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Viernes, 11 de diciembre de 2015
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La era de hielo

Juliana Awada

Por Flor Monfort
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Cuidar al hombre, acompañarlo, mirar de lejos la empresa familiar, aportar algo pero siempre respetando la trayectoria de los que saben (el marido, la Santa Madre) son los trending topic del discurso que Juliana Awada viene regalando con sonrisas a quienes tuvieron la suerte de entrevistarla en las últimas semanas. Las12 quiso tener su palabra pero fue imposible: la web de este diario, intermitentemente hackeada desde el jueves 3, debe ser la culpable de tanta indiferencia. Juliana adora leer las noticias desde su tablet mientras desayuna con tostadas livianas y frutas junto al flamante Presidente.

Abonada a las fórmulas publicitarias del partido de su amado, Juliana responde con frases cortas sin demasiada información, perfectas para guardar el misterio que toda mujer de honra debe mantener, como “eso no es así de ninguna manera” o “lo que necesitamos es unión”, pero a la hora de mostrarse “leona”, esa figura tan cara al periodismo que la adora y que la hace decir hello desde sus portadas, elige mostrar las uñas afiladas, siempre impecables pero sobrias, que ahuyenten a las competidoras (Mauricio y Juliana se conocieron en el exclusivo gimnasio Ocampo de Barrio Parque, en esa época en que Mauri amasaba sus abdominales al viento de su relación con otra chica bien, Malala Groba, y tras muchos años de matrimonio con la brillante Isabel Menditeguy). No es que sea celosa, dice, “lo normal”, dice, y sin decir nada, revuelve en la cabeza de quienes la escuchamos ese imaginario que representa con tanta pulcritud: el mismo que agita la bandera de Punta del Este como si fuera un derecho humano y que piensa que la violencia la ejercen las mujeres cuando hablan fuerte. Su grupo cerrado incluye a Agustina Ayllón e Inés Peralta Ramos, dos espléndidas que también se tiran oro del bueno encima y que están chochas con la llegada de su amiga al poder real, porque desde allí podrá calar hondo en las próximas generaciones. Juliana dijo que “si es posible” quiere ayudar “a quien lo necesite” (sic), no dejando en claro de quién se trata, como para sumar más porotos a su cartón de sensualidad hueca y aprincesada. Curioso es que sus cejas hayan mutado de la curva al zig zag cuando la dama de hierro Mirtha Legrand le preguntara por su hermano Alejandro, quien se presentó borracho a recibir un premio Tato. ¿Será que todavía tiene mucho que aprender de las chicas Northlands? Time will tell (o el tiempo dirá, queridxs, es hora que se pongan a tono).

Por supuesto que nadie va a decir nada de su Rolex de cincuenta mil dólares y difícil va a ser encontrar la grieta (cuac) por la que seguir insistiendo con la explotación que la empresa de su familia realiza de sus empleadxs; poco importa cuando la primera dama es tan coherente con los intereses que representa y cuando el juez que sobreseyó a los Awada, Guillermo Montenegro, entró por la puerta grande al elenco estable del PRO.

Es por eso que Juliana representa todo lo que no queremos: el silencio, la preocupación por la caída de las telas, que siempre le caen bien, en la panza, en los pantalones, justamente porque ella tiene tiempo de ocuparse, no está en los temas escabrosos sino en los que importan: la casa, el vestido de la nena, las mucamas, la vajilla y el árbol de Navidad, y representa el amor como universal de telgopor. Amor sin demasiada pasión, amor casi sin sexo (o sexo para reproducirse como insinuaba el PRO desde esa imagen de vulva con cierre), amor como sinónimo de status y confort, sillones mullidos y articulaciones tan laxas como las ideas.

Dicen que Jimena, la hija mayor del presidente electo, no votó a su papá, y hasta hace pocos meses, Macri padre juraba que Mauricio no tenía corazón. Juliana es la única de su círculo íntimo que pone las manos en el fuego por él, aunque “poner las manos en el fuego” sea una expresión demasiado pasional para predicar sobre Juliana. Es que a pocas horas de escuchar a Cristina hacer vibrar la plaza, lo que queda quema y mucho va a haber que hacer para que se apague.

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