Sábado, 6 de septiembre de 2003
Historia de la Ciencia: Sustancias que nunca existieron
Cómo se desvaneció el éter

Vientos de eter. Juno le pide a Aeolus que libere los vientos. F. Boucher (1703-1770).
Por Leonardo Moledo
El éter oscilaba malamente entre el ser y la nada. Cuando Newton tomó las riendas del mundo, construyendo un sistema pavoroso y universal basado en la acción a distancia y las fuerzas que se propagan a través del vacÃo, el éter corrió serios riesgos de extinguirse de a poco y caer en el mismo olvido de las sustancias mitológicas, como el néctar y la ambrosÃa que los dioses bebÃan en cálices de plata.
Pareció que el éter habÃa perdido toda posibilidad de existir. Pero no. El éter era demasiado atractivo, y sobre todo demasiado cómodo, como para que los cientÃficos, al ver el universo vacÃo que habÃa inventado Newton, pudieran resistir a la idea de volver a llenarlo de inmediato y convertirlo, nuevamente, en un plenum. El mismo Newton creÃa flojamente en el éter y le atribuÃa el origen del calor.
En realidad, el problema, como tantas veces, y en especial si se mira el Génesis, era la luz. Las concepciones tradicionales y que el propio Newton elevarÃa al rango de gran teorÃa fÃsica concebÃan a la luz como un flujo de corpúsculos. Tanto Hooke en su Micrographia como Huygens más tarde, propusieron una teorÃa de la luz radicalmente distinta: sostenÃan que los fenómenos luminosos se explicaban mucho mejor partiendo de la hipótesis de que la luz no está formada por corpúsculos, sino que consistÃa en ondas, pequeñas vibraciones.
¿Vibraciones de qué? Porque cuando la luz se propaga en el vacÃo... ¿qué es lo que vibra? El vacÃo no es nada, y la nada no puede vibrar. El éter aprovechó y se deslizó por la ranura luminosa. El universo geométrico de la Revolución cientÃfica, el universo que era puro espacio abstracto donde se movÃan los átomos regidos por la gloriosa ley de la gravitación universal y el principio de inercia, volvió a llenarse de pringoso éter medieval para que la teorÃa ondulatoria pudiera vivir y hubiera algo que vibrara transportando la luz.
Ya no era un éter activo, como el que proponÃa Descartes; ya no tenÃa las propiedades mecánicas que lo llevaban a formar torbellinos y generar los movimientos; ya no era un éter que formaba los cuerpos celestiales de Aristóteles, ahora era un éter puramente pasivo, que no ofrecÃa ninguna resistencia al movimiento de los cuerpos que lo atravesaban (o que él atravesaba).
El éter ya era de por sà bastante inverosÃmil, pero a medida que la teorÃa ondulatoria de la luz se afianzaba, fue adquiriendo caracterÃsticas estrafalarias. Los trabajos de Young y de Fresnel mostraron que las vibraciones luminosas eran perpendiculares a la dirección de propagación. Pero para que esto pudiera ocurrir, el éter tenÃa que ofrecer algún tipo de resistencia a la deformación. Pero si esto ocurrÃa, resultaba que el éter se comportaba como un sólido elástico. Lo cual ofrecÃa un no pequeño inconveniente: ¿cómo hacÃan los inmensos planetas en el cielo para atravesar enormes distancias de un sólido elástico? Se habÃa alcanzado la posición exactamente inversa a la de Aristóteles. Aristóteles ya no estaba, sus teorÃas no se usaban más, pero el éter, dicen, es más éter(no) que los filósofos.
Este asunto de los planetas era un engorro, pero se solucionó con cierta facilidad: G. G. Stokes en 1845 –y note el etéreo lector, mon semblable, mon frère, el año– sugirió que el éter se comportaba como un sólido para las vibraciones muy rápidas como las de la luz, pero como un fluido para movimientos muy lentos como los de los planetas. Y asÃ. Todo mejoró aún más para el éter cuando el fÃsico escocés James Clerk Maxwell, entre los años 1864 y 1873, unificó los conceptos de electricidad y magnetismo mostrando que eran aspectos de un único fenómeno –el electromagnetismo– y mediante un puñado de leyes muy simples logró explicarlo por completo. Era una vasta sÃntesis de tipo newtoniano y que no ahorró notables predicciones; entre ellas, la que afirmaba la existencia de ondas electromagnéticas (la luz misma, sugirió Maxwell, no es sino un fenómeno electromagnético). Afirmaciones puntualmente verificadas un puñado de años más tarde, cuando Hertz detectó las ondas adivinadas por Maxwell, y que hoy nos deparan placeres y delicias como la radio y la televisión. ¿Y dónde se propagaban estas ondas? Ahora el éter habÃa conseguido ser indispensable, que era lo que querÃa desde el principio.
Pero ya las cosas pasaban a mayores. Para esa época ya se manejaba la tabla de Mendeleiev y se estaba ante las puertas de la radiactividad. ¿Cuál era la naturaleza y el lugar de algo como el éter? ¿De qué estaba hecho? ParecÃa una sustancia puramente metafÃsica, pero si lo era, ¿de qué manera una sustancia puramente metafÃsica puede comportarse como un sólido elástico o como un fluido? El éter no sólo era quÃmicamente molesto, sino completamente anacrónico. En realidad, el éter era una porquerÃa.
Y además, estaba en reposo absoluto. Eso era lo peor de todo. Porque si el éter estaba en reposo absoluto, el movimiento absoluto debÃa existir también. Enterrar los conceptos de reposo y movimiento absolutos habÃa costado una dura lucha. ¡Y ahora volvÃan en un caballo etéreo!
Pero además, si el éter, en reposo absoluto, llenaba todo el universo, al moverse la Tierra a través de él, debe recibir una corriente de éter (de la misma manera que un avión en movimiento recibe una corriente de aire). Entonces, si se envÃa un rayo de luz en sentido paralelo y contrario a la corriente de éter, esta corriente lo retrasará, de la misma manera que la corriente de un rÃo es capaz de retrasar una barca. Y este retraso constatarÃa la existencia efectiva del éter.
Y bien. El fÃsico norteamericano Michelson, perito en medir la velocidad de la luz, llevó a cabo el experimento en 1881. Montó los aparejos y afinó los instrumentos para captar el retraso, por Ãnfimo que fuera. El rayo partió y llegó sin ningún retraso. Ningún viento de éter lo habÃa perturbado. Finalmente, el éter, que no sólo no existÃa, sino que nunca habÃa existido, pero que durante dos milenios habÃa luchado tenazmente por existir, perdió su última batalla. Y se precipitó en la nada.
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