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Sábado, 11 de diciembre de 2004
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Novedades en ciencia

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CITA CON LO PROFUNDO [Discover]
Luego de la muerte del explorador francés Jacques Cousteau en 1997, los océanos del mundo quedaron huérfanos. Ya no había quien narrase las maravillas y secretos de los siete mares, las peripecias de sus criaturas de ensueño o las fantasías submarinas que aguardan para atacar en las frías y silenciosas esquinas del abismo. Sin embargo, una nueva figura se perfila para ocupar los zapatos (mejor dicho: las patas de rana) que bien supo llevar Cousteau en sus travesías a bordo del barquito Rainbow Warrior. El susodicho se llama Emory Kristof, tiene 62 años y es uno de los fotógrafos-estrella de la revista National Geographic. Su currículum es extensísimo: diseñó y construyó con sus propias manos sofisticados sistemas fotográficos que revolucionaron los estudios oceanográficos, documentó nuevas formas de vida en aguas cercanas a las Galápagos y, junto a Robert Ballard y Woods Hole, encontró el Titanic en 1985, y sigue...
Pero resulta que ahora quiere más. Para coronarse como el Cousteau del siglo XXI prepara una megaexpedición (formada por un equipo de biólogos y oceanógrafos) con un solo objetivo: fotografiar la región oceánica más profunda de la Tierra, la Fosa de las Marianas, cerca de la costa de Guam en el Océano Pacífico. Allí, Kristof y los suyos arrojarán un sistema de cámaras manejadas a control remoto y esperarán que toque fondo a 10.897 metros de profundidad.
Será difícil, pero de conseguir la esquiva instantánea, toda la gloria lloverá sobre los hombros de Kristof. Habrá logrado correr el velo de una de las zonas más enigmáticas del planeta, y de las más injustamente desdeñadas (más personas caminaron sobre la superficie de la Luna que las que han llegado hasta el verdadero fondo del océano; se han enviado más sondas a Marte que robots sumergibles a hacer mapas del lecho marino). Kristof, entonces, será un pionero.

TITANES EN EL RING [nature]
No sostiene ni el firmamento ni la esfera terrestre en su espalda, pero su delicado trabajo lo hará sudar: físicos ingleses de la Universidad de Oxford acaban de terminar el armado del corazón de una máquina experimental –llamada Atlas– diseñada para buscar las fuerzas que modelaron el universo.
Planeada en papel hace diez años, Atlas es un semiconductor de última generación capaz de reproducir las condiciones que existían momentos antes del Big Bang. Una vez terminado, medirá 25 metros de alto por 47 de largo y pesará siete mil toneladas. Pero no actuará solo: dentro de unos meses lo sellarán dentro del Gran Colisionador de Hadrones en Ginebra, Suiza. Este monumental engendro técnico está instalado en un túnel de 27 kilómetros de circunferencia y, según sus promotores, servirá para provocar el choque de protones y crear caseramente pequeños agujeros negros que ayudarán a definir qué es el universo (y cómo nació) al tiempo que se buscarán nuevas leyes físicas (si es que existen) que estén más allá del marco del modelo estándar.
“Ha tomado diez años construir a Atlas y tomará diez años más procesar los datos que encontremos”, explicó el físico Georg Viehhauser quien, entre sus deseos más íntimos, tiene el de detectar la “partícula divina”: el Bosón de Higgs que explicaría por qué las partículas tienen masa. “Tiene que haber nuevas leyes físicas en esta región de energía”, dijo Tony Weidberg, uno de los 1800 científicos que trabajaron en el armado de este titán de la física.

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