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Viernes, 27 de mayo de 2005
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Teatro

Eros iluminado

Con la pasión y la devoción de tres jóvenes actrices e imágenes de gran sugestión plástica, Graciela Camino ha llevado a la escena Lumínile, los bellísimos textos eróticos de Marosa di Giorgio. Un espectáculo verdaderamente singular, que revela parte del mundo alucinante de la visionaria poeta uruguaya que un día alcanzó la libertad.

Por Moira Soto
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Cuando te internás en esa frondosidad que tiene la obra, empezás a ver el desgarro. El cuerpo es algo muy presente siempre, más allá de que las escenas ocurran dentro de una cabeza o un espacio cerrado. En Marosa aparece mucho esta idea de ser presa de, ser cazada, tomada.

Me gusta el teatro, por eso escenifico”, decía Marosa di Giorgio. “Al recitar los poemas es como si recién los estuviera construyendo.” Ahora que la genial poeta uruguaya no está, otras voces interpretan sus textos: las de Líbera Woszezenezuk, María Pagura y Mercedes Pérez Lagleyze, tres actrices muy jóvenes convocadas por Graciela Camino para hacer Lumínile, relatos eróticos que figuran en Rosa Mística. Sobre la escena, iluminada en algún momento sólo por luciérnagas entre las manos de las intérpretes, hay objetos conseguidos mediante cartoneo –una puerta de heladera, asientos de arados– y el venerado silloncito rojo que formó parte de la escenografía de dos puestas de Alberto Ure, fetiche de ese teatro.

La obra de Marosa di Giorgio ha sido traducida al inglés, francés, portugués e italiano. En la Argentina, siempre bajo la supervisión de Edgardo Russo, hay ediciones locales de Adriana Hidalgo (la recopilación Los papeles salvajes, que incluyen el inédito Diamelas a Clementina de Medicis; la novela Reina Amelia), Interzona (Rosa Mística) y Cuenco de Plata (una editorial que proyecta ir sacando toda la producción de la poeta y ha vuelto a editar recientemente La flor de lis, una joya con el CD del recital Diadema, mientras que en julio sale Misales, luego Camino de las pedrerías). Graciela Camino manifiesta su agradecimiento hacia Nidia, también escritora, la hermana de Marosa, “una persona de trato exquisito, encantada de que quisiéramos hacer Lumínile en teatro. Estoy entusiasmada porque las primeras espectadoras que no conocían la obra de Marosa, se mostraron profundamente tocadas. Querría llevar esta puesta a Ezeiza, a la cárcel, por ejemplo, que otras mujeres puedan acceder a la hermosura de estos textos”, dice la directora, que actualmente prepara una intervención teatral con Detrás de la mirilla, obra colectiva de los presos políticos de Coronda, en la que participarán jóvenes actores y los propios protagonistas. “No sé qué va a salir, pero es apasionante intentarlo. Pasaron 30 años y hay cosas que empiezan a saldarse.”

–¿No te bastaba con ser buena actriz que te pasaste a la dirección? ¿Acaso querías más poder?

–Lo de la dirección tiene que ver con un proceso muy vinculado al entrenamiento de gente para actuar, de lo que me ocupo sistemáticamente en los últimos doce años. Es algo que me gusta mucho hacer: provocar la situación de actuación. Esa actividad me fue colocando un poco más al borde del oficio de actriz. Yo ya había hecho una codirección con Cristina Banegas, varias asistencias de dirección. Y sí, seguramente quería más poder: creo que cuando una tiene una obsesión, un sueño, una partitura en la cabeza, quiere realizarla. Para lo cual se necesita de la buena voluntad de los demás. Es algo sobre lo que reflexiono: cómo se arman estas relaciones entre el poder de unos y el sometimiento de otros a un sueño ajeno hasta cierto punto. Pero se ve que eso funciona, se hacen muchas cosas con este sistema. De todos modos, me interesa mucho la experiencia colectiva, lo más horizontal posible.

–Obviamente, partió de vos la idea de poner en escena a Marosa di Giorgio.

–Sí, este montaje es una elección mía: la autora, los textos y el casting. Sin embargo, el resultado final tiene que ver con un trabajo de equipo, de mutua potenciación. En las actrices, por ejemplo, encontré la dinámica, las asociaciones, las ocurrencias, modos de abordaje muy distintos de los míos, que leo a Marosa desde hace unos tres años y desde una edad, una experiencia diversa de las chicas.

–¿Nunca viste recitar a Marosa descalza y con un ramo de claveles?

–No, soy de las que no conocieron personalmente a Marosa. ¿Viste que hay como dos bandos? Los antiguos marosianos, y los nuevos, que quizás hagamos otra lectura. Me planteé cómo buscar en cuerpos y cabezas de chicas de veinte una experiencia que además viene marcada por los años, porque esta producción de Marosa no es temprana, si bien todo lo suyo está fuera del espacio y del tiempo, en un campo onírico. Cómo ir profundizando, porque la propuesta de ella, en una primera lectura, es absolutamente lúdica y celebratoria. Pero cuando te internás en esa frondosidad que tiene la obra, empezás a ver el desgarro. El cuerpo es algo muy presente siempre, más allá de que las escenas ocurran dentro de una cabeza o un espacio cerrado. En Marosa aparece mucho esta idea de ser presa de, ser cazada, tomada.

–¿Algo relacionado con la tradicional pasividad femenina?

–A mí me parece que ella se escapa por la vía de una interioridad que evoluciona a través de los jugos, de los pechos que brotan, líquidos que caen. Una máquina interna funcionando que permanece incólume a cualquier avasallamiento.

—También hay algunas que toman la iniciativa, son provocadoras y osadas.

–Claro que sí. Me gusta esa conducta fuera del papel de víctima propiciatoria: sus criaturas no se entregan a la brutalidad del macho. Tejen y destejen, eso me seduce mucho de Marosa, siempre dando vueltas alrededor de lo mismo. Todas las obras son una única obra, en un universo donde lo más alucinante es la libertad, la falta de límites. Esa cualidad me deslumbró: la absoluta libertad de una mujer nacida en el interior del Uruguay.

–Hay que aceptar que algunas personas tienen ese don, que no se aprende, de la poesía, rayos para iluminar las cosas y lenguaje para transmitir esa percepción.

–Sí, y dentro de los poetas, Marosa es única. Esa fabulación que ella hace, esos encuentros entre lo mitológico y lo doméstico, lo animal, lo vegetal y lo humano.

—Según cuenta Edgardo Russo, que hizo la edición de toda la obra, que tipeó lo que Marosa escribía con prolija letra de niña, ella apenas corregía.

–No me sorprende. Marosa sale para estacionar en algún lugar y luego volver atrás. Si hacés una lectura seguida de la obra, ves esa continuidad que produce tanta fascinación, te lleva a otro mundo.

–¿Cómo empieza a cobrar forma la puesta en escena de Lumínile?

–Cuando pensábamos en la posible puesta, nos preguntábamos ¿es un cuarto de niñas que están imaginando mil y una escenas? Por otro lado, este mundo no tiene nada de ingenuo, entonces, si hay un cuarto de niñas, está muy desordenado... ¿Cómo hacer entrar este afuera tan presente en la dimensión de Marosa? Elegimos las aberturas, las proyecciones que intentan perforar el espacio y esos sonidos aéreos tan misteriosos. El campo, los bichos, las luciérnagas, las mariposas, la noche y el día: todo en una sucesión, al igual que la naturaleza con sus ciclos, lo que muere y lo que renace... Los textos poéticos de Marosa, si una los dibujara, tienen la misma secuencia: nacen, se desarrollan y van a languidecer, nunca tienen lo que se dice un remate. Son como una ola, lo cual también significa dificultades particulares para tratarlos escénicamente.

–¿De qué forma se dio la elección de los poemas, su orden actual?

–La elección fue azarosa, o más bien intuitiva y definitoria. Te diría que hubo algo parecido a una iluminación: un día dije “hoy voy a elegir los textos”, y lo hice de una, sin dudar. Y nunca más me planteé el tema, hice un corte ahí. No te sabría explicar por qué, pero ese trabajo me dejó conforme. La misma tranquilidad sentí después de elegir a las actrices. Hubo algo, una conjunción astral si querés, que se combinó favorablemente.

–Acaso hubo un factor marosiano en juego, porque ella era una persona que escuchaba atentamente su propia intuición, y trataba de zafar de las explicaciones. Cuando estuvo en España en 2003, no quiso el coloquio después de haber recitado: “¿a qué complicar las cosas?”, preguntó.

–Es que ella va con una frescura directa al hecho creativo, con sorprendente simplicidad. Aunque Marosa no fue una campesina, hay algo del encuentro con la naturaleza que está muy presente. Se borran los límites de lo que se puede y lo que no se puede, de lo real y lo fantástico. Cuando empecé a trabajar con las actrices, tuve la percepción de acercarme a su camino, porque ellas se fueron adueñando de poemas que no conocían.

–¿En qué momento del proceso resolviste los rubros técnicos?

–El espectáculo se llama Lumínile, que en rumano es el plural de luz. Había que trabajar muy especialmente el tema de la iluminación, fue otro lenguaje que se vino a sumar.

–También habría que nombrar la oscuridad, las sombras que distinguen tu puesta.

–Sí, la luz y la sombra que están en Marosa. Diría que aquí la luz aparece iluminando la oscuridad, ese fue el concepto. Trabajamos con contados recursos, no quisimos elementos típicamente teatrales. Más bien usamos objetos encontrados, me ayudó Minou Maguna, que trabajó el arte conmigo, mientras que el vestuario es de las actrices. Líbera, por ejemplo, es tremenda, resuelve todo de una manera increíble. El año pasado hizo el vestuario para Ranqueles, en el Rojas, inspirándose en algunas imágenes: para una esclava, armó un bozal con ralladores de nuez moscada. Frente a estas situaciones creativas, el lugar de poder de que hablábamos antes se va al carajo si sos un poco honrada. Por eso hablo de un encuentro afortunado. Todas estamos contentas: la cooperativa se llama Las Rías, porque es un término marosiano y porque nos reímos mucho. Hay dos asistentes, Emilia Bonifetti y Marisa Aguilera, que completan este equipo feliz en varios sentidos.

–¿Por qué arriesgarte justamente con Marosa di Giorgio?

–Quería hacerle un homenaje, una especie de agradecimiento por haberme encontrado con esta obra milagrosa, que es como una epifanía. Hay muchas altas poetas, pero ella tiene algo que te saca de este mundo. Hasta el sufrimiento y la muerte –que Marosa no deja de lado– tienen otro tratamiento.

–No se puede negar que en su obra hay algo específicamente, visceralmente femenino; ¿te imaginás a un tipo escribiendo alguna de las líneas de ella?

–No, absolutamente. El cuerpo de la mujer está muy presente, casi desde una experiencia preerótica. Un cuerpo que evoluciona, que produce, que segrega. Ella les pone nombre a las cosas: creo que en ese sentido es un trabajo de género. Lo que he podido recoger en estas primeras funciones es que los varones, que no conocían previamente la obra, salen más shockeados que las mujeres.

–Es que Marosa habla desde una configuración orgánica, sensorial de mujer. Es una voz muy poderosa. No es raro que a los tipos se les mueva el piso.

–Sí, ella ejerce ese poder con gran integridad y además se permite no tener frenos. Cuenta otra historia de las mujeres, de otra manera. Me encanta cómo llega y se disemina ese mundo de mujer. Se adivina una marca familiar importante, amorosa.

–Marosa comentó una vez algo muy sugestivo acerca de que cuando era niña, su madre conocía y respetaba su secreto...

–Una complicidad muy fuerte. Una gema, para decirlo con un elemento que a ella le gustaba: las piedras. Marosa ha hablado de la menstruación, del aborto. En un momento de Lumínile, una de las chicas dice: “Aborté con un poquito de dolor, y también un poquito de angustia”. Chau. Es un verso que es una declaración, lo que para otras puede ser una solicitada en el diario.

–¿Cómo se fueron decantando los tonos, las tonalidades, los colores, la respiración para el recitado, ese género tan arduo de conquistar?

–Trabajamos bastante. En el inicio con un joven músico, Santiago Diez, que marcó ritmos posibles, y finalmente compuso la banda sonora. Lo conecté a través de Liliana Menéndez, que es la artista que hizo los dibujos que se proyectan. También hay unas fotos de Eloísa Yankelevich con fragmentos de manos y piernas de las chicas. En la última etapa. Agustín Güemes hizo el trabajo vocal, más técnico. El texto ya tiene de por sí una musicalidad que fuimos descubriendo, cuya formulación se completa con la iluminación, la música. En las primeras etapas, escuchamos mucho a Björk, Medula, su última producción que tiene fundamentalmente sonidos de respiración. Hicimos ensayos sólo con ese estímulo sonoro. También nos incitó Meredith Monk. Creo que se trata de mujeres fuera de quicio, de extraordinaria potencia, que nos sostuvieron en esta gesta.

En El Excéntrico de la 18ª, Lerma 420, los sábados a las 21.

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