En 1928 el director danés Carl Theodor Dreyer estrenó una pelÃcula extraña, surgida por un encargo de la Société Genérale des Films, que estaba interesada en llevar al cine la historia de alguna de las heroÃnas nacionales de Francia. Juana de Arco salió sorteada con el simple método de los palitos de distinto largo; Dreyer, que ni siquiera era francés, no tenÃa un interés especial en esa historia pero sà tenÃa una mirada, y puesto a trabajar logró por varias razones una de las pelÃculas más importantes en la historia del cine. Obsesivo y perfeccionista, hizo construir un decorado costoso ideado por Hermann Warm, que antes habÃa participado entre otras pelÃculas en El gabinete del Dr. Caligari (1919), y después filmó casi Ãntegramente con primeros planos en los que apenas asoma una puerta, un pedazo de pared. También se tomó su tiempo con el casting, que incluye al poeta Antonin Artaud, y demoró más de un año en un rodaje que implicó repetir tomas hasta la locura o el cansancio.
Pero indudablemente uno de los factores que hicieron de La pasión de Juana de Arco algo tan impactante es el protagonismo de MarÃa Falconetti, el nombre artÃstico de Jeanne Falconetti, que en sus mejores momentos fue llamada simplemente Falconetti o la Falco, como las grandes divas. Exitosa en el mundo del teatro ligero en la ParÃs de los años veinte, Falconetti no habÃa hecho ninguna pelÃcula ni volverÃa a aparecer en la pantalla del cine después. Todo se dio como si su aparición en la pantalla tuviera que quedar congelada en esa sola pelÃcula, como si la Falconetti real no tuviera que borrarse nunca más a Juana de Arco de la cara. Básicamente, porque en un espectáculo que todavÃa no se consideraba como arte, la actriz alcanzó un grado de intensidad y una sofisticación en los gestos que no se habÃa visto nunca, al punto de hacer de su rostro desnudo un territorio suficiente en el que desplegar toda una historia de pasión y calvario. Dreyer la obligó a actuar sin maquillaje, igual que al resto de los actores, la filmó casi siempre desde abajo, la hizo rapar en cámara y atesoró las lágrimas que le rodaban por la cara como si intuyera que iban a ser eternas. Falconetti no se recuperó jamás de esa experiencia y el misterio de su fracaso posterior, del que solo quedan algunas huellas hasta su muerte en Buenos Aires, es lo que Llamas de nitrato, el documental del argentino Mirko Stopar que se proyecta en el Malba después de haber pasado este año por el Bafici y el Festival de Mar del Plata, persigue como tanteando en la oscuridad.
Lo más interesante del proyecto de Mirko Stopar es que se trata de reponer una historia con huellas escasÃsimas, sobre todo de material de archivo. Por eso, Llamas de nitrato no deja de ser un documental pero se entrega libremente a la ficción, o al menos a la clase de ficción que supone una recreación: con fotos en blanco y negro mostradas de lejos, falsos noticieros de los años veinte en los que la voz de un narrador cuenta fragmentos de la historia de Falconetti, fragmentos de pelÃcula en los que una actriz tomada de espaldas se aleja de la cámara como simulando ser esa figura esquiva que ninguna cámara guardó, Stopar hace prácticamente un documental en ausencia de su objeto, enrarecido, en el que las apariciones ficticias de las sustitutas de Falconetti replican una y otra vez ese estado siempre en fuga de un mito. Desde el principio hasta el final, es como si la actriz se le escapara a cada minuto de las manos, y eso le otorga un aire melancólico y alucinado a la inmersión durante ochenta minutos en un mundo del cine primitivo, tremendamente cercano y a la vez, ya perdido, tanto como se perdió la cinta original de Dreyer y la mujer empobrecida que terminó sus dÃas en Sudamérica, haciendo un último intento por volver a actuar o dando clases de francés.
Llamas de nitrato se proyectará el jueves 26 de noviembre a las 21.15 en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415.
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