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Sábado, 26 de abril de 2003
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Libros y publicaciones

LA DOBLE HELICE
James Dewey Watson
Alianza Editorial, 206 páginas

Quienquiera que esté interesado en la historia del ADN, no puede menos que leer La doble hélice, de James Watson, delicioso librito que relata la trastienda del gran descubrimiento, y la aguda descripción del funcionamiento del mundillo científico, con sus mezquindades, sus competencias (no siempre limpias) por los premios, las becas, los fondos, la vida social y el resto de las recompensas simbólicas que a veces son el motor del desarrollo científico tanto como la curiosidad. “No podía uno ser un buen científico sin comprender que, en contraste con la concepción popular sostenida por los periódicos y las madres de los científicos, buen número de ellos no sólo son obtusos y de mentalidad estrecha, sino simplemente estúpidos.” La frase, casi en las primeras páginas, da una buena idea del tono general del libro.
En La doble hélice, Watson se retrata a sí mismo y a Crick, junto a otros personajes de esta historia, como Maurice Wilkins, discutiendo, yendo y viniendo del laboratorio, al pub, negándose a proporcionarse datos mutuamente, tratando de ganarle una carrera por el Premio Nobel a Linus Pauling –y lográndolo– para estar asociados para siempre a uno de los grandes hitos de la historia de la ciencia.
Vale la pena citar las palabras finales que Watson dedica a Rosalind Franklin:
“En 1958, Rosalind Franklin murió a la temprana edad de 37 años y quiero decir algo aquí acerca de sus realizaciones. La determinación de las formas A y B del ADN habrían bastado para establecer su reputación, pero mejor aún fue su demostración, en 1952, de que los grupos fosfato debían estar en la periferia de la molécula de ADN. (...) comprendimos con varios años de retraso las luchas que debe arrostrar la mujer inteligente para ser aceptada en un mundo científico que, a menudo, considera a las mujeres como meras distracciones del trabajo reflexivo serio. El valor y la integridad ejemplares de Rosalind quedaron de manifiesto cuando, sabiendo que estaba mortalmente enferma, siguió trabajando intensamente hasta semanas antes de su muerte.”
El libro de Watson –publicado originalmente a 15 años del descubrimiento y, como se comprende, de gran actualidad– abarca un período de tres años (“cuando muchos creían aún que los genes eran una forma especial de proteínas”), desde el momento en que Watson llega a Cambridge con una beca para estudiar bacteriófagos (que él consigue forzar para dedicarse casi clandestinamente al ADN), hasta el momento del triunfo final cuando el modelo de la doble hélice estuvo erguido en su soporte de metal. “En la semana siguiente empezaron a ser distribuidos los borradores del artículo, que fue enviado a Maurice Wilkins y Rosy Franklin para que lo comentaran. A fin de marzo, la versión definitiva estaba lista Fue fácil persuadir a mi hermana de que lo mecanografiara, el artículo de novecientas palabras, pues le dijimos que estaba participando en el acontecimiento quizá más importante en el mundo de la biología desde El origen de las especies de Darwin. El miércoles 2 de abril salió con destino a los editores de Nature.”
El 25 se publicaba. Y la biología daba un paso definitivo. L.M.

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