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Viernes, 28 de mayo de 2004
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Arte

Voces que escalan muros

El Taller La Estampa fue creado hace cuatro años dentro del penal de mujeres de Ezeiza con la intención de abrir espacios dentro del encierro para amplificar la voz de las personas que allí viven, subjetividades que la cárcel intenta borrar. La obra que presentaron en Arteba es una prueba, como dicen las autoras, de que “para resocializar a alguien no hace falta destruirlo”.

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Por Marta Dillon

Una leyenda indígena cuenta que al poner las manos sobre un árbol, pensando en los que queremos, nuestro espíritu se conectará con ellos y que a la distancia van a recibir nuestro mensaje. Toda esa magia intentamos reflejar en esta obra, el árbol, símbolo de vida, admirado por su tenacidad en lograr que la naturaleza no lo pueda, se mantiene en pie sabiendo que basta soportar los tiempos duros porque la primavera ya vendrá y otra vez sus ramas florecerán. Fantástica analogía con nuestra situación de esperanza aún contra toda esperanza.” Este fragmento del texto que acompañó la obra Sordo teléfono, exhibida en Arteba, está firmado por el Taller La Estampa, esa identidad colectiva que nombra a un grupo de mujeres que no están habilitadas a usar su apellido. Paula P. Alejandra C., Antonella L., Conny B., Silvia P., Clara S., Ramona L., Ana María M. y Susana P. están detenidas en el penal de mujeres de Ezeiza y su nombre completo es un secreto que guardan para sí las instituciones de la Justicia, sin que quede claro a quién se protege con esta discreción. Porque es justamente contra la pérdida de identidad que las mujeres presas desarrollan sus estrategias –y en este caso su arte– en un ámbito –la detención– que las condena no sólo al encierro sino también a la anomia. “Claudicar –dicen en el mismo texto–, rendirse a dejar de ser nosotras mismas, es incurrir en la más extrema condena: la nada.”
Sordo teléfono es un árbol. Un árbol construido con papel de diario enrollado, un cono que se afina entre los dedos hasta convertirse en un cilindro que junto con otros forman un entramado de vasos y nervaduras que serán la corteza que sostenga las hojas, todas diferentes, como si cada una quisiera distinguirse del resto con un diseño singular. Esa manera de tratar el papel es una tradición en la artesanía tumbera (la tumba es la cárcel), casas, portarretratos, portalápices, autos increíbles, todo eso hacen los presos para sus seres queridos, para quienes les acercan un fragmento del “afuera”, enrollando papelitos. “Es que lo que nosotros queremos hacer –dice Fernando Bedoya, docente del taller La Estampa junto con Emei, artistas plásticos tanto él como ella– es extender los saberes que ellas tienen, sus conocimientos y llevarlos a otra escala, más allá de lo artesanal.” Por eso es que las hojas de esta foresta están hechas con la técnica de la tarjetería española, que se enseña en todo tipo de penales –de hombres o mujeres– sin que nadie pueda explicar por qué ni desde cuándo. Así esos saberes menospreciados, considerados inútiles la mayoría de las veces, se transforman en una lengua que cualquier par puede reconocer pero que habla con otras palabras, palabras que se abrieron en medio de la cárcel donde todo lo demás se cierra, que treparon como enredaderas los muros y florecieron en otro jardín, uno en el que quienes generaban ese lenguaje nuevo no soñaban habitar porque ellas se sentían muy lejos del arte. Y sin embargo, estas mujeres no sólo treparon los muros que las aíslan, también rompieron los vidrios que preservan ese invernadero en el que germina el “ambiente artístico”.
¿Y por qué Sordo teléfono es un árbol? Porque el teléfono, como el árbol en la leyenda indígena, es el que lleva y trae las voces queridas, las noticias familiares, las pérdidas y las esperanzas. El teléfono es un vínculo y las tarjetas que habilitan la llamada, una llave de poder. Y ahí están entre las ramas de la obra, transformadas gracias a la serigrafía —primer objeto del Taller La Estampa– en pequeños mensajes cifrados que salieron del penal como lo hacen las palomas, como se llama a los bultos que vuelan desde las ventanas a la calle o de la calle hasta detrás de los barrotes, vehículos para víveres, poemas de amor o mensajes secretos. Una soga más que une el adentro con el afuera.
Pero la obra no estuvo completa en Arteba, el proyecto original contaba con un teléfono en el stand, comunicado directamente con otro que estaría dentro del penal. Esa fue la propuesta con que se presentó La Estampa con intenciones de conseguir el subsidio del Proyecto Redes. El teléfono enEzeiza estuvo disponible cuando se inauguró la muestra, el de Arteba, llamativamente, no se pudo conseguir. “Nosotros creemos que hubo una censura velada –dice Bedoya–, alguien tiene miedo de lo que se puede decir, de lo que pueden generar las palabras que vienen y van.” Ese alguien, para el docente, no está en la cárcel, al menos no en esa que está delimitada por muros y guardias. “Cada vez que mostramos la obra en alguna galería o aquí mismo se les da permiso a una o dos de las chicas para salir, pero después cuesta mucho que puedan transmitir su experiencia al resto, a quienes quedaron adentro. Por eso queríamos el teléfono, para generar un contacto directo.” El proyecto quedó rengo y las mujeres de Ezeiza perdieron el subsidio, pero su voz, de todos modos atravesó los muros y se hizo escuchar simbólica y concretamente: una grabación sin fin reproducía el texto que acompañó a Sordo teléfono aunque, como ellas mismas dicen, “la obra habla por sí misma. Tronco fuerte, resistente a la par que sencillo en su material. Con buena base y con ramas que se estiran hacia arriba, buscando amplitud para desarrollarse y ser útiles, con el susurro de su follaje, llevar y traer ese mensaje que nos ayuda a sobrevivir”.

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