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Viernes, 8 de abril de 2005
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Teatro

Melancólico pero divertido

A los 26, Mariela Asensio, actriz, directora y dramaturga, tiene una interesante carrera a sus espaldas. En estos días, acaba de reestrenar Hotel melancólico, una original y divertida comedia de situaciones (que escribió y puso en escena) en la que satiriza ciertos estereotipos de la feminidad que todavía presionan sobre las mujeres. En un elenco notable, descuella Leticia Torres como una inquietante mujer perro.

Por Moira Soto
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De chica estudió danza hasta que se aburrió y para variar, cuando estaba en el secundario, fue al taller de Laura Bove, pero en ese entonces Mariela Asensio no tenía intenciones de ser ni bailarina ni actriz. Sin embargo, gracias a su madre, sus mejores recuerdos de la infancia están ligados a emociones artísticas. Cuando, después de aprender unos años con Bove, decidió entrar en el Conservatorio, Mariela creyó que tocaba el cielo con las manos: “La gloria total, rodeada de artistas, de gente que iba para el mismo lado... A los pocos meses comprobé que en algunos casos no era tan así. Me fui cuando me faltaba un año para tener el título, pero rescato esa experiencia. A esa altura ya sabía que quería seguir indagando sobre el teatro”.

Y vaya si lo hizo: a los 19, Asensio escribió y dirigió una obra, Ultimas cosas: “Nunca había hecho nada relacionado con la puesta en escena, salvo unas obras con mi amiga Valeria Alonso para un certamen sobre violencia sexual contra la mujer, un trabajo muy intuitivo. Hoy miro el video y me burlo de mí misma. Había una serie de personas que transitaban el momento antes de morir. Un bajón, superdelirio. La única que entendía lo que estaba pasando era yo...”. A continuación, Mariela Asensio no paró un minuto: trabajó como actriz, hizo asistencias y dirección de actores, escribió una nueva pieza –que se presentó en 2002 y se mantuvo en cartel tres temporadas– premiada en festivales, Inacabado. Y en octubre de 2004 estrenó con buena repercusión de público otra obra, Hotel melancólico, que acaba de reestrenarse en La Carbonera, Balcarce 998, los viernes a las 22, a $8.

Si en la primera, la dramaturga y directora creaba con sorprendente madurez un universo sombrío y ritualista en torno de una pareja madre e hijo, en la segunda –una extraña comedia de situaciones donde la risa del público tiene siempre un trasfondo intranquilizador– reúne a una galería de personajes bien diversos, cada uno con su mambo, en una especie de pensión. Pero la música que se hace en escena es paraguaya, con un toque de Edith Piaf e incluye temas originales de Darío Lipovich, también actor interpretando a un músico. El notable elenco lo integran asimismo Leticia Torres, Silvia Oleksikiw, María Laura Kossoy, Federico Schneider y José Márquez. Con el diseño de luces de la siempre precisa Leandra Rodríguez y un vestuario francamente maravilloso de Constanza Palou Florez, responsable tanto del imaginativo diseño como de su primorosa realización.

–A pesar de su título, ¿Inacabado fue una obra terminada?

–Inacabado fue una bisagra para mí. Un antes y un después. Puedo pensar a partir de esa pieza. El primer boceto lo hice en un seminario con Marcelo Bertuccio en el Rojas. Tiempo después, lo revisé, reescribí la obra y resolví ponerla en escena. Ahí empezó un camino más claro para mí, sabiendo que quiero escribir y dirigir en el futuro. En cuanto a actuar, es un terreno que me genera bastante inseguridad, tengo el recuerdo deotros momentos en que hacerlo me daba más felicidad. Por eso, subsiste el desafío, para reencontrarme con aquel placer. De hecho, este año ya me anoté para entrenar. Por otra parte, creo que una de mis virtudes como directora es ser actriz. Pienso la puesta como una consecuencia del trabajo con el actor.

–Ultimamente hiciste la asistencia de dirección de Electra Shock, y antes actuaste en Catch, también dirigida por José María Muscari, ¿te atraen especialmente sus creaciones?

–La experiencia de Catch fue bárbara. José es muy generoso en el laburo, te demuestra confianza. Te da el espacio de verdad... Catch era mi primera vez y cuando entendí cómo eran las cosas, empecé a gozarlo. Era una obra muy singular, que despertaba odios y amores. Muy guarra, en algunos aspectos muy violenta. Podía hacer distintas lecturas, estaba muy abierta a la controversia. Por eso, tenían que saber si querías hacerla y por qué. Pude jugar con cosas que jamás en la vida lo hubiera hecho de no estar allí. Me quedé muchos meses.

–De todos modos, Catch no fue una actuación convencional, tenía algo de performance.

–Sí. En realidad lo diferente de la obra era que se trataba de veinte minas puteando y haciendo cosas que se supone que ninguna mujer debe hacer en la vida, en un ambiente de boxeo. Yo inclusive hacía algo que ahora, a la distancia, casi me sorprende un poco: meaba parada en el escenario. Mucha gente que me quiere me vio y no lo podía creer.

–¿Nunca te sentiste inhibida?

–Mirá, pasó algo que me afirmó y me generó placer: en la obra también meaba un tipo, el único varón del elenco. Cuando lo hacía yo, todo el mundo se asqueaba, y cuando le tocaba a él, la gente lo celebraba y se cagaba de risa. Cuando note que pasaba eso, reaccioné: ¿cómo puede ser? Mea el tipo y es una gracia que se aprueba, mea la mina y es de mal gusto, es una desubicada. Percibir esa reacción prejuiciosa me dio bronca y empecé a mear parada.

–Igual que Kate Winslet en Humo sagrado...

–Sí, ¿sabés que no lo había relacionado? Claro, tenés razón. Bueno, hice cosas que no sé si volvería a hacer, pero que sé que estuvo bueno hacerlas. Quince chicas desnudas recontrahumanas, exhibiendo algo que nada tenía que ver con el cuerpo. En cuanto a la asistencia de Electra, yo sigo hablando muy bien de José, porque me parece buena gente, muy noble. Laburar con él en esta obra fue tener una participación activa en lo artístico, sobre todo en lo que tenía que ver con la dinámica del grupo. Aprendo mucho de su manera, de su visión, tan distinta de la mía. El es tan operativo, hace que todo se vuelva más viable. Y no tiene dobleces, es muy honesto.

–¿Qué ideas tenían en la cabeza cuando escribiste Hotel melancólico?

–La escribí a comienzos de 2004. Quería fusionar teatro, música, contar situaciones de intimidad en espacios que no eran íntimos. Después hice un viaje al Paraguay y me traje mucha música, me quedé encantada con la energía que percibí allá. Me llamó la atención la mezcla de lo bello y lo patético que se da en muchas cosas. Como Asunción es una ciudad chica, todo está a la vista, lo podés abarcar, no como acá. Me gustó la idea de jugar con algo cotidiano, habitual, que a nadie le importa, y transformarlo en algo interesante de ver. Después, cuando fui ensayando, todo fue tornándose hacia lugares que no me había propuesto conscientemente. Hay mucho de Hotel... que fue surgiendo durante los ensayos.

–¿La dramaturgia la hiciste a partir de las improvisaciones?

–Las situaciones estaban todas planteadas y las desarrollé a través del trabajo con los actores. Por ejemplo, en la escena de las lamparitas quería contar en principio una relación sexual entre un hombre y una mujersin que ocurra esa relación. Pero derivó en esa situación del hombre que termina como en una gran masturbación cuando pierde de vista a la chica que tiene enfrente. Tampoco el test de Cosmopolitan estaba organizado previamente.

–¿Cómo toma forma el personaje de la mujer perro?

–Lo empecé a escribir cuando me estaba separando, ¿viste esas separaciones horribles, repentinas, a los tumbos? Suele pasar cuando te simbiotizás, que todo está muy enredado, que no sabés cómo caíste en eso... Cuando tuve registro de ese estado lamentable, dije: “Voy a empezar terapia y voy a escribir una obra que hable con humor de esto, de la dependencia sin atenuantes”. De ahí salieron muchas situaciones de la mujer perro, como esa cosa patética de transformarse en lo peor, de arrastrarse en función de agradarle al otro, pero visto con humor.

–Las distintas músicas se integran a la trama, son un lenguaje narrativo, lo mismo que el uso del francés por uno de los personajes, cuyo sonido aguza el oído del público.

–Lo del idioma también apareció espontáneamente, no está previsto. Y hoy la pieza sin el personaje de Berta no existe. El mismo año que estuve en Paraguay viajé a París, dos mundos que nada que ver. Extrañaba mucho, como uno de esos porteños nostálgicos insoportables. Y en París empecé a escribir las primeras escenas de Hotel, que en ese momento se llamaba Melancólico. Escribí la escena del baño con la chica que hace todas las maniobras con el papel higiénico para no contaminarse, y la grupal, donde todos se bañan y cantan. Cuando volví, empecé a ver actores, y María Laura Kossoy se puso a cantar un tema en francés. Casi me muero cuando la escuché, me di cuenta de que tenía que haber una francesa perdida acá, en su propio mundo. Laura se animó y de hecho la primera escena que estuvo terminada fue la de la francesa dándole instrucciones a la mujer perro.

–Pese a tu corta experiencia, armaste y dirigiste un elenco de primera, cada intérprete con un relieve personal, recortándose nítidamente.

–Están todos muy bien. Como te decía, yo le doy mucha importancia al trabajo del actor, más que a ninguna otra cosa. Creo que si un actor tiene el espacio para expresarse y logra hacerlo, todo lo demás va sucediendo, acompaña. Mirá, Darío Lipovich, el músico de la obra, no es actor y sin embargo tiene esa frescura tan apropiada en este caso. Federico Schneider, que es un reemplazo que hice en días, es un actor orgánico, una luz. José Márquez, que a mí casi me vio nacer, me hace acordar a un personaje de un dibujito antiguo de la Warner por su expresividad. Disfruto mucho de la escena en que se declara.

–¿Fue muy arduo el proceso de ensayo con Leticia Torres?

–Sí, pero aunque te parezca loco, lo más difícil fue hacerla hablar, no ladrar. Es decir, para que fuera la mujer que también es el perro con el que empezó. Ella es una animal trabajando, sin chiste. Un placer para mí. Después de mucho ensayar, perdí el registro de que ella estaba en cuatro patas, también era algo nuevo para mí. Ella, por supuesto, tiene mucho estado y yo quería que el perro fuera plástico, algo relacionado con la danza, no copiarlo, y a la vez captar lo esencial. Le exigí mucho y Leticia respondió, una genia total. La tercera actriz, Sonia Oleksikiw, en un comienzo era la asistente. Pero la actriz que hacía a la novia se fue y se lo ofrecí a ella, tuvimos un entendimiento perfecto. Ella tiene muy buen manejo del humor, a mí me divierte mucho.

–El test de Cosmopolitan, tan ridículo y tan revelador, ¿es real?

–Es tal cual. Lo único que hice fue acortarlo. Cosmopolitan es como un himno al estereotipo de la feminidad. Vi las revistas en casa de mi amiga Valeria, las ojeé y empezamos a leer los tests en joda, haciendo voces. En un momento, me empecé a sentir mal, a darme cuenta de que es una revista que siguen muchas mujeres.

–A través de la pieza cuestionás mucho el rol socialmente asignado a las mujeres.

–Tuve muchas ganas de reírme de todo eso. De esta idea de que a cierta edad las chicas tienen que tener su vida organizada de cierta manera. Yo misma he notado, aun entre personas que se supone que piensan diferente, la desesperación de las de trentipico porque no conseguiste un tipo estable, no tenés hijos. Me resulta enormemente deprimente eso de que tantas mujeres todavía se sientan obligadas a cumplir las reglas generales de la normalidad. Hay mucha presión sobre las mujeres. Es un tema que me preocupa y quise ponerlo en evidencia a través del humor. Está bueno resistirles a esas imposiciones. Resistir y también creer que hay otras maneras de ser y de hacer. Recuerdo ahora una propaganda que decía todo el tiempo “no te arrugues, no te arrugues”. Algo demencial, como ordenarte: “no vivas, no evoluciones, no cambies, no te mueras”.

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