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Viernes, 29 de abril de 2005
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Resistencias

Las chicas del Krause

Que la caída del techo de una de las escuelas públicas más prestigiosas del país haya puesto en peligro
la vida de las y los estudiantes delata cuánto falta aprender para poder evitar muertes absurdas como las de Cromañón. En el Otto Krause fueron alumnos y alumnas, con la ayuda de pocos docentes, quienes tuvieron que organizarse para cuidar lo más básico: sus propios cuerpos.

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Por Roxana Sandá

La última vez que Layla asistió a una clase de gimnasia, en el polideportivo de San Juan y la autopista, se prometió no permitir que las piernas le temblequeen –en un reflejo (a su entender) vergonzante– cada vez que los chistidos de la bandita que para en ese bajoautopista la hicieran dar respingos. María lagrimea por un prejuicio: en el colegio dicen que ella y el resto de sus compañeras de primero y segundo año van al Otto Krause para “revolcarse con pibes”. Denisse se cansó de emprolijar a fuerza de lavandina, estopa y lija el único baño para alumnas que existe en el colegio desde fines de los ‘50, cuando alguien dio el visto bueno al ingreso de mujeres. Hace unos días, el mentón de Yessica sufrió un ladrillazo centenario mientras intentaba evitar un derrumbe irrefrenable; Celeste corrió suerte similar en un pie. Jazmín presiente que plantear un taller de salud reproductiva es empresa difícil en un colegio cuyas autoridades retacean autorizaciones a los alumnos para capacitarse en el hospital Argerich como líderes de salud.

A las chicas del OK se les amontonan las voces cada vez que les preguntan por algunos derechos que todavía no consiguen que se les hagan carne “aunque haya pasado tanto tiempo, porque el tema del baño, por ejemplo, es algo que arrastramos desde que en esta escuela se les permitió la entrada a las mujeres”. Sucede que “el caso del baño de damas” viene a develar una historia de postergaciones que en los últimos días se manifestó con la toma del edificio que ocupa la manzana de Paseo Colón al 600 y que hasta hoy continúa representando un peligro muy tangible para la vida de los que estudian allí.

“La cuadrilla municipal que está trabajando sólo colocó mallas metálicas en los sectores más complicados, pero en el resto del colegio continúa habiendo desprendimientos. Lo de andar por los pasillos con los cascos puestos no es un acto simbólico, es para cubrirnos de los techos que se nos pueden seguir cayendo encima de nuestras cabezas”, aclara Angela Espínola, que cursa el 4º año de Construcción “con orgullo de haber llegado hasta aquí, pero cansada de tanta palabra, de que te prometan algo y después no lo cumplan”. Los agujeros negros del Otto Krause son tan antiguos e injustificables que ya pocos recuerdan la cronología de los reclamos. Un breve repaso de la desidia: el colegio se caía a pedazos cuando la jefa de preceptores de la mañana, Cristina Rubio, era una de las 40 alumnas que entraban a sus aulas. Rubio egresó en 1982 y desde esa época es testigo del deterioro. “Hubo algunos intentos muy pálidos de hacer algo para levantar la estructura, pero por supuesto nada va a ser suficiente hasta que no se adopte la decisión en firme de encarar una reparación a fondo”, estima. “El Krause se cae a pedazos a nivel de infraestructura y pedagogía. Esto tiene que ver con el bajo presupuesto, entonces apuntamos a que ahora que se cumplen cien años de la escuela, exigimos la triplicación del presupuesto educativo.” La frase es de 1997. La pronunció una alumna que integraba la agrupación LyO y que para esaépoca peleaba un espacio en el centro de estudiantes. “Tan naturalizado está el deterioro, que hasta llegó a ser motivo de nota en la revista de la Fundación Otto Krause, algo así como el órgano de difusión oficial”, comenta Rubio. El artículo en cuestión es de 2004 y titula en cursiva romántica La historia de los techos del Otto Krause, para luego dar paso a un compendio de tropezones burocráticos entre Nación y Ciudad sin destino preciso y a algunas expresiones de deseos traducidas en un invisible Plan Maestro de Restauración. Hasta hoy, las y los alumnos ingresan a las aulas a regañadientes, fastidiados con las reparaciones a medias. El director Pedro Bini explica que “hay problemas de espacio y por eso trasladamos algunos cursos a lugares alternativos como laboratorios, museos y el salón de actos”. Pero Nahuel Benzi, del Centro de Estudiantes, advierte que a nadie conforman esas medidas, “porque los alumnos venimos reclamando desde 2004 hasta este año, que decidimos hacer sentadas porque veíamos cómo se agravaba el problema. Y además, el fin de semana pasado no arreglaron nada”.

Hace un par de años, Celeste Díaz, Yessica Escobar, Layla Bustamante y Denisse Chicherid decidieron encarar la limpieza del único baño de mujeres disponible para las 200 chicas que estudian en el colegio, sobre unos 1860 varones, quienes tienen la fortuna de no conocer apuros fisiológicos gracias a los cinco baños “para caballeros” distribuidos en las dos plantas del edificio. “Es el único baño que tenemos y lo cuidamos como si fuera un hijo”, ríe Dennise, de 18 años y a poco de recibirse de técnica química. “Aunque para algunas sea un hijo no querido, porque lo escriben hasta en el último rincón, tiran papeles y toallas higiénicas en cualquier lugar... Yo no sé si se puede levantar una bandera a partir de conflictos de baño, pero nosotras tomamos como propia la necesidad de cuidarlo y por eso la decisión de volver a dejarlo como nuevo en el 2002. Fue un paso fuerte, porque es el sitio de intimidad de las chicas, el lugar donde nos cambiamos de ropa para cursar los talleres y el espacio donde guardamos nuestras cosas. A riesgo de que muchos se rían, por ese baño pasa gran parte de nuestra vida.” Pero el desprendimiento de mampostería de la puerta de entrada al baño y la posterior clausura del sector vinieron a acotar aún más esa geografía de intimidad y resguardo del propio cuerpo.

“La clausura se convirtió en una mezcla de necesidad y logro, por el peligro de derrumbe y porque abre la posibilidad de que de una vez por todas habiliten otro baño para mujeres, algo que venimos pidiendo hace años. Pero también generó una situación desagradable para nosotras, que ahora tenemos que ir al baño de profesoras para cambiarnos y hacer nuestras necesidades”, aclara Celeste, que en menos de 24 horas ya tiene material para anecdotar el “último destierro” de los sanitarios.

“La historia es muy graciosa: la telefonista de la escuela se ubica cerca del baño de profesoras. Parece que además de atender el teléfono, esta mujer ahora se encarga de vigilar el baño. Si tardamos un minuto más de lo que ella entiende por tiempo límite, nos apura para que salgamos. Cuando lo hacemos, entra para chequear que todo esté en orden y si alguna de nosotras le pregunta por qué controla, si nosotras no somos ladronas, nos responde ‘a ustedes no les creo nada’. Para completarla, nos dice que nos cambiemos en el pasillo, si total no nos ve nadie.”

Sobre fines de los ‘50, la institución educativa industrial más prestigiosa de la Argentina, tal el slogan mediático de estos días, rompió cadenas sexistas con la habilitación al ingreso masivo de niñas para cursar todas las especialidades técnicas. Pero la aguja no se corrió ni un poco en las variaciones del trato y las buenas costumbres. De la cincuentena a esta parte, a las alumnas del Otto Krause se les continúa exigiendo la aplicación reposada y el decoro que toda joven debemanifestar, pero en un ámbito de reglas y presencia mayoritariamente masculinas, donde el eje es el trato igualitario, sobre todo en las materias denominadas “duras”, sin lugar para flojedades femeninas. En el círculo de lo desdeñable, a ninguna se les escapan frases célebres de la profesora de literatura. O sus clásicas observaciones sobre la moralidad (con algunas alusiones al infierno). “Dice que nos exhibimos, habla de desnudez, está segura de que nos pueden pasar cosas terribles de acuerdo a la ropa que nos pongamos. Y supongo que si nos pasara algo malo, ella lo relacionaría con lo corto de las polleras o lo bajo de los pantalones –se lamenta Angela–. En el ranking “clásicos de los docentes” del OK, encabezan por lejos los chistes de corte machista, les siguen los profesores que echan a las chicas de la división “porque no les gusta que haya mujeres en sus clases” y cierra la frase (trillada, según sus destinatarias) de un profesor de mecánica: “Las mujeres no sirven”. Ajá. “Al final, todo pasa por nuestro cuerpo –dice Layla–. La mirada de los docentes por qué colores usamos o qué nos ponemos; las necesidades más urgentes, y no es sólo hacer pis, que demorás por falta de sanitarios, y ahora los desprendimientos, eso que te hace caminar pisando huevos, con un ojo en el piso y el otro en el cielo raso.”

¿Cuál es el límite?, es la pregunta más inmediata que surge cuando están por cumplirse cuatro meses de la tragedia de Cromañón y todavía permanecen frescos los cadáveres de 200 chicos que murieron con los pulmones quemados. Todo este tiempo, desde las propias instituciones se recomendó a hijos y padres que revisaran sus hábitos culturales, que prestaran mayor atención a las letras de la música que escuchan y aún se intenta hacerles entender que en el control está la salida benedicta. “Cada tanto se renueva el repertorio de horrores”, enfatiza Luis Pagés, subjefe de preceptores del OK. “El 30 de diciembre murieron chicos en un local bailable, y eso es algo que involucró la vida de todos. Desde hace tiempo venimos advirtiendo que el Otto Krause no está en condiciones de abrir sus puertas para dictar clases, que puede ocurrir una desgracia en cualquier momento. Un obrero quedó con las piernas colgando en un techo que cedió, este lunes empezó a caerse el techo de otra aula, varios chicos sufrieron accidentes y se salvaron de milagro, pero todavía no vemos la voluntad, política si se quiere, de darle una solución integral al problema. Y en ese mismo vacío, que ahora se manifiesta con los techos vencidos, se inscriben las demás cuestiones, como el baño que siempre les deben a las alumnas, la ausencia de una política de género o la otra asignatura pendiente: el polideportivo.”

En sábado y a las 7.30 de la mañana la avenida San Juan en su cruce con la autopista es un territorio poco probable para los ajenos. Sólo algunos minutos la soledad se apresta por toda compañía, tiempo suficiente para advertir la presencia cambiante de algunos ojos curiosos. Nada a destacar, más que los pibes que “ranchan” en la barranca de tierra del bajoautopista. Ahí derrapan, duermen, guardan, comen, toman y viven, entre el polideportivo donde practican gimnasia los alumnos del OK y los pozos clandestinos de la represión que se observan desde la vereda. Media hora después, esas almas se cruzan con las alumnas del colegio, las 200 en sábado, temprano y en choque inevitable de temores. “Los varones tienen gimnasia en la semana, en diferentes horarios. Nosotras los sábados por la mañana, con lo cual no sólo nos juntaron a todas sino que tenemos un día más de clase –relata Yessica–. Y a esa hora se complica porque no hay nadie en la calle y muchas chicas tuvieron problemas por cosas que les dicen o porque algunos hacen agujeros en el alambrado del polideportivo para pasarse y molestar. El año pasado se presentaron cartas de algunas alumnas pidiendo un cambio en este tema, y lo que hicieron fue dar lasclases de gimnasia en el patio del colegio, donde por supuesto la actividad se cumplía por la mitad, porque como este lugar se viene abajo, la profesora –una para todas las alumnas– nos decía que no corriéramos ni saltáramos. ¿El resultado de todo esto? Estamos en abril y las clases de gimnasia de las mujeres todavía no comenzaron.”

“El embarazo adolescente es una cuestión que está presente en el colegio y entre varios intentamos dar todo nuestro apoyo a las chicas que pasan por esa situación. A muchas se les hace cuesta arriba y no pueden continuar con sus estudios, pero otras sacan fuerzas de algún lado y se empecinan, aunque sus tiempos ya no sean los mismos.” Una o dos veces al año llegan especialistas al colegio con carpetas y folletería que reparten a los alumnos al cabo de charlas sobre salud sexual y reproductiva, “pero no es más que eso”, explica Tania Piñera, que este año se recibe de técnica química y ya cuenta en su haber con una colección de folletos. “Entre 1º y 6º año no tenemos una materia o talleres permanentes que orienten o funcionen como espacios de charla y consulta. ¿Si creemos que sería necesario? Desde ya que sí, como lo sería en todos los colegios secundarios del país.” La pregunta se repite ineludible: ¿cuál es el límite? Jazmín Sánchez baja la mirada por un rato, intenta hacer una economía de gestos que le sale bien salvo por el brillo que le va aumentando el tamaño de los ojos y hay que inclinarse hacia delante para escucharle la voz. “Soy sobreviviente de Cromañón. Estuve ahí con mis amigos y uno de ellos murió. Desde entonces no volví a salir a bailar ni a ver recitales, no hice nada. Ahora me da mucho miedo salir y me da miedo venir a la escuela, por todo lo que pasó en los últimos días. Siempre va a estar presente lo que sucedió esa noche en Cromañón, no sólo por la tragedia sino por lo que fue pasando después. Tuvimos que hacer sentadas en la puerta de la oficina del rector para que le diera la vacante a un compañero que perdía el año y había presentado el certificado de víctima de Cromañón. No es una historia de aniversarios, los que estuvimos esa noche ahí tratamos de aprender a vivir de nuevo, ¿pero a quiénes les interesa realmente que eso pase?”

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