Los juegos virtuales, desde ya, ofrecen una gama de posibilidades de las que carecen la payana o el fútbol, del mismo modo que el procesador de texto sumió en la oscuridad para siempre a la máquina de escribir (vengando en cierta forma a la pluma de ganso destruida por aquélla). Sin embargo, tanto en el procesador de texto, como en los juegos virtuales hay una cierta atmósfera de permanencia envuelta para regalo fashion: en última instancia, Second life reproduce varios juegos de mesa que permitÃan soñar con existencias paralelas, empezando por el muy norteamericano Metropol, en el que cualquiera podÃa enriquecerse especulando con bienes raÃces (cumpliendo el sueño norteamericano de hacerse rico), competir y arruinar para siempre mediante gravosas hipotecas a su mejor amigo, y que tuvo (¿tiene aún?) su versión local en el Estanciero.
En última instancia, el espacio virtual es un teatro y retoma el antiquÃsimo juego del teatro, si bien con la posibilidad de participar a distancia y mucho mayor acceso (mediante el prudente pago de una cuota; eso no ha cambiado, desde ya) que, sin embargo, tiene su precio. Porque si el mundo real es complejo, confuso e inaprehensible, el teatro donde se asumen nuevas identidades busca alguna lÃnea nÃtida que se desenvuelve sinuosamente y como puede, absorbiendo y respetando matices mediante la imaginación; el espacio virtual, en cambio, es absolutamente literal, todo es, nada parece ser y es esa literalidad profunda (y probablemente intrÃnseca) su mayor ventaja y su peor defecto.
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