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Viernes, 22 de enero de 2016
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vida urbana

Aguantá un poquito, un poquito más

El código de edificación de la mayoría de las ciudades de nuestro país dice que, en cada sitio donde se construyan baños, debe haber la misma cantidad de compartimientos para varones y mujeres, sin tener en cuenta que quienes pueden hacer pis de parados, además de la comodidad de no tener que desvestirse, tienen también mingitorios. Así es como en los baños de mujeres las filas son eternas, llenas de niños y niñas además; y encima nunca falta quien amedrente cuando se intenta utilizar el baño vacío.

Por Gimena Fuertes
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Los baños del parque Gorki Grana, de Morón, son amplios, antiguos, como de club de otra época. Tienen diez inodoros para mujeres de un lado, y otros diez para varones en otro ambiente. Además, el de hombres tiene cuatro mingitorios. A media tarde de un domingo de sol y mate, el resultado es siempre el mismo. Una larga fila de mujeres aguanta las ganas, una atrás de la otra mientras que en el baño de hombres, entran y salen. No hay espera.

Es que el código de edificación de las ciudades, entre ellas Buenos Aires, la más populosa del país, establece que se deben realizar un determinado número de baños por persona. O sea, la reglamentación no hace diferencia entre hombres y mujeres. En tanto, la norma técnica de edificación establece que en espacios privados de alta concurrencia, como un lugar de trabajo, se deben construir la misma cantidad de baños en función de los metros cuadrados.

“La cantidad de baños son los que corresponden por normativa, es lo que se aplica para esta situación”, justifica Pedro Linares, del Consejo Profesional de Arquitectura y Ubanismo. O sea, misma cantidad de inodoros detrás de las puertas de “ladies” y “gentlemen”.

“La reglamentación pide que hagas siempre lo mismo, sin diferenciación entre mujeres y varones, nunca pude entender por qué no piden distintas cantidades cuando es evidente que en cada espacio público siempre pasa lo mismo”, reclama la arquitecta Ana Ratzkier y recuerda que “en espacios privados colectivos, como en una fábrica, tampoco hacen diferenciación, la cantidad de sanitarios corresponde siempre a la cantidad”, reconoce.

Sin embargo, la igualdad ante el número de inodoros es también falsa. Es que a la hora de correr al baño, las mujeres en su mayoría son las encargadas de ocuparse del pis y la caca de los chicos. Entonces, la fila ante la puerta que tiene la figura anónima con pollerita, se engrosa. La cuestión es que esa normativa de edificación que por un lado iguala la anatomía de los cuerpos, por otro refuerza la obligatoriedad del cuidado femenino de los chicos.

Es que a la falta de baños para mujeres en los espacios públicos se le suma que siempre los cambiadores para bebés se encuentran sólo en los sanitarios femeninos. Si un padre quiere cambiar el pañal de su crío, el propio diseño del espacio le recuerda que esa no es su función en este mundo.

“Mi hijo tiene 5 años y a veces cuando estamos por la calle, hace pis en un árbol, mi sobrina está obligada a ir al baño siempre”, cuenta Ratzkier.

En algunos espacios de recreación, tales como los shoppings, se comenzaron a implementar los baños para niños. Sin embargo, son pocos. “Hay muchos lugares cuyos constructores tienen muchos recursos, se pueden implementar baños para niños y niñas. Lo veo cuando miro la ciudad. Queres hacer un bar y te exigen un baño de discapacitados pero no le piden a un shopping un baño para chicos y son emprendimientos que es obvio que pueden hacer esa inversión”, reclama la arquitecta.

“En los vestuarios de los clubes pasa lo mismo. Para ir al baño mi hijo tiene que ir al de mujeres, y está su profe de natación cambiándose en tetas”, cuenta la arquitecta. Siempre piden poco, el uso pide más de lo que exigen las reglamentaciones”, revela.

Ximena tiene 38 años, es empleada y madre soltera de dos nenas de cinco y siete años y clama por la limpieza de los baños de restaurantes o cines a los que va con sus hijas. “Sucumbis ante la paranoia: no toques, no te apoyes, hacé equilibrio, lavate las manos, ¡nunca hay jabón! Sólo a veces papel. Más de una vez terminé meada por mis propias hijas por alzarlas en posiciones imposibles para que hicieran pis sin tocar un inodoro asqueroso. ¿Pero qué vas a hacer? ¿Te vas a ir del bar o dejar una cena a medias porque tu nena quiere hacer pis y descubriste que el lugar que te cobra cualquier cosa tiene un baño que merece una bomba atómica?”, pregunta. “El descuido de los baños públicos de mujeres, que siempre están sucios, chorreados, rebalsados, se trate del baño de un bar, una estación de tren o el restorán de moda del barrio de Palermo, es bastante perverso, porque en definitiva pocas reparan en que, lo que hacen, lo limpia en general otra mujer que trabaja de eso”, denota.

La urgencia de los chicos por entrar al baño es con frecuencia atendida por las madres. Sin embargo, si algún padre quiere asumir la tarea, los mingitorios pegados a las paredes sin puerta le recuerda que ése no es un lugar para chicos. Diego es comerciante, casado y cada tanto le gusta salir a pasear sólo con Sofía, su hija de cinco años. Pero cada vez que la nena tiene que hacer pis, termina por llevarla al baño de hombres con los ojos tapados de su hija. “No miro, papá”, repite la lección la nena.

Ni siquiera los baratos y plásticos baños químicos que se instalan en los predios donde se hacen recitales o fiestas, en parques públicos o incluso en los atestados bosques de Palermo los domingos.

Lo mismo pasa en los lugares públicos de paso. Desde el aeropuerto más sofisticado hasta la estación más roñosa de tren, la fila se arma desde adentro del baño de mujeres que esperan resignadas llegar al compartimento cerrado para poder desabrocharse colgar la cartera en algún gancho casi siempre ausente, desabrocharse el pantalón, bajarse la bombacha, hacer pis sin sentarse, lo que requiere un esfuerzo físico de las piernas que supera la exigencia de cualquier profesor nazi de un gimnasio, buscar papel como si fuera un tesoro caído del cielo, limpiarse, volverse a subir la bombacha y el pantalón, acomodarse la ropa, agarrar la cartera y salir.

Poco material hay producido (casi nada) en Argentina y el mundo sobre arquitectura feminista que se haya implementado. Algún que otro Shopping cuenta con baños para niños. Uno incluso tiene un lactario que aisla a las madres que dan la teta que parece la cabina de una nave espacial. Si la “normativa vigente” no se modifica, las salidas, ya sea en lugares gratuitos (según manda cada vez más el bolsillo) o en cines o teatros, seguirá siendo un momento de recreación empañado siempre por un instante de pequeña tortura cada vez que el cuerpo lo pida.

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