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Viernes, 8 de enero de 2016
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visto y leído

El amor eterniza

Una mujer se enferma gravemente y deja a su hijo de tres años un cuaderno con todo el universo que hubiera querido darle durante su vida.

Por Malena Rey
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“Nada dura para siempre. Ni el helado, ni las películas, ni lo feo, ni lo lindo, ni las hojas de los árboles, ni Mamá”: esta podría ser una explicación sencilla de la muerte, como para que la entienda un chico de tres años. Simple y universal. Triste y directa. Sin final feliz ni cielos con angelitos. María Vázquez escribió El cuaderno de Nippur para su hijito antes de morir y, ahora convertido en libro, se volvió un objeto-puente que funciona como reparación, que la reconecta con la vida cada vez que alguien lo abre y lo lee. Su historia es bastante conocida, y tomó estado público durante el año que pasó: más conocida como “Marie”, o como @kireinatatemono en Twitter, fue ella la encargada de hacernos saber del violento cáncer de ovarios que le detectaron en 2014. En vez de llamarse a silencio y resignarse a una muerte anónima, Marie fue narrando los pormenores de su enfermedad en la red social de los 140 caracteres con humor, ateísmo y desparpajo (por ejemplo, la quimioterapia era un personaje: Kimmy Oh). Después de varios meses de tratamiento infructuoso, pelucas fucsias y cuidados amorosísimos, murió el 21 de abril pasado, a los 43 años, en un hospital de la Ciudad de Buenos Aires.

“Este es el libro que Mamá Marie escribió para Nippur chiquito”, dice al comienzo del Cuaderno. Y es importante acá la palabra “chiquito”, porque ella le habla justamente a ese niño travieso al que amó con locura y que tal vez no recuerde demasiado a su madre cuando crezca. Le cuenta de su infancia en Catalinas Sur, de sus mascotas, de sus películas y bandas favoritas, le marca sutilmente la cancha para que se convierta en una buena persona, sin solemnidad sino con ternura, dibujos y marcadores de colores (gran mérito editorial es haber reproducido el cuaderno tal cual Marie, que era arquitecta y dibujante, lo realizó). Lo mismo puede listar las “10 cosas que quiero que hagas con tu papá”, como contarle a Nippur lo primero que se le cruzó por la cabeza cuando lo vio (“¿Quién es este rubio? En serio, te vi muy rubio y no supe qué pensar”). Cosas que solo ella le podía decir y que ahora que no está quedan por escrito ahí, a la espera de que Nippur crezca y las empiece a saber y entender.

El hecho de que Nippur cuente con este valioso registro de su madre, con sus palabras y pensamientos de primera mano hablándole a él y solo a él, es conmovedor hasta las lágrimas. Y nos pone ante un dilema extraño: ¿está bien hacer público un cuaderno tan íntimo y preciado como el que una madre le lega a su hijo antes de la muerte? Ante esto, hay dos cosas a considerar: la primera es que Marie en vida dio el visto bueno a la publicación del libro. En el hospital, con su marido Sebastián y sus amigas, se pusieron de acuerdo para que viera la luz. Y la segunda, que el Cuaderno de Nippur, aunque se trate de dos personas particulares, encierra algo poderosísimo, que difícilmente logren las mejores obras literarias: una identificación universal con ese binomio madre-hijo, ese lazo invisible por el cual una madre cuida y defiende y educa a su hijo ante todo, que atraviesa generaciones, religiones, ideologías (“El pensamiento idiota de madre me dice: ojalá pudiera protegerte siempre”). A través de la ternura con la que se despide de su pequeño Nippur, Marie toca una fibra sensible que destila un amor puro y sano, irremplazable y fundamental.

Es fuerte notar en el Cuaderno cómo a medida que la enfermedad avanza (y la quimioterapia y sus efectos adversos van haciendo mella en su cuerpo) la letra de Marie también se modifica, se entorpece, se va chanfleando. Las últimas páginas son desgarradoras pero profundamente dulce: allí están las “Apostillas para un Nippur más grande”, donde, ya mirando hacia un futuro que no le toca, Marie le pide a su hijo “Pensá en mí, de vez en cuando”.

El cuaderno de Nippur
(Planeta) 160 páginas

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