Ser misteriosamente invisible, ser amiga Ăntima de Truman Capote, ser la autora de un solo libro, Matar a un ruiseñor, (el segundo, Ve y pone un centinela, es parte del primero y llegĂł tarde tardĂsimo), y que ese libro sea un clásico de la literatura norteamericana (más de 40 millones de ejemplares vendidos), la razĂłn de un Pullitzer (1961) y de tres premios Ă“scar (1962), ser ajena al mundo de las entrevistas –fulgor Salinger, fulgor Pynchon–, es ser Harper Lee, la mujer que muriĂł hace pocos dĂas en Alabama y a la que despidieron en ceremonia Ăntima y casi secreta como si aĂşn estuviera viva. La misma calma para cerrar la puerta y mantenerla cerrada. En el funeral mediático aparecen fotos repetidas, es lĂłgico cuando casi no se posa en pĂşblico, la mayorĂa son durante el rodaje de la pelĂcula homĂłnima de Robert Mulligan, hay una con su padre, otra con Capote firmando ejemplares de A sangre frĂa, (dicen que ella lo ayudĂł mucho en la investigaciĂłn y en la escritura, dicen que Ă©l la habĂa ayudado antes. Ambos se incluyen como personajes en sus libros, ella es la gemela Idabel en Otras voces otros ámbitos y Ă©l es Dill en la novela de Harper. Juntos forman una de esas parejas de amorosa amistad –se conocĂan desde la infancia cuando Ă©l era demasiado femenino para ser varĂłn y ella poco femenina para ser mujer– que se rĂen de los cánones de himeneo), dos o tres con el pelo cortĂsimo y ya muy blanco recibiendo honores y una Ăşltima y espantosa con Bush hijo. El álbum magro alcanza para descubrir la vida sin biografĂa. Su padre era abogado como el protagonista de su libro, Atticus Finch, el hombre hĂ©roe que defiende a capa y espada a un negro acusado injustamente de violar a una blanca (Gregory Peck en la pantalla, don Gregory como le decĂan sus admiradores rioplatenses sin club de fans pero con fotos arrugadas por tantos besos), Truman fue la Ăşnica relaciĂłn personal que dejĂł a la intemperie –no habĂa hombres ni mujeres ni hijxs a la vista– y lo demás es cáscara de laurel si el laurel tuviera cáscara.
El Comala de Harper se llama Maycomb y la que narra la historia es Scout Finch, una nena de seis años, hija del abogado estrella y un personaje que ha dejado menos solas en la vida a unas cuantas chicas. La historia sureña acompaña a la adolescencia o a lo que queda de ella si se la lee a edad cualquiera –virtudes del don de relato ágil– y honra la soledad del libro Ăşnico. Matar a un ruiseñor fue prohibida en algunas escuelas y bibliotecas a pedido de padres xenĂłfobos, racistas y homofĂłbicos y es emblema siempre vivo y siempre anacrĂłnico de la utopĂa eterna hecha juicio justo. Matar a un ruiseñor es una estrella virtuosa de permanencia, un libro que sigue metiĂ©ndose usado, prestado o nuevo en carteras y mesas de luz. El silencio pĂşblico de Harper, la mujer que nunca se maquillaba y que decĂa “es usted muy amable pero no puedo ahora porque estaba por ir a darle de comer a los patos” cuando intentaban con una caja de bombones persuadirla para lograr una entrevista y siempre se despedĂa con un “gracias a todos desde el fondo de mi corazĂłn” es una batalla ganada a cierta repeticiĂłn insoportable de egos aburridos ÂżSe puede pedir más? SĂ, todo! hubiera dicho como siempre su amigo mientras posaba para la foto y lanzaba dardos de lengua.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.