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Viernes, 4 de septiembre de 2015
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cine

Amores (contra) hechos

Vuelve el director Peter Bogdanovich con She’s Funny That Way. Chispazos de fascinación que terminan en nada.

Por Marina Yuszczuk
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La carrera de Peter Bogdanovich como director fue fulminante: cinéfilo enamorado y compulsivo que había escrito sobre la filmografía de John Ford y Howard Hawks cuando todavía no eran clásicos, fue crítico de cine durante varios años y hasta se hizo amigo de Orson Welles antes de realizar su primera película. Esa película fue The Last Picture Show (1971) y, ambientada en un pueblito de Texas en la década del 50, es tanto un homenaje al cine del pasado como una historia bien plantada en el cine de su propia época, la que compartió y marcó con otros directores como Coppola y Scorsese. Bogdanovich tenía 32 años cuando la filmó, y las ocho nominaciones al Oscar que recibió prometieron una carrera deslumbrante. De paso se enamoró de su protagonista, una modelo llamada Cybill Sheperd, que todavía era desconocida, y dejó a su mujer para casarse con ella. Después vinieron otros éxitos como What’s up, Doc? (1972) y Paper Moon (1973). Y después los fracasos, películas con Cybill Sheperd que todo el mundo odió, y el desastre de They All Laughed (1980). Para ese proyecto Bogdanovich puso a Audrey Hepburn junto a Dorothy Stratten, que había sido Miss Playboy. Ella estaba casada con un tal Paul Snider, pero lo dejó para irse a vivir con Bogdanovich; Snider la asesinó y después se suicidó. Bogdanovich estuvo deprimido durante años y quedó en bancarrota por esa película que nació maldita.

Parece demasiada información, pero She`s Funny That Way no se ve de la misma manera sin saber quién es Bogdanovich, que con 76 años vuelve a ponerse al frente de una comedia después de haber dirigido solamente tres o cuatro veces en las últimas décadas. Primero porque ésta es la historia de un director de teatro que se enamora de sus actrices, y segundo, porque la película no es retro (en el sentido de homenaje nostálgico) sino decididamente anacrónica, una incrustación de otra época que traslada una sensibilidad, un tipo de humor (esos chistes de enredos de hotel, puertas que se abren y se cierran, prostitutas que se metieron en el cuarto equivocado y se esconden en la ducha), actrices y actores como Jennifer Anniston y Owen Wilson, y a una Nueva York hecha con dos o tres locaciones en la que parece que no hubiera pasado el tiempo.

Arnold Albertson (Owen Wilson) está casado con una actriz maravillosa que se llama Delta Simmons (Kathryn Hahn) pero le encanta, cada vez que puede, pasar la noche con alguna prostituta y ofrecerle plata para que deje la profesión y se vaya a realizar sus sueños. Cuando el director llega a Nueva York para montar una nueva obra en Broadway llega el turno de Isabella Paterson (Imogen Poots): ella le dice que quiere actuar, y no es difícil adivinar que va a ser una de las actrices que se presenten al casting al día siguiente. No sólo eso, sino que Isabella es genial y a Arnold no le queda otra que contratarla. Otro de los actores del elenco (Will Forte) también se enamora de ella, pero todavía está saliendo con una psicóloga cabrona y desubicada (Jennifer Aniston), y otro más (Rhys Ifans) es un ex amante de Delta que le sigue teniendo ganas.

La película se mueve como un pinball entre ellos y comete el acierto de ubicar acá y allá algunos personajes secundarios que parecen sacados de un baúl de los recuerdos, como el detective privado con aspecto de abuelo bonachón que persigue a Isabella. Además Imogen Poots es un hallazgo, una chica que sabe contar una historia en primer plano y que tiene a su cargo alguno de esos momentos en que vuelve la fascinación de un cine de estrellas, de actores, donde las caras capitalizadas por un buen director son las protagonistas, pero más allá de algunos momentos deslumbrantes todo el conjunto termina por tratarse de nada. Parece que Bogdanovich quisiera retomar su carrera exactamente en el punto donde la dejó cuando todavía era exitoso y eso es fascinante, hace saltar la historia del cine como la púa de un disco rayado, pero eso no lo exime de tener que ofrecer una película bien hecha.

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