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Viernes, 14 de enero de 2005
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RESISTENCIAS

Dos islas en un mar de prejuicios

Dos historias distintas que suceden cada una en una isla diferente del Gran Buenos Aires, dan cuenta de c贸mo cambia la valoraci贸n que tienen de s铆 mismos los y las adolescentes en riesgo cuando se los escucha, se toman en cuenta sus producciones y se les permite creer que pueden ser protagonistas, de algo m谩s que historias desgraciadas.

Por Sonia Santoro
Estas son dos historias. Las dos suceden en una isla. Cada una recibe una visita que lograr谩 una transformaci贸n en sus habitantes. Ellos dejar谩n de ser pibes, drogones, chorros para pasar a ser autores, periodistas, fot贸grafos, peluqueros. De ser considerados una 鈥渁menaza鈥 para el resto de la gente, a ser elogiados productores de cultura. Por eso las dos historias pueden ser una sola: la de c贸mo tender una mano para que los chicos ya no se hundan en los m谩rgenes.
La primera transcurre en un d铆a de lluvia. Isla Silvia es una comunidad terap茅utica en la que se tratan 44 adolescentes de 14 a 21 a帽os. Est谩 en el Tigre, a minutos de lancha de esas casonas de fin de semana que hace rato se han puesto de moda. Hay que tener constancia para llegar all铆. No s贸lo la constancia de estos chicos isle帽os que pescan mojarritas a pesar de la lluvia y del agua marr贸n hasta las rodillas, tambi茅n la de soportar un aislamiento en una especie de para铆so natural, pero lleno de normas estrictas. Y se sabe, todo para铆so del que no se puede salir puede transformarse en un infierno.
All铆 lleg贸, semana tras semana, durante los 煤ltimos meses del a帽o la escritora Raquel Robles y su grupo de colaboradores, con una certeza: los 鈥渕enores鈥 act煤an seg煤n lo que se espera de ellos. Esta certeza se plasm贸 despu茅s de que la duda la persiguiera d铆as y noches enteros desde que trabajaba dando talleres en distintas instituciones del Consejo Nacional de Ni帽ez, Adolescencia y Familia: 鈥溌縀n qu茅 medida las rejas hacen que los chicos sean peligrosos?. O 驴hasta qu茅 punto no son los adultos los que hacen que estos chicos no puedan aprender, que la escuela no sea para ellos, que no tengan capacidad de simbolizaci贸n?鈥; que es lo menos que suele decirse sobre ellos. Ese es el origen del Proyecto El poder de la imaginaci贸n, del Programa Nacional de Inclusi贸n Cultural de la Secretar铆a de Cultura de la Naci贸n. El proyecto fue concreto: durante tres meses los pibes participaron de talleres de Matem谩ticas, Antropolog铆a, Filosof铆a e Historia, asignaturas todas con un alto grado de abstracci贸n. 鈥淣o damos actividades pr谩cticas sino asignaturas e intentamos demostrarles a ellos que no son intelectuales mediocres. Para eso pens茅 un sistema que tiene que ver con construir relatos en los que el contenido que se intenta transmitir est茅 inserto, como cuentos o adaptaciones de cuentos que hacemos nosotros. Entonces, lo que tratamos de ense帽ar es necesario para aprender el relato鈥, dice Robles en uno de sus 煤ltimos viajes del a帽o, el de la cosecha. Porque con lo que los chicos escribieron se hizo un libro y en esta fiesta de fin de a帽o lo reciben junto al diploma de fin de curso.
La lluvia ha hecho que el acto se mude al comedor. Desde all铆 se ve una guarder铆a de lanchas y m谩s ac谩 el r铆o, l铆mite insondable para los momentos en que los pibes flaquean; porque nadie dice que sea f谩cil estar all铆, sobre todo despu茅s de haber pasado por la pasta base, que es la marca quese repite. Pero esta vez los relatos son otros, como la historia de un padre que no sab铆a dividir, la de aquel que intentaba cruzar el cementerio y lo encandil贸 una chancha a la que las tetas se le enredaban en las patas o las cartas escritas al Che Guevara o Juana Azurduy. Los chicos leen frente a sus compa帽eros peque帽os fragmentos de esos relatos que han producido y reciben los diplomas con exultantes brazos arriba o una t铆mida cabeza baja. Pero los aplausos y los silbidos son siempre estruendosos, exorcizando tambi茅n tanta humedad, recuerdos o la extra帽eza que les depara el rol de autores, quien sabe.
Julio R. es uno de los que todav铆a no asimila la belleza de sus palabras. Pregunta sorprendido si lo que atrajo a esta cronista es su relato, a pesar de haber escrito 鈥渦n mont贸n de cuentos鈥 dem谩s. Julio tiene 16 a帽os y hace dos meses que la polic铆a lo despert贸 en el Bajo Flores y termin贸 durmiendo ac谩. Fumaba pasta base desde no sabe cu谩ndo 鈥減orque cuando yo ten铆a una edad pensaba que ten铆a m谩s a帽os, fue todo confuso鈥, dice, restreg谩ndose las manos y apretando las mand铆bulas. Cuando era a煤n m谩s chico, a eso de los diez a帽os, su sue帽o era robar a lo grande y ponerse un negocio. Pronto el sue帽o adquiri贸 las miserias de la vida cotidiana y rob贸 una papelera y no par贸. Cuando lleg贸 a Isla Silvia ten铆a el pecho hundido y las manos 鈥渄e una se帽orita鈥. Ahora tiene m煤sculos, se ve mejor, y hasta festeja los callos que le aparecieron a fuerza de cortar yuyos. 鈥淢e siento bien trabajando, corte que te gan谩s el plato de comida鈥, dice, con su libro bajo el brazo.
Jos茅 Mar铆a Guti茅rrez, director de la isla desde 1992, agradece el aporte de los talleres: lograr que los chicos puedan poner palabras a las cosas, a los sentimientos, a los conflictos. Para Juan S. que hace casi dos a帽os que est谩 adentro, los talleres fueron como un punto final en su aprendizaje para el afuera. Del taller de antropolog铆a le gust贸 conocer 鈥渃osas famosas鈥, y de matem谩ticas, los cuentos y que 鈥渘o se te hac铆a dif铆cil escribir鈥. En marzo deja la isla para cursar el Polimodal y vivir en un centro de reinserci贸n, que es lo que le gusta de este lugar, tan distinto de otros tantos por los que pas贸 y lo largaban a la calle nuevamente con muy pocas herramientas. 鈥淚gual tengo miedo de salir a la calle, de volver a drogarme o m谩s que eso de volver a estar mal, solo, sin proyectos, sin nada鈥, dice. Si de algo est谩 seguro es de que no quiere volver a su casa de clase media de Palermo. Lo mismo le pasa a Juan P., que esquivar谩 a su Villa Soldati natal para poder terminar sexto grado y 鈥減onerme las pilas鈥. De los talleres le quedar谩 el gustito de haber hablado con gente muerta: 鈥淎l Che Guevara le puse que me gust贸 mucho lo que hizo por Argentina. Pens茅 muchas cosas. Me ense帽贸 un poco a escribir. Ahora s茅 leer y escribir m谩s o menos鈥, cuenta.
Para cuando el festejo termina, la lluvia se cans贸 de desahogarse en los canales del Tigre. El peque帽o muelle est谩 repleto y las orillas tambi茅n. Todos quieren apurar la partida.

El sol no pod铆a ser m谩s iracundo el d铆a de la fiesta en Isla Maciel, ese pedazo de tierra de Avellaneda aislado por l铆mites m谩s que geogr谩ficos. En la memoria, La Maciel es esa estela de casitas bajas que se ve junto al puente Avellaneda pero, sobre todo, zona de burdeles y mujeres prostituidas. El presente remite a la zona donde m谩s supuestos enfrentamientos entre polic铆as y menores hubo en los 煤ltimos a帽os. Y ese presente de principios de 2003 trajo a Cristian Alarc贸n, periodista y miembro de la Asociaci贸n Miguel Bru, junto a Mar铆a Echeverr铆a a investigar esos fusilamientos. Alarc贸n no s贸lo nunca pudo dejar la isla sino que logr贸 que otros pusieran los ojos y el cuerpo all铆. Primero, la asociaci贸n puso abogados del Centro de Estudios de Pol铆tica Criminal (Cepoc) para los padres de los fusilados. Este a帽o empezaron a trabajar con los padres y madres de los que llamaron 鈥渏贸venes afectados por la violencia鈥, no yas贸lo de torturados o maltratados por la polic铆a sino tambi茅n de la violencia en la vida cotidiana. Luego sumaron a los adolescentes y con ellos escribieron un proyecto que presentaron ante el Ministerio de Desarrollo Humano de la provincia de Buenos Aires por el que consiguieron una beca (76 pesos para los chicos y 74 pesos para un kit de materiales) para cada adolescente que participara de una serie de talleres. Se form贸 entonces un grupo de fot贸grafos, coordinados por Gonzalo Mart铆nez; otro de periodistas, coordinados por Mar铆a Eugenia Ludue帽a; en peluquer铆a tomaron la posta Delia y Rosa, dos mam谩s del barrio. 鈥淟os talleres se largaron cuando se crey贸 que se iba a cobrar el dinero, que fue hace 3 meses. Pero el impacto en un territorio tan abandonado y golpeado como la Isla Maciel, donde la mano del Estado desapareci贸 hace demasiado tiempo, ha sido tan fuerte que ya podemos estar mostrando este trabajo, que es conmovedor鈥, dice Alarc贸n, en medio del club 3 de Febrero, un gran patio semiabandonado, al aire libre, y tomado para los talleres y la fiesta de fin de a帽o.
En una de las paredes de madera y chapa descascaradas se puede ver el peri贸dico mural Sin censura: la famosa Isla Maciel hecho por los adolescentes del taller de periodismo. Ah铆 hay poes铆as de amor, entrevistas a 鈥渓as chicas de la esquina鈥 para saber 鈥減or qu茅 una chica de 20 trabaja de 鈥榚so鈥欌. Alguien cuenta c贸mo es 鈥渧ivir en la Maciel鈥 o qu茅 significa 鈥済atillo f谩cil鈥. 鈥淗ay muchos derechos que yo no sab铆a que exist铆an鈥, escribe Betty. Aunque Y茅sica Baez es la firma que se repite en casi todas las notas. Y茅sica tiene 18 a帽os y su cuello y sus brazos marcados por cortes de navaja por una vida que muchas veces fue imposible soportar. Esa fue otra 茅poca dice, aunque resulte inimaginable algo peor que tener a la madre presa, a sus 9 hermanos desparramados en distintas casas y a ella misma viviendo con su abuela y separada de su hija de dos a帽os. Pero parece que la hubo y ella, que est谩 siempre en guardia porque cree que si demuestra las cosas est谩 bajando los brazos, no est谩 dispuesta a dejar que caigan. 鈥淧or suerte aparecieron ellos 鈥揹ice en referencia a los talleristas, que le hicieron recordar que escrib铆a y saber que pod铆a hacerlo muy bien-. porque me quiero ir de ac谩, esto es puro embrollo 鈥揹ice鈥. Con los talleres estoy dando un paso m谩s adelante en mi vida鈥.
En otras paredes aparece un 鈥渢odo por todos鈥: fotos en que los chicos pudieron retratarse mutuamente. Y m谩s all谩, una serie de tomas a la realidad personal, que lograron producir cuando tuvieron sus propias camaritas: un nene se pierde en un pasillo hacia un horizonte de chapas encimadas; chicos comiendo en torno a una mesa; un bote en el Riachuelo con el puente de hierro como fondo; basura en el r铆o; tres perros rasc谩ndose la fiaca. Todas de excelente calidad.

La murga 鈥淟os aut茅nticos descamisados鈥 lleg贸 desde el Tigre para recorrer el per铆metro del 3 de Febrero con estruendosa presencia. Hay mujeres, hombres, viejos, adolescentes, pero sobre todo muchos nenes y nenas cuyos a帽os no superan los dedos de una mano. Todos se sientan en el suelo como hormiguitas pacientes para ver un espect谩culo de teatro, una exhibici贸n de boxeo o el despampanante desfile de moda de las talleristas. Los sacar谩n s贸lo si alg煤n bot铆n se les viene encima o alguien los empuja para quitarles el lugar. 鈥淎c谩 no hay cines, no hay teatros, no hay cosas para divertirnos鈥, aclarar谩 Joana desde un palco, agradeciendo la posibilidad de esta fiesta en la que es probablemente por primera vez una de las protagonistas. Por eso seguramente el clima festivo. Juana del Puerto, madre de Luis Alberto, uno de los asesinados por gatillo f谩cil hace tres a帽os, lo dice con otras palabras: 鈥淣osotros 茅ramos animalitos ac谩, nadie se arrimaba鈥.

Como anunci贸 el comienzo, estas son historias con finales felices, en el m谩s acotado sentido que se le puede dar. En una punta y a otra delconurbano, las dos islas terminaron el 2004 con alg煤n motivo para festejar. Su experiencia no hace m谩s que recordar algo que Robles define perfectamente: 鈥淓llos son menores, eso significa que lo que hacen es responsabilidad de los adultos. Lo que los adultos hemos podido o no con ellos es lo que ellos son. Entonces, necesitamos m谩s adultos que crean en ellos鈥.

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