quizá también hasta 
puntos volcánicos calientes en la superficie, hacen que sea difícil 
eliminar la posibilidad de vida en Titán, decía el gran 
Carl Sagan en su clásico Cosmos. Y agregaba: Es simplemente algo 
posible, pero no lo sabremos hasta que aterricen vehículos espaciales 
con instrumentos en su superficie. Y eso, como ya veremos, ocurrirá 
pronto. De todos modos, todo indica que el escenario actual es muy difícil, 
especialmente porque la temperatura del satélite es de 180 grados bajo 
cero. Por lo tanto, obviamente, el agua está supercongelada y en consecuencia 
no puede interactuar con los compuestos de carbono.
Vida futura
  Pero no estaría 
todo perdido: No estamos hablando de vida, sino más bien de los 
primeros pasos químicos hacia la vida, dijo, en su momento, Tobias 
Owen, una de las cabezas de las misiones Voyager. Primeros pasos, sólo 
primeros pasos: muchos expertos dicen que las actuales condiciones de la atmósfera 
de Titán con su revoltijo de grandes cadenas moleculares orgánicas 
cayendo hacia la superficie serían bastantes similares a lasde 
la Tierra primitiva. Salvo por el frío extremo, claro. ¿Pero qué 
ocurriría si, por alguna razón, la luna de Saturno se calentara? 
Alguna vez, eso ocurrirá: dentro de 6 mil millones de años, el 
Sol comenzará una lenta y fatal metamorfosis que lo convertirá 
en una gigante bola roja, hinchándose tanto que sus bordes rozarán 
la órbita de la Tierra (no hace falta decir la suerte que les espera 
a Mercurio, Venus y a nuestro propio planeta). Entonces, y sólo entonces, 
Titán se convertirá en un lugar pasablemente cálido durante 
unos cuantos millones de años. Su hielo se derretirá, y esa agua 
podrá combinarse con la pasta orgánica, creando un espeso caldo 
tibio. Materia prima para la vida. Quién sabe: tal vez, y paradójicamente, 
cuando la vida en la Tierra (y la Tierra misma) sea un recuerdo, Titán 
se convierta en el hospitalario hogar de nuevos y rudimentarios microorganismos.
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