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Viernes, 26 de febrero de 2016
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visto y leido

No hay lengua para el grito

Océano, un libro de cuentos austeros, sencillos y conmovedores, que van reconstruyendo, como en una nouvelle, una historia centrada en la figura de la “nona”.

Por Paula Jiménez España
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La lengua es un punto de intersección, un lugar de encuentro entre sus hablantes y también de estos con los que la aprenden después. Pero si la lengua nunca es un don natural sino una apropiación traicionera - nos equivocamos, la olvidamos, decimos una cosa por otra - cuánto más extraña se nos torna si nos vemos obligadxs a hablar una distinta de la natal. Una distancia, por momentos abismal, se abre entonces entre las personas y entre las generaciones: se dice lo que se puede, se entiende lo que se quiere escuchar. Es esto de lo que habla Gabriela Borrelli Azara en Océano, su primer libro publicado recientemente por Lamás Medula: esta serie de microrrelatos reconstruyen una historia centrada en la figura de su “nona” italiana arrivata en un barco a las orillas del Plata a mitad del siglo pasado.

Borrelli Azara (el doble apellido probablemente señale la importancia que le conceda a lo materno en la manifestación de su propia identidad) construye, en algunos momentos del libro, un discurso genealógico que mixtura el italiano y español en una mezcla que nos resulta a muchxs conocida, ¿cuantxs de nosotrxs, nietxs e hijxs de inmigrantes, hemos crecido al amparo de estos vocablos, ajenos y extraños, tornados marcas familiares, modismos, silogismos que nos filian y en simultáneo nos dejan afuera? Compartir la misma sangre o habitar una lengua común y comprobar en ese lazo la otredad, son dos experiencias en una sola. Tarde o temprano en el amor se enciende la luz con la que se ilumina la diferencia. Aquí la nieta, la narradora, un buen día se reconoce distinta de su abuela al descubrir, a través de una postal, que la mujer no era porteña como ella sino que había nacido en la ciudad italiana de Codroipo (anagrama de “rido poco”, o río poco, en castellano). Desde su niñez, Borrelli parece haber sido capaz de percibir – sin duda es un texto biográfico- que la lengua aglutina y separa, alberga y exilia. El relato de origen que describe el momento en que su abuela aprendió a hablar español resulta tan bello como desolador: “22 de junio de 1951. O veintidue giugnio1951. Non parlava, no hablaba, ancora, todavía, bene, bien, lo spagnolo, el español. Una palabra y otra, así aprendió. Su tía la ayudó mucho. La había esperado en el puerto cuando llegó y la llevó a vivir en su casa en Lanús. Y aunque no entendía le hablaba en español. Estaba acostumbrada a que hicieran eso. A que le digan arréglate como puedas, con la lengua, con la vida, con la orfandad, con el hambre. Arréglate”, dice la autora.

Hijxs de la especie o de la lengua, en este libro parir o hablar podrían ser dos formas de un mismo desprendimiento. El parto es el momento en que desde la matriz de una vida única y aparentemente cerrada en sí misma, nace otra, u otras, como lenguas nacen de una humanidad común. En una de los primeros y breves capítulos, Gabriela Borrelli Azara describe a su abuela en la vivencia de ese dolor de dejar ir los hijos o tal vez la palabra: “¡No grite señora! ¡Cómo gritan las tanas, por dio! Ella estaba tendida en la cama. Abierta de piernas, desdoblándose de dolor. Su cuerpo estaba por dar a luz mellizos (…) Le ardían las entrañas y el cuerpo, literalmente se abría como una grieta. (…) El dolor se hizo un segundo de lado para responderle: “Ah, ¿qué? ¿las argentinas no gritan, no les duele a ustedes ”. No hay lengua para el grito”. Mujer fuerte y tierna es esta nona que atesora recuerdos preciosos y mínimos como el frío de un terrón de azúcar en su palma, una Navidad. Una anciana que cree en una voz en el teléfono que se hace pasar por Gabriela y le pide todos sus ahorros y ella, en la balanza entre el amor y el riesgo, elige confiar. Un personaje de esos que como en el libro de Andrea Stefanoni, La abuela civil española, retorna a la lengua letrada de la nieta argentina para devolverle una identidad ancestral y una raigambre en la voz y en el género.

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