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Viernes, 29 de marzo de 2002
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Arte

Arqueología del recipiente

Alicia Herrero, artista plástica, no lo podía creer: montó en Amsterdam una instalación de cacerolas y sartenes parlantes seis días antes del 19 de diciembre. Partiendo de objetos de cocina, Herrero explora el valor y el significado de los objetos cotidianos.

POR MARTA DILLON

Por Marta Dillon
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Hay gente que tiene la capacidad de estar en el lugar correcto, en el momento adecuado. Alicia Herrero, por ejemplo, tuvo la virtud de instalar grandes enseres de cocina parlantes en un museo de Holanda, seis días antes del 20 de diciembre. La estridente carcajada que convulsiona a la artista plástica –con los ojos cerrados se podría pensar que su cuerpo es mucho más grande de lo que es–, sin embargo, parece desmentir el valor de la oportunidad. Que sus cacerolas y sartenes hablaran en Amsterdam mientras gritaban basta en la Argentina le parece poco más que una travesura del destino que de tanto explicarla se ha transformado en una picardía propia. Cada vez que la llamaban periodistas europeos para que explique la dimensión de lo que se leía como una denuncia política, ella se mostraba ocupada: “Estoy organizando un escrache”, decía, cansada de explicar que desde el año ‘92 su arte está ligado a los recipientes de cocina, forzándolos en distintos soportes, para que hablen de eso que contienen. ¿Qué es lo que consagra un rol, un estereotipo? Fue la pregunta de la génesis, cuestionando desde la cocina su condición de mujer. Una pregunta que ampliada decenas de veces le sirvió para seguir cuestionando eso que parece evidente, también en su vida como artista. ¿Qué es lo que consagra a un objeto como digno de entrar en un museo? ¿Cómo se forman los precios en el mercado del arte? ¿Por qué asumimos el control industrial de la cultura? Los interrogantes siguieron formulándose, cada uno brotando de la semilla del anterior, mientras la artista deformaba cien veces esos objetos, fascinada por su “capacidad de hueco, de hueco receptivo”.

“Como ya vio, numeré los objetos para ilustrar mejor mi historia. Con los objetos 1 (cacerola), 6 (sartén) y 16 (fuente), mi madre me ha pegado en la cabeza muchas veces, esto me quedó grabado en la memoria. Todavía tengo cicatrices, feas, en la cabeza. Las veo todos los días. Y a los objetos los veo en la cocina, todos los días.” Esta es la voz anónima que emite una cacerola. En la instalación de Alicia Herrero, los objetos cuentan las historias que se cuentan de ellos, resignados a su destino inanimado, pero reconocidos protagonistas de la vida cotidiana. Los objetos dialogan porque antes lo hicieron las personas. Antes, la artista distribuyó sus volantes, hizo la pregunta, la propuesta, a un montón de desconocidos para que elijan un objeto de ese papel que se pasó por debajo de la puerta y cuenten su historia. En el volante, los objetos están punteados, las líneas las completaría el interesado para darle identidad al molde. “El año pasado, a través de la Beca Antorchas, me puse en contacto con una fundación holandesa que me invitó a pasar tres meses allá, en una residencia de artistas.” Para explicar por qué en ese viaje pasó más tiempo en la calle que en el taller, Alicia es terminante: “Ya no soy una pendeja, si viajaba era para ver otras cosas, para relacionarme con la gente. La idea del volante resolvía dos inconvenientes: el idioma y la falta de dinero; teníamos casa y comida asegurada, pero poco resto para materiales”. Por debajo de las puertas de ese barrio periférico de Rotterdam, donde estaba la residencia, se deslizaron los objetos punteados, llegaron en sobre a algunas instituciones, se distribuyeron en mano en alguna esquina. Las respuestas llegaron cuando parecía que todoestaba perdido. Y hasta la directora de una cárcel de hombres de máxima seguridad le abrió las puertas para que escuchara a los reclusos. “Dejé volantes en muchas instituciones como asilos de ancianos, refugios para mujeres víctimas de violencia, cárceles.” Y ella misma fue al Museo de Rotterdam para interrogar a esos enseres de cocina que consagraron su historia en alguna vitrina. “Estaba previsto porque mi idea era seguir poniendo en escena la relación entre las instituciones y la comunidad.”
Cuando terminaba su tiempo en Holanda, Herrero había reunido cien relatos y dibujos sobre esos útiles entrañables. Algunos contestaban por escrito, la mayoría fueron filmados en video mientras armaban el entramado familiar –la mayoría de las veces–, dibujando el espiral de la historia desde el centro de un plato, por ejemplo.

Una arqueología del recipiente. Así llama Alicia a su trabajo, porque es capaz de mirar ese tipo de objetos hasta que la cercanía termina borrándolos. “A partir de allí se pueden analizar las ruinas de la cultura, desde el encasillamiento de género hasta el armado de museos y las leyes del mercado del arte. Es una metodología de revisión y también un absurdo.” En su anterior muestra, Paisaje hechizado, Herrero había tomado de los catálogos de Sotheby’s la porcelana china, había multiplicado sus dimensiones por el precio de estos útiles de cocina y así deformadas, expandidas por el valor que el mercado les daba, las cortó en aluminio y sobre ellas dibujó los íntimos paisajes de su vida cotidiana. “Lo que fui descubriendo de los objetos quise trasladarlo a otros estamentos para llegar al límite de las leyes.” A la vuelta de Holanda, aquellas descripciones entrañables, esa presentación de los enseres como eslabones perdidos o rotos de una cotidianidad interrumpida por las migraciones y la violencia, la presentación de platos únicos, conservados sólo en memoria de quien ya no está, lo recogido en aquellos relatos, en definitiva, fue sometido en Buenos Aires a una nueva operación. “A través de la Cámara del Plástico descubrí una fábrica de recipientes industriales, la industria era una de las variables que quería cruzar en mi trabajo, junto con los relatos de la comunidad y su relación con las instituciones. Esos recipientes, que se fabrican en colores que identifican marcas totalmente enredadas en la vida diaria, fueron el soporte de mi vajilla, realizada por corte y soldadura sobre las matrices industriales en sus colores originales, a escala humana.” Algunas de las piezas pertenecían al mundo doméstico, las demás fueron copiadas de las que se exhibían en aquel Museo de Rotterdam. El resto fue organizar los testimonios y la ficha técnica de los que pertenecían al museo para darle voz a cada objeto y así entablar un diálogo. “Cada una de las dieciséis piezas tenía una identidad, la de la cacerola estaba ligada a lo colectivo, en ella siempre había el recuerdo de una gran comilona.” Un recuerdo en riesgo en nuestro país que probablemente se ponga en juego cada vez que se las hace sonar como un reclamo efectivo hacia las denigradas instituciones.

La instalación se montó en Amsterdam, en el Museo Boijmans, el 13 de diciembre pasado. La muestra se llamó Chat. Estuvo abierta durante los días más duros de la crisis argentina y mientras en Holanda se casaba el príncipe Alejandro con Máxima Zorreguieta. Entonces, aquello del escrache dejó de ser una excusa. “Fue muy violento escuchar en una entrevista televisiva que la pareja real diga que hablar de desaparecidos en nuestro país era sólo una cuestión de opiniones. Antes nos habíamos comunicado vía mail con varios amigos que residían en Europa para manifestar nuestro repudio. Muchos no estaban convencidos, decían que no se podía culpar a la hija por los actos del padre, pero cuando dijo aquello de la opinión, las dudas se acabaron.” Junto con otros artistas y en coordinación con organismos de derechos humanos –entre ellos Abuelas de Plaza de Mayo, ya que Estela Carlotto estaba en Europa y la regional Holanda de H.I.J.O.S.-, Alicia montó una nueva instalación, aunque esta vez quería hacer algo que estuviera “lo más lejos posible de una metáfora”. Cerca de donde se realizó la boda, en un espacio municipal se montó Wedding List (Lista de casamiento) y se colgaron en torno a los anillos enlazados, signo oficial del matrimonio, los nombres de miles de represores argentinos que gozan de impunidad en nuestro país, junto a los actos que habían perpetrado. “Era gracioso, porque alguna gente se preguntaba sinceramente si todos esos tipos estaban invitados.” Y por supuesto se hizo un cacerolazo, como se pudo leer en las crónicas del tránsito de Máxima de plebeya a princesa. De vuelta en la Argentina, de donde no quiere irse, Alicia Herrero se ríe de la implicancia actual de los objetos sobre los que viene trabajando en la última década. Y sigue buscando lo que tienen para decir.

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