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Viernes, 7 de octubre de 2016
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Resistencias

La desobediencia en el caldero

La filósofa y militante latinoamericana, Raquel Gutiérrez Aguilar –mexicana aunque buena parte de su producción estuvo íntimamente ligada a Bolivia– anduvo la semana de charla en charla con integrantes de movimientos sociales y colectivos feministas, tomando notas que la ayuden a pensar y poner en perspectiva eso de lo que ya habló en este suplemento: cómo potenciar la sinergia que se da cuando las mujeres están entre sí, pensándose, cómo seguir apropiándose de la calle y los territorios ahora que se ha desbordado el gheto y ellas –nosotras– convertimos nuestro grito en una movilización de masas. Acompañarla en este texto, a lo largo de los diversos encuentros es un anticipo reflexivo de lo que sucederá mañana, cuando tantas lenguas sean habladas, en el XXXI Encuentro Nacional de Mujeres.

Foto: Jose Nicolini

Hace algunos meses desde México, habló en estas páginas de política del deseo. Más allá de las decodificaciones, se trata de una de esas frases que funcionan como insignias. Comunican. Conectan. Sin saber muy claro en qué sentido. Pero por eso mismo: porque proliferan sentidos en los que la resbalosa y a la vez precisa política del deseo se encastra, se anima, se acuerpa. La filósofa y militante Raquel Gutiérrez Aguilar pasó por Buenos Aires una semana y, en ese trajín de días que ensancharon sus horas, hizo aquello que dice ser su tarea: averiguar aquí y allá cómo se produce, cómo se cocina y cómo se conversa una política en femenino. Una declinación de la política del deseo. “No es la reposición de un binarismo ramplón”, aclara, sino “el modo en que el lenguaje produce una torsión que viene del ras de otras prácticas políticas, que encienden otras sensibilidades”. Es también el título de un futuro libro que escribe y que parece no poder escribirse sin viajar una y otra vez, y llenar cuadernos de apuntes, y deshilvanar al detalle cada conversación en busca de esa llama que nombra como “novedad política” y se le encienden los ojos. Está convencida -con la precisión de matemática que alumbra sus razonamientos, con la pasión de una combatiente que persevera en las peleas con ritmos diversos- que estamos ante la emergencia de una época del “entre mujeres”. Una época de desbordes y desacatos inéditos. Sólo así se comprende, a contrapelo, el nivel creciente de violencia machista que aparece como respuesta misógina.

En Buenos Aires transitó por una serie de conversaciones, de “pistas”, que se cruzaron con sus intuiciones y experiencias y que no pueden dejar de pensarse al calor de una sistematización que se quiere estratégica en un sentido muy concreto: ¿cómo avanzamos en construir y hacer fuerte una disposición a no obedecer? ¿Cómo se acumulan flujos de desestabilización del orden patriarcal capitalista? ¿Cómo es posible pensar los horizontes de transformación política desde lugares concretos de alianza y confianza? Unas preguntas clave para el multitudinario Encuentro Nacional de Mujeres que empieza mañana en Rosario.

Desandar y desordenar

Una vez Raquel contó que en la cárcel aprendió que decir “sí” no siempre significa lo mismo. Había detectado al menos cuatro variantes, gracias al cromatismo del aymara: “sí donde ya se sabe que es no”, “sí de que me lo voy a pensar”, “sí de que tengo que ver cómo siguen las cosas” y “sí de sí”. Esa diferenciación había sido dura: surgió de ensayos, fracasos y éxitos que costaron mucho al intentar organizar acciones colectivas, desde huelgas de hambre a pedidos de mayores visitas íntimas, entre las presas de Obrajes, en La Paz. Raquel estuvo allí desde 1992, cuando fue detenida y procesada por alzamiento armado y una decena más de cargos junto a otros y otras integrantes del Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK), entre ellos Álvaro García Linera y Felipe Quispe. Había llegado a Bolivia pasados los veinte años, a fines del ‘84: “Lo que sentíamos era que todo estaba por hacerse. Ese era el reto, la dificultad y la belleza. Una vez más: ¿qué hacer?, ¿cómo organizarse?, ¿cómo impulsar la revolución?”. Antes, había tenido en México una militancia con los salvadoreños del FMLN en el exilio, mientras estudiaba filosofía y matemáticas. Pero fue de aquella experiencia en la cárcel donde parió su primer libro: ¡A desordenar! Por una historia abierta de la lucha social, ahora editado en Buenos Aires. Apenas unos años después de ser liberada, toma fuerza, premura y empuje otro libro que también acaba de presentarse: Desandar el laberinto. Introspección en la feminidad contemporánea (ambos Tinta Limón Ediciones). Este último, escrito en 1999, se trata de un texto liminal, de frontera. Al borde del siglo nuevo y de la inminencia de una época intensamente movilizada en Bolivia. Al borde de la libertad y de la razón, en los resquicios de una comunidad que se deshace y otra que se está preparando. En la línea entre lo que se rompe y aquello de lo que apenas se tiene visiones fugaces. Este libro, sin embargo, está ya más allá del encierro y el desorden, pero para ir a fondo con otra fórmula para esos mismos problemas: ¿qué sería volver a recorrer, como se deshace una madeja de lana, el laberinto de la subjetividad femenina? ¿Por qué después de la comunidad de mujeres vivida en la cárcel, de una fusión amorosa, y de un grupo político reducido y de confianza, se está aun en medio del laberinto? Esa maraña aparece en estas páginas como un ejercicio, a la vez gozoso y a la vez dolido, del más generoso don (una palabra con una fuerza de atracción recurrente en el libro) en el que se pone al desnudo lo que se sabe, lo que se siente y lo que se cuentan las mujeres a sí mismas y entre sí para entender la captura del cuerpo y la economía política del sexo, la institución matrimonial y las exigencias y moralidades sociales, la lógica de los intercambios y el avance del capital sobre terrenos más y más extensos.

Del laberinto se puede salir de muchas maneras. Desandarlo es otra cosa. “No pretendo, ni por un solo momento, elaborar una teoría general de la liberación de las mujeres”, advierte Raquel. Pero traza andariveles, y en medio de ellos se puede bracear y tomar aire. El primero conduce a una pregunta: cómo experimentar la “disposición de sí” para desmontar los bloqueos e inhibiciones que se organizan como un malestar intangible y pegajoso. Luego, advertencias: por qué tendemos a dudar de nosotras, de lo que queremos hacer para “atrincherarnos en una apatía vital”. Y más a fondo: las cosas se pondrán peor cuanto más “perseveramos en la afirmación de una elección vital, en la seguridad de una intuición íntima”. El recorrido es largo (con mojones que van de Marx a Simone de Beauvoir, de Badinter a Illouz, de Bourdieu a Varela y Maturana) pero el oleaje logra un ritmo: la construcción de autonomía es lo único que horada, como el agua, al laberinto desde abajo.

Una comunidad de mujeres más allá del encierro

Estamos en el patio del local de la organización Yo No Fui, que trabaja con mujeres presas en los penales de Ezeiza y San Martín. Debíamos entrar al Centro Universitario de Ezeiza (CUE) del Complejo IV, pero el día anterior estalló una huelga de brazos caídos en reclamo del pago de las doscientas horas laborales. Se cancelaron todas las visitas, un artilugio conocido para hacer claudicar la medida de fuerza que, sin embargo, se sostuvo. Mientras tanto, en el Congreso, el PRO y el Frente Renovador presentaban en comisión un proyecto de ley para modificar la ley 24.660 y suspender las salidas transitorias cuando se cumple la mitad de la condena (iniciativa anunciada por la ministra Bullrich en el programa Almorzando con Mirtha Legrand). “Es un debate sobre la pena de muerte encubierto”, dice una de las presentes: “saber que no tenés ni chance de salir por tu conducta es como declararte muerta viva dentro de la cárcel”. El ambiente no es ni un milímetro ajeno a la época. Otra compañera le cuenta el conflicto alrededor del artículo 64 de la ley 20.337 que prohíbe a quienes estuvieron presxs armar y trabajar en cooperativas porque se les prohíbe ser parte de su Consejo Administrativo. “¿Pero entonces las mujeres que estuvimos presas somos ciudadanas mutantes?”, dice Raquel.

“Cuando salí de la cárcel tenía clara una idea: quería que persistiera esa comunidad de mujeres en la que había vivido pero quería tener la llave”. Hay un saber acumulado en esa imagen que está en la experiencia de cada una de las mujeres que han estado presas y que ahora rememoran la cercanía de esa “familia” que se arma en el encierro, de la intensidad de afectos que luego es difícil encontrar “afuera”. “También hay un saber de la organización entre mujeres que en la cárcel es muy claro”, dice Raquel y que, sin dudas, podemos expandir: la organización por problemas, aprovechar todos los resquicios para hacer oír la propia voz, la técnica informal de la charla y un saber estratégico sobre cómo gestionar las violencias. Muy diversa a la representación de tipo sindical (por delegado) que caracteriza a los penales de varones, las formas organizativas que ella recuerda como potentes “son aquellas que producen escenas donde nos aliábamos y, a partir de eso, el triunfo era darnos y construir confianza, lo que ya va tejiendo la acción por venir”. No es lo mismo la prisión en Bolivia de hace veinte años (divididas las presas entre las “1008” -la ley que penaba el narcotráfico-, las comunes, y las bombas -las presas políticas-), pero las traducciones se hacen sin problema. “En Bolivia se decía “corchas” a las que se portaban bien con el servicio penitenciario: ¿cómo se les dice acá?”. “Sopla bolsa”, dicen varias a la vez en medio de una larga sucesión de chistes.

La red: Ni Una Menos y Vivas Nos Queremos

Las manifestaciones de Ni Una Menos y el modo en que la consigna ha sido tomada y elaborada en organizaciones y barrios de distintos puntos del país y de la región muestran algo que no era hasta ahora habitual: la cuestión feminista como cuestión de masas. No es menor que la contraofensiva venga del mismísimo poder de la Iglesia, que se propone justamente la disputa por las movilizaciones masivas y en busca de la representación de una pobreza casta, capaz de reconocer un mando superior y con una masculinización de la conducción evidente, la cual se arroga todos los liderazgos populares. Como en una broma de la historia, brujas y papas vuelven a ser personajes que aparecen en carteles y pancartas. Iconografías para nada anacrónicas si se miran las puestas en escena de las últimas movilizaciones, donde se grita “somos las nietas de las brujas que no pudiste quemar” y en paralelo se pasean todos los colectivos que conducen a Roma.

“Es posible pensar el movimiento que se abre con estas movilizaciones como un movimiento sin demandas. En el sentido que instituir demandas es ya dar un código de interpretación del poder. Eso no significa desentenderse de las cuestiones concretas. Pero tenemos que encontrar nuestra propia manera de formularlas que no es precisamente en el lenguaje de las demandas que el poder siempre exige para reconocernos”, comenta Raquel en una conversación con una de las impulsoras primeras del #NUM. Es esa descodificación lo que habilita otra perspectiva: “pensar el movimiento como un flujo de desestabilización”. Más tarde, en el Centro Cultural Tierra Violeta dirá que la idea de flujo no es la de una vía libre y rápida, sino “un trayecto lleno de tensiones, de conflictos, en fin: flujo de desestabilización es otro nombre para lo que llamamos lucha en su sentido práctico-histórico”.

Estas ideas son parte de lo que se discute como claves a nivel del feminismo latinoamericano: un mapa que intenta articularse ahora con más fuerza que en otros períodos y que reúne una capacidad de trasvasarse entre los “momentos excepcionales” -los de la pelea álgida o el tiempo de la insurrección- y los “momentos cotidianos” -donde esa lucha se prolonga bajo modos y en espacios que no son su fase oscura, minimalista o defensiva, sino lo que construye la base material y secuencial de otras formas de la pelea.

Se está trabajando para que el año próximo las manifestaciones se hagan al unísono en América Latina, bajo la consigna de #Vivas nos queremos, que popularizaron las mexicanas y que da un paso más sobre el Ni Una Menos, porque afirma y abre sobre un punto de partida ya constatado: una vida tiene chances de autodefensa cuando se teje colectiva y tiene a la calle como recurso de acción directa. “Del Ni Una Menos al Vivas nos queremos es una coreografía pública del flujo de desestabilización del orden masculino patriarcal. ¡Vaya que lo hemos desordenado! Lo que necesitamos ahora es profundizar en las herramientas teóricas y en las prácticas políticas que nos permitan seguir manteniendo abierto ese flujo de desestabilización. Las violencias machistas son el intento justamente por bloquearlo asesinando mujeres para aleccionarnos en el miedo. Frente a ese miedo, tenemos que entender y cuidar aquello que vibró en nosotras en ciertos momentos colectivos”. Esa clave ya la tenemos en el cuerpo.

Raquel cuenta que los dos libros que vino a presentar los escribió en momentos de quiebre vital y confiesa que su trayectoria con el feminismo es la del alebrije: esos animales fantásticos que hacen en Oaxaca, donde se componen crestas de dragón con patas de ave y ojos de serpiente. No existen pero se inventan. Recuerda las primeras incursiones con el periódico Feminismo proletario, repasa lo que llama los “congelamientos” en las “agendas de la equidad y los derechos sexuales y reproductivos” e invita a volver a pensar aquella frase que escupieron algunas feministas italianas, “No creas tener derechos”, para tomar en serio el conjunto de despojos y expropiaciones del presente. “Creo que hoy vemos crecer un “entre mujeres” que actualiza el feminismo de la diferencia de una manera distinta a cómo había quedado congelado, esquematizado. Y creo que es gracias a las luchas concretas que enfrentan la masculinización abstracta que es la lógica misma del capital. Percibo en América latina una potencia masiva en este momento a la que tenemos que ser sistemáticamente sensibles, ver qué va variando, que se inventa aquí y allá, a partir de conocimientos situados”.

Partir de sí para salir de sí

Dice Raquel que le gustaría quedarse para asistir al Encuentro Nacional de Mujeres de Rosario. Mientras, se puede hacer el ejercicio de algunos puntos que nos deja, también para pensar en la proyección regional que ya va tomando forma:

# las masivas movilizaciones feministas en el continente y todo el debate alrededor del feminismo popular-comunitario nos muestran otra clave de lectura que la del puro cierre o fin de ciclo para pensar los ritmos de la región.

# tenemos que pensar al interior de lo que en general se consideran “incoherencias” del movimiento (por ej.: moviliza pero no queda en nada, enuncia pero no organiza, etc.) para revertir su formulación (o, como lo hacen las lenguas vivas indígenas, poder hablar desde esas llamadas incoherencias): ¿cuál es el tipo de organización que aparece y que hay que darle estatus de novedad política?, ¿qué tipo de acumulación de fuerza es posible que parte de acciones concretas como desenganchar la violencia machista de la respuesta securitista y policial que se quiere dar desde arriba?, ¿dónde se producen esas otras formas de acumulación?

# evidenciar cómo en el trasvase generacional los límites y umbrales de lo que se consolida como intolerable van cambiando sensiblemente.

# es necesario salirse de una política estado-céntrica sin dejar de pensar el Estado. Plantear desde aquí iniciativas de reapropiación de la riqueza social expropiada (ajustes, tarifazos, etc.)

# sostener los espacios que se tejen como relaciones de confianza que nos dotan de fuerza con otras y empuja el deseo. En esa clave, la lucha social abre horizontes prácticos y lo común deja de ser una consigna que nos roban para convertirse en la base material para las peleas.

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