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Sábado, 13 de diciembre de 2003
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Donde se cuenta otra anécdota de Diógenes y se propone un enigma sobre un campamento griego

Por Leonardo Moledo
–Bueno –dijo el Comisario Inspector–. Terminamos con los cínicos, contando algunas anécdotas más de nuestro amigo Diógenes: cuando llegó a Atenas, quiso ser discípulo de Antístenes, pero fue rechazado, ya que éste no admitía discípulos. Ante su insistencia, Antístenes le amenazó con su bastón, pero Diógenes le dijo: “No hay un bastón lo bastante duro para que me aparte de ti, mientras piense que tengas algo que decir”. Una vez que lo invitaron a una lujosa mansión le advirtieron de no escupir en el suelo. Acto seguido le escupió al dueño, diciendo que no había encontrado otro sitio más sucio. Se decía que Diógenes iba por la calle en pleno día, con la lámpara encendida, diciendo “Busco un hombre”. Y así se refería a que en realidad ninguno nos comportamos enteramente como seres humanos.
En otra ocasión le preguntaron por qué la gente daba limosna a los pobres y no a los filósofos, a lo que respondió: porque piensan que pueden llegar a ser pobres, pero nunca a ser filósofos.
–Y otras cosas interesantes –dijo Kuhn–. Diógenes decía que él no vivía en realidad en ninguna parte, que era un “ciudadano del mundo”, lo cual no deja de ser interesante.
–Voy a citar a mi querido enemigo Michel Foucault –dijo el Comisario Inspector– que identificaba claramente las condiciones morales asumidas por los filósofos cínicos en una frase “quien dice la verdad está en situación de inferioridad frente a su interlocutor”.
–Me gusta la frase y vale la pena repetirla: “Quien dice la verdad está en situación de inferioridad frente a su interlocutor”.
–Desde ya, siempre afronta un peligro y lo acepta como deber moral –dijo el Comisario Inspector–. No sé quién es hoy tan valiente. Porque muchas veces uno escucha a ciertas personas anunciar que dirán “la verdad descarnada” y la dicen, pero resulta que se trata de gente poderosa, que no tiene nada que perder. ¿Qué nos queda para nosotros, los débiles?
–Nada –dijo Kuhn– nada. Y no sé por qué recordé de pronto el final de Tío Vania, de Chéjov.
–Nada –dijo el Comisario Inspector–.
–Nada, salvo el enigma –dijo Kuhn.
–Bueno –dijo el Comisario Inspector–. Una sobrina de Diógenes dormía en un campamento con un montón de chicos y chicas de su edad. Diógenes le dijo: “Contá el número de amigos –se lo decía en griego, claro está–, que cada uno de tus compañeros tiene en este campamento. Si hay dos que tengan exactamente el mismo número de amigos, te doy una dracma. Pero si no hay un par con el mismo número exacto de amigos, me das diez dracmas a mí. ¿Le convenía a la sobrina aceptar la apuesta de su tío?

¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Le convenía? ¿Y por qué Kuhn se acordó de Tío Vania?

Correo de lectores

Tres filosofos
En el enigma de los tres filósofos, creo que se puede saber qué es cada uno, pero sin seguridad matemática: con su pregunta, el primero es epicúreo, como el tercero. El segundo es cínico, ya que debe haber uno, por lo menos. Para responder si Diógenes era Sócrates o viceversa, primero tengo que terminar de leer sus obras completas.
Jorge Puccio

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