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Sábado, 27 de septiembre de 2003
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TECNOLOGIA: LA SEGWAY HUMAN TRANSPORTER

El monopatín que no revolucionó el mundo (todavía)

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Por Federico Kukso

En el mundo de los inventos, la incertidumbre es la reina. O el éxito es rotundo (y se ganan fortunas) o se puede caer en el más estrepitoso fracaso. Dicho de otra manera: se tiene o no se tiene suerte. Por ejemplo, por un lado están los hallazgos como el automóvil (1855), la electricidad (1880), el teléfono (1876) o el televisor (1926), por sólo citar algunos, que cambiaron de un tirón la forma de vida del ser humano y, de paso, su percepción de las cosas que lo rodean. Y, por el otro, aquellas invenciones como el ventilador de aire caliente, la bicicleta eléctrica, las medias a pilas, la máquina para hacer arroz con leche y las pulseras magnéticas que pasaron derecho –y sin paradas– al olvido. Lo extraordinario del asunto es que muchas veces (más de las que se cree o quiere) las creaciones que corren con esta (mala) suerte son precedidas por oleadas de promesas y garantías de que van a cambiar de un saque el mundo; con la salvedad de que la algarabía pasajera termina por desembocar en una mera nota al pie en la historia de las ideas humanas.

“Eso”
Optimistas los hay en todos lados. Pero entre los que se encargan de publicitar nuevos inventos o de seguir acríticamente cuanta chuchería aparezca, abundan. Sin ir más lejos (en el tiempo), hace no más de dos años apareció en el mercado un artefacto (algo así como un monopatín eléctrico, ver foto) con todas las ganas de ser el invento que “cambiaría la civilización tal y como la conocemos”. Su nombre es “Segway Human Transporter” y fue presentado en sociedad con bombos y platillos el 3 de diciembre de 2001 en Nueva York. Los objetivos de su inventor, Dean Kamen (físico, ingeniero mecánico autodidacta y millonario estadounidense de 51 años), no eran nada modestos: por entonces, pretendía poner en jaque a la industria automovilística mundial y hasta aseguró que su monopatín (conocido informalmente como Ginger o It –”eso”–) borraría del paisaje urbano a los coches.
En el fondo, la Segway (cuyo nombre viene de la palabra inglesa segue que significa algo así como “transición suave de un estado a otro”) es un simple aparato de dos ruedas de características más que interesantes: es un transporte unipersonal que pesa 36 kilos, viaja a una velocidad máxima de 20 kilómetros por hora, carga un único pasajero de hasta 114 kilos y, gracias a un sistema de cinco giróscopos electrónicos y diez minicomputadoras, mantiene el equilibrio. Para hacerlo avanzar, basta con inclinarse ligeramente hacia adelante y para retroceder, hacia atrás. Sus sensores de movimiento monitorean el centro de gravedad del conductor más de 100 veces por segundo, señalando al motor eléctrico y a las ruedas hacia qué lado doblar y a qué velocidad.
Su “combustible” son dos pilas de níquel recargables que duran unas 6 horas, su chasis está hecho de aluminio y carece de sistema de frenos (para detenerse o aminorar la velocidad el conductor sólo debe inclinarse y retomar su posición normal). Pero no todas son flores: Segway, cuyas señas de identidad más notorias son la protección del medioambiente, bajo consumo y reducido espacio, tiene sus inconvenientes. Por empezar, no es nada barato: en el sitio de Internet www.amazon.com su precio ronda los 4950 dólares (aunque quizás no es nada en relación con lo que se pagó por las primeras unidades en remates: el número 1 salió a 117.300 dólares, el número 3, 105.100 dólares y el 2, 100.400). Si llueve, el conductor se moja. Además, no se sabe muy bien dónde dejarlo, dónde recargarlo, o peor, cómo van a reaccionar el resto de los peatones. Muchos, incluso, sostienen que otro de los escollos a vencer es la reticencia de varios gobiernos municipales estadounidenses. De hecho, San Francisco hace menos de un año prohibió la circulación del invento de Kamen por sus veredas. “Está comprobado que no es seguro para quienes caminan detrás o delante de él”, acusaron.

Se dice de mi
Kamen, que en una entrevista en la revista Time proclamó que el aparato “será al auto lo que los autos fueron a los caballos”, no es el único que habla maravillas del Segway. Steve Jobs, el capo máximo de Apple, lo consideró “el invento más revolucionario después de la PC”. John Doerr, un financista que invirtió 38 de los 100 millones de dólares que costó hacer el aparato, dijo que “puede llegar a ser más importante que Internet”. Quizás sea mucho.
Más que nada, declaraciones como éstas huelen a operaciones de marketing. En su página de Internet (www.segway.com), tampoco obviaron elogios: “Creemos que en un tiempo, Segway conllevará una reconfiguración de las maneras en que se construyen las ciudades extendiendo significativamente las veredas. Segway permitirá a la gente hacer mejor uso de su tiempo, interactuar con su comunidad y contribuir a la eliminación de las congestiones de tránsito y la contaminación”.

Rumores
Semanas antes del lanzamiento de Segway, todo era rumor. Algunos secretos del superproyecto secreto de Kamen se filtraron a la prensa en enero de 2001. Inmediatamente, cientos de historias comenzaron a circular por Internet: que era un aerodeslizador a base de hidrógeno, un aparato magnético antigravitatorio, una mochila-helicóptero o una rampa de teleportación.
A casi dos años, la “revolución” todavía no ha empezado. De las diez mil máquinas que tenían pensado hacer por semana, se cree que sólo producen 10. La empresa no dice nada acerca de la cantidad de unidades vendidas. Sin embargo, lo que se presume es que para febrero de 2003 ya se habían vendido unas 3000 (de las que George W. Bush tiene una).
A lo mejor es cosa de darle tiempo, hay inventos (como la pólvora) que tardaron muchos años hasta tener un impacto importante en la sociedad. De momento, los autos, que usan en cierta medida el mismo sistema de combustión que hace cien años, siguen circulando. En estos días, Kamen debe estar queriendo no saber nada de Preston Tucker (o su historia), quien en los ‘40 diseñó el Torpedo, conocido como el “auto del futuro”. Pese a ser veloz (tenía un motor de helicóptero), seguro y confortable, fue un rotundo fracaso: sólo se hicieron 51 unidades. Vaya ejemplo.

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