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Viernes, 8 de abril de 2005
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Deporte

La otra vida de Paola

Desde los 14 viaja por el mundo mirándolo de reojo, apenas si conoce de cada lugar el hotel donde duerme y la cancha en donde juega al tenis. Está en el primer puesto entre las jugadoras de dobles del mundo y estuvo novena en el ranking mundial de mujeres. Sin embargo pocos saben cuándo gana y cuándo pierde, mucho menos cuándo juega esta morocha que creció entre el polvo de ladrillo y ahora no se imagina la vida lejos de la cancha.

Por Sonia Santoro
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Hay un blanco en la Paola Suárez que transcurre fuera de una cancha. Y que a veces se cuela aun en los momentos deportivos a los que ha consagrado su vida. Es como si nada fuera lo suficientemente importante como para relatarlo con detenimiento, y ni hablar de guardarlo en su memoria. Todo lo cuenta como al pasar, casi apurada y a desgano. Fuera de la cancha, no hay lugar para la mística, como si todos se preguntaran lo mismo que ella: “¿A quién le puede importar esto?”. Dice que le gusta ir al cine, escuchar música y usar la computadora para comunicarse con sus amigos cuando está de viaje. Sabe, por ejemplo, que la primera vez que ganó plata en un premio se guardó una recompensa para comprarse algo, pero no recuerda qué. De su familia acota que su padre sigue trabajando en un club; su mamá es ama de casa y su hermano trabajaba en fletes. Y punto. ¿Es esta chica la mismísima número uno del ranking mundial de dobles?

Paola Suárez espera al costado de una cancha de tenis en el Club Asturiano de Vicente López. Y parece mucho más menuda que el metro 70 y los 64 kilos que indican todas las breves reseñas deportivas en un afán matemático incomprensible. Está en ojotas, con una remera blanca, un jean a mitad de las pantorrillas y un bolsito haciendo juego. Son las cinco y media de la tarde y su cuerpo le dice basta, después de las cuatro horas de juego y las dos y media de entrenamiento físico. Pero todavía le falta ir hasta Escobar para una fiesta de chicos discapacitados.

Es un día mucho más largo de los comunes que ella dedica exclusivamente al tenis, a levantarse temprano, a entrenar, a comer no cualquier comida sino aquella que el cuerpo necesite para recuperarse, a darse unos masajes y a acostarse temprano para dormir las 10 horas diarias que necesita. En algún momento pedirá un cortado para que le ayude a sostener esos párpados más habituados a resistir el polvo de ladrillo y el sudor que el sueño. Pero estará dispuesta. Después de todo, sabe que por más que le guste y todavía la siga divirtiendo mucho, el tenis es un trabajo. Y cualquiera que haya trabajado alguna vez sabe que no puede esgrimirse como excusa la ausencia de ganas. Lo mismo le pasa a ella con sus entrenamientos, si por alguna razón tiene que faltar (aunque no hay muchas válidas), habrá que recuperar el tiempo perdido, agregándole el sábado a la rutina. Dar notas también es parte del trabajo, lo mismo que viajar por todo el mundo –con la paradoja de conocer poco más que los hoteles, las canchas y los dos o tres restaurantes cercanos–; dos cosas que a ella no le gustan demasiado, pero a las que responde mansamente, como parte del debe necesario para que exista un haber.

Si es por hacer cuentas, a Paola no le ha ido nada mal, aunque sus logros deportivos, como los de tantas mujeres en distintos ámbitos, nunca parecen alcanzar la altura de lo que consiguen los varones. Hace 3 años que, con la española Virginia Ruano Pascual, es campeona mundial en dobles. Como singlista, llegó al puesto 9 en el ranking femenino. Y el año pasado, en los Juegos Olímpicos de Atenas, obtuvo la medalla de bronce tras derrotar a las japonesas Shinobu Asagoe y Ai Sugiyama por 6-3 6-3 junto a Patricia Tarabini. Mientras todas las expectativas estaban puestas en el equipo masculino –que se lesionó, faltó, no se presentó.-, Tarabini y Suárez ganaron la única medalla olímpica en tenis desde que en 1988 Gabriela Sabatini hiciera lo suyo en Seúl. Y todavía hubo periodistas que hablaron de un triunfo con “cierto sabor agridulce”, olvidando lo que sí tiene bien claro Suárez, que habían logrado algo que mucha gente no consigue en toda su carrera y que entraron a la historia. “Los triunfos de Paola siempre quedaron tapados por los de algunos varones”; “no se la reconoce tanto”, dijo el ex tenista Javier Frana, haciendo un balance y equilibrando un poco la cosa. Un par de meses antes, en el Roland Garros, otra periodista notaba como Gastón Gaudio, Guillermo Coria y David Nalbandian, las promesas masculinas, “quintuplicaban en líneas y en fotos a Suárez. Los titulares referían la magia y el asombro que ellos despertaban mientras que a Paola le asignaban la posibilidad de divertirse y de haber accedido a un sueño”.

Paola Suárez sabe todo eso. Lejos está de ser una militante feminista, pero sí se la ha escuchado reclamar por algo que el mismo sentido común desbarata de sólo dedicarle unos minutos: ¿por qué los premios en todas las categorías son menores para las mujeres?

–¿Cuál es tu visión de la mujer en el deporte?

–Veo que se les da mucho más a los hombres. Porque también están Las Leonas y no tienen tanta publicidad como los chicos, no sé a qué se debe porque es más que meritorio lo que hacen ellas.

–¿Alguna vez pensaste “si fuera varón esto no me pasaba”?

–Lo de que no estoy de acuerdo con el esquema de los premios ya lo he dicho en un montón de lugares. Las tenistas nos quejamos muchas veces y decimos nuestros puntos de vista, pero se ve que no alcanza para que cambie.

–¿Las tenistas se juntan para hablar de estas cuestiones?

–Sí, nos juntamos muchísimo. Tenemos meetings en los grand slam o en la WTA (Women Tennis Asociation) y se habla de esto. Nosotras lo decimos a los de la WTA, pero no sabemos qué pasa después.

–¿Por qué creés que a las mujeres no se les da tanta difusión ni apoyo?

–No es por ser mujer o varón, pasa por un tema de cantidad. Dentro de los 10 siempre hay algún chico que se destaca en la semana. Y nosotras somos menos y las semanas que no te va bien no aparecés. Ellos son tantos que siempre a alguien le va bien. La diferencia se puede dar en los torneos. Acá hay muchos más torneos de varones que de mujeres, por eso salen también muchos más hombres. Fijate que para el principio de la carrera los chicos tienen un montón de torneos y las chicas, no tanto. Esa puede ser una de las razones de por qué no salen más chicas, porque al principio es cuando más cuesta económicamente. Tenés menos recursos y es mucho más fácil hacer torneos acá, poder agarrar ranking, un poco de dinero y después empezar a viajar. En cambio, las chicas tenemos que tener un sponsor o alguien que te ayude a viajar a Europa o distintos lugares porque no hay nada.

Algo de cómo funciona ese circuito de ascenso empinado conoce Paola Suárez, que no tuvo la suerte de contar con una familia pudiente, pero sí la fortuna de que su padre cuidara las canchas del Lawn Tenis de Pergamino. No es difícil imaginarse a Paola tiznada de rojo o corriendotras una pelota con una raqueta gigante para su tamaño. Pronto empezó a jugar en serio, aunque también practicaba gimnasia deportiva y softball. Pero cuando tenía 8 años tuvo la posibilidad de elegir. La vida le presentó dos caminos: tenía que ir a un campeonato de tenis y a otro de gimnasia deportiva. Eligió el primero y se quedó.

–¿En qué momento te sentiste profesional?

–Desde los 15 años, cuando mi familia se vino a vivir acá. Sabía que toda mi familia estaba haciendo un esfuerzo muy grande para mudarse acá y que yo tuviera las posibilidades de poder entrenar bien porque me hacía muy bien tenerlos cerca.

–Es mucho peso para una chica.

–Sí, es quizás el peso que me puse yo. Mi familia me acompañaba, como se le da una oportunidad a cualquier hijo. Ellos jamás se han metido en lo que es mi carrera, jamás han venido a ver un entrenamiento, nunca han dicho algo sobre cómo el entrenador me ha enseñado y qué torneos jugar. He tenido mucha suerte con respecto a mis padres que nunca me han puesto ningún tipo de presión. Ellos se vinieron acá para darme una oportunidad a mí no por querer salvarse conmigo.

No es casual que agradezca a los padres que tiene porque en el historial tenístico mundial hay y ha habido señores que han dado que hablar: el padre de las hermanas Venus y Serena Williams, acusado de controlar excesivamente sus carreras; el de Steffi Graf, que terminó preso por evasión de impuestos, y el de María Sharapova, que ha cosechado varias peleas a los puños entre set y set. Es un tema que a Paola le preocupa bastante, porque cuando se le pide algún consejo para alguien que recién empieza, prefiere dirigirse a los padres “que a veces generan mucha presión en los chicos o les imponen hacer algo”. Nada nuevo pero de la boca de ella, suave y tranquila, suena verdadero. Lo mismo cuando habla del tan remanido tema de la pérdida de la infancia de los “famosos”. Paola terminó la primaria en Pergamino y dejó en segundo año porque quedó libre. Entonces, decidió probar suerte en Buenos Aires. Después tendría tiempo para terminar el secundario en un colegio para deportistas. “Infancia sí tuve, adolescencia no, porque empecé a viajar mucho a los 14 años. Se pierden muchas cosas: viajes de egresados, fiestas de chicos en la secundaria, casamientos de amigos. Este año después de 8, pasé Año Nuevo con mi familia. Pero bueno, siempre digo, es un período corto de la vida”, dice ella, que mide los años según los objetivos y las temporadas según los resultados. Ella que tiene el mayor respaldo: la seguridad de saber que si naciera de nuevo volvería a ser tenista, porque “lo llevo adentro” y porque la adrenalina única que vive en cada juego no la sintió en otro lado jamás.

Cuando todavía no tenía esa seguridad, cuando los fervores de la adolescencia y algunas pautas culturales bien metidas adentro le decían que no era bueno para una chica lucir un cuerpo que no cumpliera con el ideal de la gracilidad femenina, Paola padeció bastante. “Ahora me siento superbien, pero al principio me costaba el hecho de hacer deporte o sacar músculos en mi cuerpo, no quería hacer gimnasia por el temor a ensancharme de espaldas. Me daba un poco de pudor porque no me veía superfemenina. Pero cuando sos más grande, sabés que son cosas del oficio y que cuando dejes de jugar te vas a encargar de bajar un poco el volumen; lo digerís y entendés que no por tener más o menos músculos dejás de ser femenina”, lo dice entre risas, todavía un poco incómoda de no reproducir el modelo de chica hiperflaca.

–Igual no sos grandota.

–Soy grande para lo que es el común de las mujeres, pero para lo que es el circuito de las chicas soy una nena de pecho (más risas).

De su cuello tostado cuelgan, en un collar dorado, un mapa de la Argentina y una virgen niña. Es católica, dice, aunque su religión tiene más que ver con su otra medalla. “Me encanta el país en el que vivo, no me iría nunca a vivir a otro lado. Digamos que cuando estás afuera es lindo que digan ‘Paola Suárez, Argentina’. Este año para nosotros fue muy importante el Roland Garros porque llegaron muchos jugadores argentinos hasta las instancias finales. Y cuando en un cuadro del torneo hay muchos argentinos, o la gente y los diarios hablan de los jugadores de tu país en el mundo, a nosotros nos hace muy bien”, dice, en un “nosotros” que nada tiene que ver con ese nacionalismo que surge urgente cuando el fútbol es el que convoca y que se esfuma tan rápido cuando aparece el primer tropiezo. Es un nosotros que engloba esa comunidad deportiva que vive con los pies fuera del país y que, como ella, comparte valores como el patriotismo, sin buscarle más sentido que ése, el de sentirse representante de su país, más allá de los logros personales (y de algunas excepciones). Y que cobra más valor aun en esos momentos en que no se ven en pantalla, en que la idea de largar todo o la duda sobre si una sirve para “esto” se hacen presentes. A Paola le pasó muchas veces, pero, dice, tuvo a alguien como su entrenador, Daniel Pereyra, que confió en ella, en sus muchas posibilidades de ser una buena jugadora. Y entonces las fuerzas volvían otra vez y ella se lanzaba nuevamente al ruedo.

A su rueda deportiva no le queda mucho, según sus planes. Calcula que en dos años dejará de jugar para ponerse una escuela de tenis, sostener un comedor para chicos carenciados y tener una familia. ¿Por qué el comedor? “Porque me gusta. En un momento pensé estudiar psicopedagogía, pero no sé si voy a poder. Son 6 años, no me veo encerrada en una habitación leyendo después de estar toda la vida al aire libre, no sé si me lo bancaría”, contesta Paola, la tenista de buena movilidad de piernas, la de la paciencia de ganar desde el fondo de la cancha y la que construye a partir de las flaquezas del rival.

Será cuestión de esperar que crezca la otra, la de fuera de la cancha, en donde los rivales no necesiten de la contundencia de un revés para aquietarse.

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