La sombra se habĂa hecho espesa, MarĂa Gabriela Epumer habĂa muerto sana, tan sana como quiere la muerte cuando deja a la medicina a la intemperie. Negligencia, cadena de errores y una causa judicial escribieron paro cardiorrespiratorio en un legajo sin historial clĂnico. ÂżCĂłmo se transferĂa algo tan mĂłrbido como un respiro sin mensaje? Los recuerdos hicieron punta aquella mañana de junio para que la luminosa guitarrista de Charly GarcĂa apareciera a salvo. Un carromato de fotos la luciĂł adolescente junto a Claudia Sinesi y Andrea Alvarez en Rouge, una de las primeras bandas femeninas de los años ochenta, y tocando la guitarra al lado de MarĂa Rosa Yorio. Enseguida, el cuarteto de Viuda e Hijas de Roque Enroll (Epumer, Sinesi, Mavi DĂaz y Claudia Rufinatti, “Hoy me vi en el espejo/y respirĂ© hondo, /me di cuenta que por vos/ estoy tocando fondo (monetario internacional”) desplegĂł el maquillaje galáctico que la cadencia coloquial necesitaba para tragar la saliva derretida en lágrima. No tardaron en sumarse Spinetta y Páez al álbum banquete donde la silueta de MarĂa Gabriela -alumna de Robert Fripp- cambiaba el rumbo inmĂłvil del obituario frĂvolo dándole voz con las canciones su disco Señorita corazĂłn (1998). “Voy a saltar tan alto que voy a volar” y salud paciente a la ausencia.
La sombra ahora impalpable bailaba entre las piedras, se sentaba en el aire con la cara toda azul y descubrĂa el perfume de antiguos rituales que abandonaron morada para adentrarse en suelos nuevos. “En lengua ranquel epumer quiere decir dos zorros” explicaba MarĂa Gabriela en su casa del Abasto despuĂ©s de contar que formaba parte de una familia de mĂşsicxs (en la que aparecen su hermano Lito, la tĂa Celeste Carballo y el abuelo Juan, guitarrista de AgustĂn Magaldi, y una orquesta de primos violinistas, cantantes lĂricos y bateristas) que picoteaba acordes sin confines. “No me gusta encerrarme en un tipo de mĂşsica, y que sĂłlo me tengan como guitarrista de rock” decĂa la compositora de Montecarlo Jazz Ensamble mientras tarareaba el bueno me disculpan tengo mucho más que ver del Power Flower de Stevie Wonder y presentaba las canciones de su propio grupo, un quinteto que se llamaba A1 (el nombre se lo habĂa dado Charly GarcĂa).
No hay desplante para el paĂs de los montes en sus huesos -su tatarabuelo era un cacique ranquel- ni en su contextura tan firme y noble. SĂ hay unos ojos de quizá, atizados por la cara tan lisa, empeñosa guitarra urbana que hace lo que nace suelto y resuelto justo en el momento en el que Charly bordea su flequillo como si se le arrojara a los brazos en los coros de Rezo por vos o cuando lo asoma -es ella quien lo asoma, sin ninguna duda- a alguno de esos paseos lentos en los aeropuertos donde se descubre que “un amor real es como dormir y estar despierto”. Hay somnolencia y parsimonia gatunas en Epumer, un despegarse del zorro filolĂłgico que la hace imprescindible en el patio de nuestras venas que ya nadie marcará como ella. No porque sea Ăşnica, porque no haya otras o porque la vida no abunde en prodigios, sino porque su singularidad tuvo el sino de lo trágico en trance, de la constituciĂłn y la coherencia y la belleza en el momento mismo de su definiciĂłn mejor.
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