En su segundo libro de poemas, Graciela Batticuore –Buenos Aires (1966), doctora en Letras por la UBA, investigadora en el Conicet, docente universitaria y autora de varios trabajos sobre el perfil de diferentes escritoras en los albores de la literatura argentina– indaga los efectos del duelo por la muerte del padre al mismo tiempo que, gracias a la compañĂa de un hijo, “reinventa futuros/ sobre heridas reciĂ©n abiertas”. Sol de enero, que comienza con un breve poema donde germina una pregunta (y habrá varias a lo largo de la narraciĂłn lĂrica que entrelaza la agonĂa del padre con los recuerdos de infancia y la promesa que el hijo encarna), apenas roza el tono de la elegĂa: “Hoy me han dicho que se muere/ mi padre”. Un registro Ăntimo reemplaza ese tono marchito y crece en espacios domĂ©sticos: en el patio con las plantas bañadas por la lluvia, en el auto conducido por la mano fuerte del padre durante las vacaciones o rumbo a la escuela, en el dormitorio del hijo, en la propia interioridad: “Acaso estĂ© descubriendo/ de mĂ,/por fin,/ lo más recĂłndito”.
Encubierta entre los dos protagonistas –padre e hijo elevados a la categorĂa de hĂ©roes (el hijo “va vestido de Superman” por la casa; el padre tenĂa manos de gigante y “el corazĂłn de Robin Hood”)– la voz poĂ©tica cobra relieve en la continuidad y en la profundidad: “Yo buceo./ Voy buscando tesoros/ bajo un ocĂ©ano inmenso, desconocido”. AllĂ tambiĂ©n encontrará negrura, dĂas endemoniados, nada firme ni estable, secretos minĂşsculos, misterios sin develar. Como Susana Cabuchi en Album familiar, MĂłnica Sifrim en Lagunas o Tamara Kamenszain en La casa grande, poemarios donde la enfermedad, la agonĂa y la muerte de los padres adquieren una centralidad envolvente, Batticuore encuentra en el uso de la primera persona –no sĂłlo singular: “DejĂ©monos estar”, “Vamos juntos, a la par...”, “trotemos junto a la mar”– una clave para descifrar los ciclos cotidianos: “Nunca antes habĂa visto con tanta claridad/ cĂłmo se suceden las horas”. Esa claridad, que reaparece en Sol de enero varias veces como un leitmotiv, ya sea durante el dĂa en el patio casero o ante la hiedra, se asemeja al don que la muerte concede y que las palabras intentan traspasar en una profecĂa ambigua: “No sabrás/ acaso/ nada de poesĂas”.
“Un pájaro me susurra al oĂdo,/ no quiero perder esta claridad”, se lee en el poema final. A ese costado ciego de la vida, ausencia o niebla, náusea o terror, la escritura poĂ©tica contrapone una alquimia, una fĂłrmula mágica similar al sueño recurrente del padre que, convertido en pájaro, desplegaba las alas y experimentaba una sensaciĂłn de libertad plena. Una vez que “enero lo ha interrumpido todo”, en el presente de la pĂ©rdida (“Pierdo partes/ de mĂ, tiempos/ de mĂ”) la poesĂa baila una danza de resurrecciĂłn y movimiento: es una invitaciĂłn.
“El tema es la muerte del padre pero tambiĂ©n el renacer de la hija –indica la autora–. El reconocimiento del ser en la poesĂa, en la palabra. Los afectos y el cuerpo prevalecen, reviven al desnudo en una despedida al padre en la que tambiĂ©n el tiempo es la clave: pasado y presente, la niña que vive en la mujer, la poesĂa como lugar de vida. De allĂ las madreselvas, la hiedra en el muro o los peces multicolores en el fondo de un ocĂ©ano.” Esa dualidad se advierte además en el tono, a la vez ensimismado y abierto, delicado y sombrĂo, de los poemas. Batticuore señala que ha buscado la marca de lo mĂnimo, de la elipsis. “Es un registro intimista, bajo, que viene del cuerpo. Me importa encontrar esa voz de la niña devenida en poeta, por eso para mĂ Sol de enero no es sĂłlo un libro sobre un duelo sino tambiĂ©n sobre la felicidad del hallazgo.”
Sol de enero
Ediciones del Dock
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