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Viernes, 12 de noviembre de 2004
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HALLAZGOS

cartas a París

Entre 1943 y 1979, Victoria Ocampo mantuvo una correspondencia con Yvette Cottier, que apenas aparece nombrada en algunas de las biografías sobre la fundadora de la revista Sur. La propia Victoria casi no alude a ella en sus Testimonios. La periodista Constanza Radavero tuvo acceso a esas cartas, que revelan la intimidad de la escritora argentina.

Por Gabriela Lotersztain

Constanza Radavero siempre se sintió atraída por Victoria Ocampo. Fue así que decidió tomarla como objeto de investigación para su tesis de Maestría en Historia. Pero se encontró con un panorama un poco desalentador: los únicos testigos de la vida de Victoria eran aquellos que la habían conocido en su vejez. A excepción, tal vez, de Yvette Cottier, que había sido su amiga y que vivía en Francia. Constanza viajó a París y se encontró con Yvette, que resultó ser bastante menor que Victoria: actualmente tiene noventa años. Ella se mostró encantada de colaborar con la investigación y le prestó algunas cartas que Victoria le había enviado entre 1943 y 1979. La última estaba fechada el 11 de enero de 1979, dieciséis días antes de la muerte de la fundadora de Sur.
El origen de la amistad entre Yvette y Victoria es digno de un culebrón venezolano. Todo empezó por un hombre: el sociólogo francés Roger Caillois. En 1937, Victoria visitó París y asistió a unas conferencias dictadas en el Colegio de Sociología por Roger, que había fundado la institución. En 1939, Victoria lo invitó a dar un ciclo de conferencias en Buenos Aires y él vino por tres semanas. Pero en el medio de su estadía estalló la guerra y no pudo volver a Francia. Entre la ardorosa Victoria, que entonces tenía alrededor de 50 años, y Roger, que rondaba los 25, surgió un affaire.
En París, Roger había tenido un romance con Yvette. Cuando él ya había llegado a Buenos Aires, ella le avisó que estaba embarazada y le pidió que se casaran para no ser una madre soltera. La guerra no asustó a Yvette, que dejó a su hija en Francia y viajó a la Argentina para casarse. Victoria ignoraba por completo esta situación. Ante la inminencia de la llegada de Yvette, Roger le confesó a Victoria la verdad. Entonces ella lo obligó a revelarle a Yvette que habían tenido un affaire, y que éste ya había terminado. A partir de la aparición de Yvette en escena empezó una amistad entre los tres. Cenaban juntos todas las noches y el matrimonio compartía las reuniones con el grupo de Sur, aunque no pertenecía al staff de la revista. También iba a la casa de Victoria en Mar del Plata junto con Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo.

Confesiones
En 1945, Yvette regresó a Francia y Roger se marchó a dar conferencias por Latinoamérica. Tres años más tarde se separaron. Esto entristeció mucho a Victoria, que lamentaba la disolución del trío amistoso. En una carta fechada el 21 de enero de 1948, le escribe a Yvette: “Ustedes me hacen siempre tanta falta. Es decir que la vida no tiene sal ni azúcar casi desde que ustedes no están allí para compartirla conmigo. No tengo ganas de escribirle a Roger y no pienso más que en mí misma”.
A pesar de la ruptura, la relación con una y con otro persistió. Victoria era tan amiga de Yvette que no dejaba de escribirle ni siquiera cuando estaba de viaje. De todas maneras volverían a encontrarse, ya que Victoria viajaría a Francia varias veces a lo largo de su vida. En sus cartas, Victoria se desnuda. Habla de todo: su vínculo con Yvette y con Roger; su gusto por las ropas elegantes; su amor por Francia; el cuidado con el que elige los muebles y la decoración; su relación con la naturaleza y con el dinero. También le cuenta a Yvette lo que piensa acerca de la mujer y de Sur. En muchas de sus cartas hay un tono introspectivo, especialmente aquéllas donde se queja de sus dolores, como en la del 24 de septiembre de 1977: “Por suerte el jardín está poniéndose lindo, aunque poco lo veo y a través de la bruma de los dolores físicos, de dolores morales también”.
Uno de los temas que recorren esta correspondencia es la decepción de la fundadora de Sur por la falta de reconocimiento del papel desempeñado por la revista y por ella misma en la cultura argentina. Las cartas revelan también el modo en que Victoria va perdiendo influencia en la literatura nacional con el paso del tiempo. Sus confesiones están teñidas de cierta nostalgia por un pasado que consideraba dorado. No es de extrañar que la mayoría estén escritas en francés y español o directamente en francés, ya que ella hablaba esta lengua desde chica.
Victoria tenía tanta confianza con Yvette que incluso le pedía que le comprara un par de medias o supositorios. Esta intimidad se percibe al leer las cartas: por momentos parecería que Victoria estuviera pensando en voz alta. Otro aspecto que aparece en sus cartas es su sentido del humor, bastante ácido, por cierto.
Quienes conocieron a Victoria coinciden en que era capaz de gestos de gran generosidad. Ayudó, entre otros, a Albert Camus. En una de sus cartas (fechada el 5 de septiembre de 1966) se lo cuenta, casi al pasar, a Yvette: “Con la desvalorización del peso, han desaparecido las posibilidades de hacer lo que antes me parecía tan natural hacer: alquilar un departamento como los que tenía en Av. Malakoff, o en la Rue Raymonard. No sé por qué diablos no conservé este último (que era una maravilla por la vista, el barrio y las comodidades). Felizmente para algo sirvió el irme pues parte de los muebles, etc., se los di a Camus, que en esa época los necesitaba. Estaban guardados y no iba seguir pagando los gastos al cohete”.
Victoria tenía la certeza de haber jugado un papel relevante en la historia de la literatura argentina. Sus palabras (en una carta del 1º de octubre de 1963) dejan entrever esa certidumbre: “Quisiera ir a París este otoño. Quisiera que leyeras mis Memorias, que no son precisamente memorias sino un documento sobre la vida en la Argentina (una larga especie de vida)”.
Varias de las cartas a Yvette están destinadas a opinar sobre Borges, con quien no tuvo justamente una relación idílica. El 15 de abril de 1970 escribe: “El film de Borges es insoportable, pero ahora hay que admirarlo en todo. Si ronca es magnífico, si escupe hay que esforzarse por llorar. Vos sabés (imagino) que lo admiro (y lo admiro desde la época en que nadie le prestaba atención –1925– como escritor). Pero no me entiendo con él en otros terrenos”.
Podría pensarse que la fundadora de Sur era más amante de las comodidades de la vida urbana que de la naturaleza. Pero lo cierto es que adoraba los árboles, el río, sus plantas... Basta con leer su carta del 9 de julio de 1946: “Amo las cosas hechas por yo no sé quién. Un muy buen autor en todo caso, a pesar de su anonimato. Son las ocho y está muy lindo. El cielo está lleno de nubes dignas del cielo de Villa Victoria, y el aire se vuelve cada vez más suficiente para mi dicha. Pero tengo el corazón bastante oprimido”.
El antiperonismo de Victoria nunca fue un secreto. A Yvette se lo dice sin pelos en la lengua, el 29 de abril de 1972: “Tengo unas ganas tremebundas de ir a Europa. La lectura de los diarios, en todos estos últimos tiempos, me pone frenética. Dos veces Perón en una vida es demasiado”. Pero quizá la carta que mejor desnuda a la Victoria de los últimos tiempos, enferma de cáncer, con mucho menos dinero y, por lo tanto, obligada a hacer las cosas que antes delegaba en otros, osea la que describe sus esfuerzos por acondicionar su casa para una reunión de la Unesco. El 5 de noviembre de 1977 le relata a Yvette todos los detalles: “Los obreros siguen volviéndome loca y ensuciando todo. No recuerdo si te conté que habiendo puesto yo 2 WC a su disposición no encontraron mejor que cagarse (como diría mi tía abuela) en el sótano. Estoy agotada, porque la vigilancia es imposible con 20 tipos. Se les habla de buen modo, se les ruega que tengan cuidado. No les importa lo más mínimo. Ayer por la mañana tuve que llevar (manejando yo) en el auto un colchón a arreglar. No me habían avisado que alguien que durmió allí lo estropeó. Después tuve que atender a un lustrador (que pidió un dineral para poner todas las tablas en la mesa del comedor y lustrarlas: se necesitan para la reunión del 29). Después tuve que estar con unos tipos que van a hacer unos visillos. Después con otros que llevaban el sofá y sillones para tapizar. Después tuve de nuevo que ir manejando al pueblo a comprar café y jabones. Acabé muerta. Y no sé si vale la pena morir por ese tipo de cosas (...) Te cuento todas estas cosas aburridas porque son, por el momento, mi vida y mis preocupaciones. La reunión de la Unesco me cae horriblemente mal y todavía no sé si les dejaré la casa y partiré sola para Mar del Plata. Hay que esforzarse por vivir en medio de estas circunstancias adversas”.
Lejos del bronce, estas cartas nos devuelven a una Victoria de mil caras: irónica, apasionada, sufriente, luchadora, generosa y mística. Leyéndolas se entiende por qué pudo crear una revista como Sur, rodearse de intelectuales de todo el mundo y llevar una vida que a la mayoría de las mujeres, entonces, les estaba vedada. En otras palabras, por qué llegó a ser Victoria.

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