Sábado, 23 de octubre de 2004
Donde el crimen de la lógica se desmenuza lógicamente y se propone un enigma sobre un concurso
Por Leonardo Moledo
Todo estaba igual que el sábado pasado: el velorio multitudinario y lógico, donde ya se percibÃa la ausencia del embajador inglés, el cadáver de la lógica articulado con alambres, la madre de la lógica abrazada al cuerpo. Kuhn tenÃa la rara sensación de que por más que hicieran, la realidad se les adelantaba, que indefectiblemente marchaba unos metros adelante de ellos.
Como de costumbre, un policÃa interrogaba a los lógicos, ante la mirada escéptica del Comisario Inspector.
–La vieron por última vez cuando salÃa de su casa –apuntó un lógico flaquÃsimo, que tenÃa en sus manos una taza de café vacÃa desde el comienzo del velorio: la taza no tenÃa como objetivo tomar café ni tomar nada, sólo mostrar la inutilidad que invade a los objetos cuando nadie los utiliza–. Luego, dicen, subió a un Peugeot azul, que se alejó con rumbo desconocido, hasta que apareció muerta en un baldÃo cercano a la Embajada de Inglaterra.
La versión de otros diferÃa por completo. Según un grupo empirista, el crimen se habÃa cometido en el interior mismo de la casa de la lógica: la habÃan matado y descuartizado en su propio dormitorio y luego habÃan transportado los restos hasta el baldÃo en un Peugeot azul. Pero habÃa otras versiones más. Según una de ellas, la habÃan matado en público, ante sus alumnos, durante una clase particularmente penosa. Luego, habÃan introducido el cuerpo en un Peugeot azul, con el parabrisas trasero cubierto de calcomanÃas, donde la habÃan descuartizado, para arrojarla después en el baldÃo. Otros contaban que habÃa sido en una plaza, mientras un Peugeot azul doblaba una esquina, y habÃa quienes aventuraban que se habÃa suicidado y que el Peugeot azul no habÃa hecho sino transportarla hasta el baldÃo, luego de cumplir el acto inútil, libre y perverso del descuartizamiento. A medida que las versiones se sucedÃan y complicaban, el asesinato y el descuartizamiento se separaban, como si se tratara de fenómenos diferentes, practicados en diferentes cadáveres, que luego, por una necesidad inexplicable hubieran vuelto a reunirse en un solo cuerpo. La propia vÃctima se esfumaba en la mecánica del crimen, que parecÃa tener más consistencia que ella misma. Ella era sólo el vehÃculo que el Peugeot azul habÃa elegido para manifestarse, o a través del cual el crimen y el descuartizamiento se habÃan realizado a sà mismos, en etapas hegelianas, en el suave transcurrir de trÃadas dialécticas que se sucedÃan virginales, impolutas, para rematar en ese muñeco abrazado a su madre en un incesto final y por lo tanto innecesario, que no era sino la negación de la negación. Y luego, ah luego la sÃntesis, la vuelta a la prohibición y al tabú, la introducción férrea, alambresca, en un paraÃso fetal.
Pero los lógicos consideraban el hecho como una contingencia del devenir, un dato más que se agregaba a la cadena del pensamiento y el lenguaje realizándose a sà mismos, un arquetipo de la Idea, desarrollándose cauta en un ámbito apropiado. La tarde se habÃa hundido en la negrura, los televisores vecinos se habÃan apagado casi al unÃsono al marcharse el embajador inglés, y sólo uno repiqueteaba aún a esa hora tardÃa: estaban transmitiendo una competencia donde grupos de parejas luchaban por un premio en todas las formas imaginables: se trepaban a un palo resbaladizo, subÃan una escalera con los escalones serruchados, contestaban preguntas dificilÃsimas sobre quÃmica, saltaban a la soga hasta batir records yluchaban en estilo grecorromano. Pero lo más curioso es que ignoraban cuál era el premio. El locutor hacÃa referencias con una voz en la que parecÃa ondear una sonrisa permanente y estereotipada: a veces sugerÃa una bicicleta, a veces una cartera de cocodrilo, a veces una excursión por Europa: los posibles premios eran siempre femeninos. Pero lo cierto es que la verdad, el verdadero resultado, no se sabÃa. Era el perfecto reverso del velorio, donde el final, precisamente, era lo conocido.
El Comisario Inspector parecÃa a la vez divertido y desconcertado, y propuso un enigma: Hay un concurso, con tres premios, y se seleccionaron tres objetos, de los cuales solo falta definir el orden. Cada miembro del jurado vota por separado aclarando cual para el primer premio, cuál para el segundo y cuál para el tercero. El administrador decide computar asà los votos; a cada objeto le asigna: 30 puntos por cada voto para primer premio, 20 por cada voto para el segundo premio, y 10 por cada voto para el tercer premio. Luego suma los puntos obtenidos y le da el primer premio al que tiene más puntos y asà sucesivamente. ¿Es justo y razonable este sistema de puntaje?
¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Es justo? ¿Y por qué los televisores se pagaron apenas se fue el embajador de Inglaterra?
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