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Viernes, 22 de abril de 2016
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Sangre y brillantina

Algunos apuntes sobre el Bafici y sus películas dirigidas y protagonizadas por mujeres, donde el sexo se exhibe en su costado más crudo y menos comercial.

Por MarinaY uszczuk
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El sexo está por todas partes en el cine, en las películas mainstream que se estrenan cada jueves también, pero la industria ejerce sus propios mecanismos de censura (comercial en este caso), y en pro del codiciado “Apta para mayores de 13 años” se deja afuera lo más explícito. El cine independiente no se rige por los mismos parámetros y así, se podría decir que muchísimas de las películas que se están proyectando por estos días en el Bafici son monstruosas, metafórica y a veces literalmente. Porque lo que en otros cines está reprimido se muestra, toma formas visuales, como en las dos criaturas deslumbrantes que protagonizan The lure (El señuelo), un musical de la directora polaca Agnieszka Smoczyska sobre dos sirenas llamadas Oro y Plata, hermanas que abandonan el agua para presentarse como cantantes en un bar.

Olvídense de las sirenas como top models con cola de pez: las chicas son hermosas, sí, pero esa belleza es terrible, muerde, y en sus momentos más salvajes unos dientes filosos les deforman la boca para facilitar la práctica de comerse a los hombres a dentelladas, arrancarles el corazón y salpicar sus cuerpos pálidos con una lluvia roja. The lure se va armando entre las canciones que ellas interpretan para seducir al público de un boliche de gloria decadente, brillantina y borrachos, otras más intimistas y melancólicas donde hablan de la soledad, y algún número de rock en el que gritan, con los ojos pintados de negro, que están enojadas. The lure también es un cuento de hadas, pero el conflicto no pasa tanto por el amor como por el dilema entre coger o no coger: cuando adoptan formas humanas, las chicas no tienen vagina, apenas una superficie lisa y aniñada entre las piernas, y es una de ellas la que está dispuesta dejarse cortar al medio para cambiar su mitad-sirena por una mitad-mujer. La operación es cruenta y la película se tiñe de gore, pero el precio de la transformación es nada menos que perder la voz. Así pasaba también en el cuento de Andersen, que la película sigue en sus puntos centrales pero le agrega una alternativa en esa hermana más rebelde que no quiere terminar convertida en espuma y elige al animal que es.

Otra versión inquietante de los peligros que vienen del mar es Evolution, la tercera película de la francesa Lucile Hadzihalilovic sobre un pueblo costero totalmente aislado donde no viven más que un montón de madres y sus hijos varones. Uno de esos chicos es Nicolas, que cree haber visto a un nene ahogado en el fondo marino, y a quien la madre suministra una medicación difusa para una enfermedad que él no está seguro de tener. Evolution empieza con imágenes submarinas deslumbrantes, pero esa belleza se irá transformando en peligro y pesadilla cuando a Nicolas lo trasladan a un hospital poblado de enfermeras de vestidos y gestos inmaculados y otros chicos como él. En una especie de Cronenberg femenino, Hadzihalilovic construye una fábula literalmente visceral a medida que despliega las intervenciones extrañas que esas mujeres hacen sobre los cuerpos de los niños, las fantasías violentas que desata sobre los hijos ese matriarcado primitivo y el descubrimiento del sexo y la reproducción como el peor de los sueños posibles.

Maria do Mar, la protagonista de la película homónima del portugués João Rosas, también es una especie de sirena (y contiene al mar en su nombre), al menos por el atractivo irresistible que ejerce para Nicolau. En un fin de semana con amigos más grandes cerca de la playa, el adolescente se deslumbra con esta visitante hermosa que en un momento lee un texto sobre la libertad de las mujeres hasta para decidir sus abortos. La película de solo 35 minutos muestra el deambular de Nicolau alrededor de esa casa en la que Maria solo se le ofrece desde la espía, de sus conversaciones con otra chica, de su cuerpo desnudo como una pintura de Renoir cuando se está peinando. Un amigo más grande pretende instruir a Nicolau en las artes de la conquista, pero él está detenido en ese umbral en el que la mujer aparece como un cuerpo en fuga, todavía excesivo, y la película es un relato delicado sobre algunas de esas experiencias más importantes en la educación sentimental, las de lo que no fue.

La adolescencia y sus descubrimientos, tanto de lo fascinante como de lo atroz, forman parte también del gran mural sobre comedias norteamericanas de secundario que construye Beyond clueless, el primer documental de Charlie Lyne que es un prodigio de edición. Con un ritmo vertiginoso y una banda de sonido insuperable que maneja las intensidades como si uno estuviera asistiendo a una rave, Lyne arma un gran relato a partir de decenas de películas que abarcan aproximadamente una década entre la segunda mitad de los noventas y la primera de los dos mil, desde Ni idea hasta Jeepers Creepers y Sé lo que hicieron el verano pasado hasta comedias muy menores, pero que sirven para complejizar hasta lo inesperado el mundo teen que esas películas retratan en tono muchas veces ligero: la competencia, la lucha por la supervivencia, la crueldad, la diversión y también la violencia, incluso la rabia de Columbine en la versión de Gus Van Sant. Y sobre todo, por supuesto, el sexo, desde el doble mensaje de “No cojan/Cojan con forros” hasta las fantasías homosexuales y la bajada de línea feroz hacia la adultez familiar y monogámica. De paso, Beyond clueless es una lección magistral, de parte de un director jovencísimo, sobre cómo leer un género, y sobre el cine de género, muchas veces considerado menor, como un territorio ilimitado en el que se ponen en juego los mayores debates y represiones de la cultura.

Un caso muy distinto de tratamiento de un género se da en Audaz se eleva, documental argentino de Mariano Torres Negri y Lisandro Leiva que trata de ser atractivo y rockero con una estética ruidosa y pop pero no se juega más que a casi dos horas de cabezas parlantes que se proponen exhaustivas: desde el primer corto mudo supuestamente argentino, El sátiro, hasta la actualidad del cine porno argentino del que poco se dice y menos se muestra, Audaz se eleva quiere divertirse casi juvenilmente con el costado bizarro del porno autóctono y se regodea en escenas anodinas de Las tortujas pinja de Víctor Maytland, de 1990, pero apenas alcanza a ofrecer una imagen consistente de lo que es hoy por hoy la producción de pornografía nacional. La perspectiva férreamente masculina no logra complejizarse con algunos testimonios de la humorista Malena Pichot, Daniela Pasik y Alejandra Cukar (autoras del libro Porno nuestro. Crónicas de sexo y cine), ni con los de dos activistas del posporno sacadas de la manga a último momento, quizás porque a los directores les interesa menos internarse en las contradicciones de una producción rica en ambigüedades que hacer una defensa orgullosamente pajera del género y de su derecho a disfrutar de la pornografía en paz, como si hubiera alguien o algo que se los impida.

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